Este año el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica ha sido otorgado a los microbiólogos Jeffrey I. Gordon y Peter Greenberg, y a la bioquímica Bonnie L. Bassler. Gordon ha sido el pionero en el estudio de la microbiota humana y su influencia en la salud e impulsó el Proyecto Microbioma Humano, que ha permitido conocer las miles de especies que forman la microbiota y secuenciar su genoma. Por su parte, Bassler y Greenberg son pioneros en el estudio de la comunicación entre bacterias mediante el sistema de quorum sensing.

Mucha gente se imagina que las bacterias son microorganismos unicelulares solitarios que viven aislados flotando en suspensión, unos seres tristes y aburridos. Pero nada más lejos de la realidad. La mayoría de las bacterias viven todas juntitas en comunas, se comunican entre sí y son muy promiscuas (intercambian genes entre ellas con mucha facilidad).

Viven sobre superficies formando lo que se denomina un tapiz, biopelícula o biofilm. Son conglomerados de bacterias, y otros microorganismos, que viven todos juntos en una matriz común, normalmente atrapados en una especie de moco pegajoso de polisacáridos y proteínas. Así es como nos las encontramos en la naturaleza, formando microcolonias de millones de individuos juntos en el suelo, en el curso de un río, alrededor de las raíces de las plantas, o en nuestro interior sobre el epitelio del intestino o en las encías de nuestra boca.

Vivir en comunidad tiene sus ventajas. Es un sistema de autodefensa: las bacterias en una biopelícula son más resistentes a las agresiones externas, sobreviven mejor y se facilita su propagación. Así son, por ejemplo, mucho más resistentes a los antibióticos o al sistema inmunitario.
Las personas somos un ecosistema lleno de millones de interacciones entre esos microorganismos (la mayoría bacterias) y nuestras células. Hoy sabemos que somos superorganismos y que por cada célula humana tenemos en nuestro cuerpo al menos una bacteria: somos mitad humanos, mitad bacteria. Y son más de 10 000 tipos distintos de especies bacterianas.

Además, cada persona tiene su propia “firma microbiana” o microbiota: las bacterias que yo tengo son distintas de las tuyas. Una microbiota numerosa y diversa es sinónimo de salud.

Por ejemplo, la microbiota intestinal activa y entrena nuestro sistema inmunitario, evita que seamos colonizados por otros microorganismos patógenos, mantiene y favorece la barrera intestinal, regula el proceso inflamatorio, degrada sales biliares y otros compuestos, produce ácidos grasos de cadena corta, vitaminas, neurotransmisores y hormonas, etcétera.

Cuando esa comunicación o equilibrio entre nuestras células y la microbiota se altera por la razón que sea, lo que se denomina disbiosis, las consecuencias para nuestra salud son muy negativas.

Se han descrito más de 300 enfermedades relacionadas con una alteración o cambios en la microbiota: desde obesidad, diabetes, enfermedades autoinmunes e inflamación intestinal hasta depresión, autismo o Alzheimer. Muchas veces no sabemos si ese cambio en la microbiota es la causa o el efecto de la enfermedad, pero cada vez hay más datos de que hay una relación entre ambos.

Conocer la “vida social” del mundo microbiano, cómo se comunican las bacterias entre sí y su relación con nuestro organismo puede suponer un cambio de paradigma en la medicina personalizada del futuro.

De la misma manera que hace veinte años nos parecía ciencia ficción que pudieran secuenciar nuestro genoma y dependiendo de ciertos marcadores genéticos, diseñar un terapia concreta y personalizada contra el cáncer, quizá en el futuro, conociendo nuestra microbiota, nos podrán diseñar un cóctel concreto de microorganismos para mejorar nuestra salud.