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En una habitación vacía, Mahoma afirmó que no podía encontrar sitio alguno donde sentarse porque todos estaban ocupados por ángeles. Volvió pudorosamente el rostro ante un cadáver para apartar la vista de dos huríes que habían bajado del cielo para atender a su esposo. Hay incluso razones para suponer que, en ocasiones, hacía que un cómplice representara el papel de Gabriel o convencía a sus seguidores para que tomaran por dicho ángel a uno de sus interlocutores. Sus revelaciones guardan un gran paralelismo con las de los modernos médiums, que pueden estudiarse en la historia del espiritismo de F. Podmore, cuyas investigaciones llevan a dudar seriamente de la afirmación de que un hombre honorable no engañaría a sus compañeros; también resulta evidente que la ciega creencia en la actuación de un médium no suele debilitarse por más que éste quede claramente desenmascarado.
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Un día de invierno, el juez encontró a Nasredín en el mercado. —Extraordinario —dijo pensativamente—: llevo el más cálido de mis mantos forrado de piel y sin embargo estoy helado por el viento. Mientras que tú, vestido con harapos, no pareces sentir el frío. ¿Cómo es posible? —Un hombre que lleva encima toda su ropa no se puede permitir tener frío —contestó Nasredín
NO MORO