Mi compañero de piso quiere quitar mi bandera del balcón.

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  1. #1
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    Mi compañero de piso quiere quitar mi bandera del balcón.

    Desde hace un año estoy viviendo con dos compañeros de piso que estamos estudiando el mismo máster. El balcón de nuestra casa es bastante pequeño, solo caben dos personas de pie y muy juntas y desde que llegué tengo puesta la bandera del Reino Unido.

    Esta mañana discutí con un compañero de piso por motivos nuestros y me intentó quitar mi bandera del balcón para poner una Española, yo no le dejé y acabamos dandonos un par de golpes cada uno, el otro compañero nos separó, hoy no nos hemos hablado en todo el día, no veo normal su conducta.

  2. #2
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*

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  3. #3
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
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  4. #4
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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  5. #5
    ✓|•TORTUGA NINJA•|✓ Avatar de MICHELANGELO
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    Si me dices si fuiste tú el de antes te dejo poner la bandera de tu isla en el balcón, pero no el que de a la calle

  6. #6
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    Si me dices si fuiste tú el de antes te dejo poner la bandera de tu isla en el balcón, pero no el que de a la calle
    El de antes de qué?

  7. #7
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    Hombre, estás en España. No quites la tuya pero pon la de aquí.

  8. #8
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    Te quedaría algo así:


  9. #9
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    hombre, a mi me dices que quieres poner la bandera inglesa en vez de la de mi españita y te parto una silla en la cabeza

    Los ingleses oléis a mantequilla

    Saludos

  10. #10
    ForoParalelo: Miembro Avatar de Alan_Hopper
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    Hombre, estás en España. No quites la tuya pero pon la de aquí.
    Solo cabe una y yo la tengo puesta desde hace un año.

  11. #11
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    Te quedaría algo así:

    @Jajaja que gracia, eh?

    Saludos.

  12. #12
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    Solo cabe una y yo la tengo puesta desde hace un año.
    Pues entonces esta claro. La de España.

    Ante la duda siempre la de España. Saludos y un abrazo.

  13. #13
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    @Jajaja que gracia, eh?

    Saludos.
    Me hace gracia que nos llaméis piratas cuando todo el mundo conoce la picaresca española.

  14. #14
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    Me hace gracia que nos llaméis piratas cuando todo el mundo conoce la picaresca española.
    Bueno, una cosa no quita la otra. Digamos que ambas cosas están ahí. Saludos.

  15. #15
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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  16. #16
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    Bueno, una cosa no quita la otra. Digamos que ambas cosas están ahí. Saludos.
    Lo de los piratas es casi más leyenda que otra cosa, los hubo pero no al nivel que se dice.

  17. #17
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    Lo de los piratas es casi más leyenda que otra cosa, los hubo pero no al nivel que se dice.
    Ah, vale. Me quedo más tranquilo... Saludos.

  18. #18
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  19. #19
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    Capítulo 2. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*

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  20. #20
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  21. #21
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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    La literatura Demigrante del mencionador forocochero

  22. #22
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    “¡Adiós, Cordera!” presenta, como uno de los temas centrales de la obra, el ruralismo. El discurso ambiental del ruralismo representa el ambiente rural como un espacio de orden, libertad, y virtud moral, y también se enfoca en la paz de la vida y la comunidad. Las prácticas ambientales de la familia de Antón reflejan la visión ruralista de Clarín. El hecho de que los gemelos son los pastores de la Cordera y que pasan tanto tiempo en el prado Somonte, disfrutando de la naturaleza en paz, es una práctica ambiental que bien refleja la visión ruralista del cuento. Los personajes del cuento también se prestan a esta interpretación, pues siendo personas muy humildes en un ambiente rural muestran una gran virtud moral para con sus familiares.

    La inocencia de Rosa resalta el gran amor que tiene por Pinín, su padre Antón, y la Cordera, y su agónica despedida de sus compañeros de vida y labor también refleja su integridad. Por su parte Pinín, también influenciado por sus experiencias en el prado Somonte, muestra su virtud moral al percibir, a través de la voz de narrador, como “tiranos del mercado… a los contratistas de carne” que terminarán llevando a la Cordera al matadero.

    La utilización del antropomorfismo en el personaje de la Cordera también muestra lo moral de la vida rural pues a los animales se les trata como parte de la familia. El antropomorfismo de la Cordera comienza con su nombre en la primera exclamación del cuento, escrito con mayúscula y sin explícitamente informar de que es una vaca. Clarín le da rasgos humanos a la Cordera desde el comienzo del cuento hasta el fin, por ejemplo, el razonamiento de la Cordera al explicar su relación al mundo civilizado: “La Cordera, mucho más formal que sus compañeros, verdad es que relativamente , de edad también mucho más madura, se abstenía de toda comunicación con el mundo civilizado, y miraba de lejos el palo del telégrafo como lo que era para ella efectivamente, como cosa muerta, inútil, que no le servía siquiera para rascarse.” En esta descripción de la Cordera se muestra una vaca con razonamiento, experiencia, y la decisión propia de abstenerse de comunicación, no por falta de facultades. Además la Cordera es el primer personaje en criticar aquel mundo artificial del progreso que pronto sería su fin.

    La metáfora del tren como “la gran culebra de hierro” refleja la amenaza del progreso y presenta el tema de la inevitable adaptación del mundo rural al progreso. En la obra Clarín cuestiona el discurso dominante de la sociedad sobre el progreso. En vez de aceptar el discurso de que el progreso en forma tecnológica e industrial beneficia a todos por su incremento en producción, la trama va cuestionando si el adaptarse al progreso es algo positivo para la gente rural, hasta dejar ver que en el caso de Rosa el progreso de los ricos es quitarle a los pobres.

  23. #23
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
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    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

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    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*

  25. #25
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  26. #26
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    Desde hace un año estoy viviendo con dos compañeros de piso que estamos estudiando el mismo máster. El balcón de nuestra casa es bastante pequeño, solo caben dos personas de pie y muy juntas y desde que llegué tengo puesta la bandera del Reino Unido.

    Esta mañana discutí con un compañero de piso por motivos nuestros y me intentó quitar mi bandera del balcón para poner una Española, yo no le dejé y acabamos dandonos un par de golpes cada uno, el otro compañero nos separó, hoy no nos hemos hablado en todo el día, no veo normal su conducta.

  27. #27
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    Desde hace un año estoy viviendo con dos compañeros de piso que estamos estudiando el mismo máster. El balcón de nuestra casa es bastante pequeño, solo caben dos personas de pie y muy juntas y desde que llegué tengo puesta la bandera del Reino Unido.

    Esta mañana discutí con un compañero de piso por motivos nuestros y me intentó quitar mi bandera del balcón para poner una Española, yo no le dejé y acabamos dandonos un par de golpes cada uno, el otro compañero nos separó, hoy no nos hemos hablado en todo el día, no veo normal su conducta.
    Ek woon 'n jaar by twee kamermaats wat dieselfde meester studeer. Die balkon van ons huis is baie klein, daar is net twee mense wat baie na aan mekaar staan ​​en sedert die aankoms het ek die vlag van die Verenigde Koninkryk gesit.

    Vanoggend betoog ek met 'n kamermaat om ons redes en hy probeer my vlag van die balkon af verwyder om 'n espanola te sit, ek het hom nie verlaat nie en ons het uiteindelik 'n paar houe gegee, die ander kamermaat het ons geskei, vandag het ons nie gepraat nie Die hele dag sien ek sy gedrag nie normaal nie.

  28. #28
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  29. #29
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    Ek woon 'n jaar by twee kamermaats wat dieselfde meester studeer. Die balkon van ons huis is baie klein, daar is net twee mense wat baie na aan mekaar staan ​​en sedert die aankoms het ek die vlag van die Verenigde Koninkryk gesit.

    Vanoggend betoog ek met 'n kamermaat om ons redes en hy probeer my vlag van die balkon af verwyder om 'n espanola te sit, ek het hom nie verlaat nie en ons het uiteindelik 'n paar houe gegee, die ander kamermaat het ons geskei, vandag het ons nie gepraat nie Die hele dag sien ek sy gedrag nie normaal nie.
    Este ilo está preparadísimo para que gane el 100% real sophiahot16 zpalomita avenyer

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  30. #30
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    #23
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*

    *
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
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    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Se me va la puta cabeza
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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
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    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

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    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
    Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.

    Ya no mola*
    Capítulo 1. El despertar.

    Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.

    Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.

    En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.

    Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .

    Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
    "En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .

    Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.

    Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
    Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
    13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.

    Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
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    Ya no mola*

    La concha tu madre
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    Hace 4 Minutos, 00:03
    #25
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    Se me va la puta cabeza
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    Hace 3 Minutos, 00:04
    #26
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    Desde hace un año estoy viviendo con dos compañeros de piso que estamos estudiando el mismo máster. El balcón de nuestra casa es bastante pequeño, solo caben dos personas de pie y muy juntas y desde que llegué tengo puesta la bandera del Reino Unido.

    Esta mañana discutí con un compañero de piso por motivos nuestros y me intentó quitar mi bandera del balcón para poner una Española, yo no le dejé y acabamos dandonos un par de golpes cada uno, el otro compañero nos separó, hoy no nos hemos hablado en todo el día, no veo normal su conducta.
    La concha tu madre
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    Hace 2 Minutos, 00:06
    #27
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    Desde hace un año estoy viviendo con dos compañeros de piso que estamos estudiando el mismo máster. El balcón de nuestra casa es bastante pequeño, solo caben dos personas de pie y muy juntas y desde que llegué tengo puesta la bandera del Reino Unido.

    Esta mañana discutí con un compañero de piso por motivos nuestros y me intentó quitar mi bandera del balcón para poner una Española, yo no le dejé y acabamos dandonos un par de golpes cada uno, el otro compañero nos separó, hoy no nos hemos hablado en todo el día, no veo normal su conducta.
    Ek woon 'n jaar by twee kamermaats wat dieselfde meester studeer. Die balkon van ons huis is baie klein, daar is net twee mense wat baie na aan mekaar staan ​​en sedert die aankoms het ek die vlag van die Verenigde Koninkryk gesit.

    Vanoggend betoog ek met 'n kamermaat om ons redes en hy probeer my vlag van die balkon af verwyder om 'n espanola te sit, ek het hom nie verlaat nie en ons het uiteindelik 'n paar houe gegee, die ander kamermaat het ons geskei, vandag het ons nie gepraat nie Die hele dag sien ek sy gedrag nie normaal nie.
    Se me va la puta cabeza
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    Hace 1 minuto, 00:06
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