Iniciado por
Miniyo
Capítulo 1. El despertar.
Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.
Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.
En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.
Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .
Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
"En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .
Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.
Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.
Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.
Ya no mola*
Capítulo 1. El despertar.
Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.
Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.
En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.
Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .
Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
"En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .
Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.
Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.
Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.
Ya no mola*
Capítulo 1. El despertar.
Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.
Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.
En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.
Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .
Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
"En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .
Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.
Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.
Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.
Ya no mola*
Capítulo 1. El despertar.
Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.
Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.
En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.
Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .
Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
"En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .
Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.
Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.
Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.
Ya no mola*
Capítulo 1. El despertar.
Son las 07.00 en punto de la mañana de un anodino Miércoles de Enero, Enrique se levanta despacito mientras apaga torpemente la alarma-despertador de su Xiaomi. No desea despertar a su sirena, así que rápidamente su cerebro se pone en funcionamiento para ir pisando por los tablones "que no suenan" del maltrecho laminado sintético del Leroy Merlín con el que renovaron el suelo de los dormitorios de su zulito en el extrarradio. Hace ya casi dos años de la reforma y parece que, no se sabe bien si por la ínfima calidad del material, o por la dudosa habilidad del carpintero al colocar laminados y rodapiés, pero aquello no tira como debería.
Mientras desayunaba sus chokoflakes de marca blanca, contemplaba distraído las juntas de los azulejos de la vieja cocina. "Un buen repaso les hace falta" - Cavilaba mientras masticaba a ritmo constante. En realidad, más que un repaso, lo que les hacía falta era una renovación absoluta. Una reforma completa. El año que viene, quizás ; este año resultaba inviable económicamente hablando. Su segundo vástago acababa de empezar en el cole, con los gastos que eso conlleva, y aunque a su sirena le habían ampliado levemente la jornada, lo cierto es que tampoco tenían una capacidad de ahorro decente.
En estas estaba cuando le dio por mirar su reloj de pulsera - Un regalo de su fallecido padre, y con toda probabilidad, su posesión más valiosa después del destartalado piso a medio reformar, propiedad aún del banco hasta que pasasen los 28 años de hipoteca pendientes - , y se dio cuenta de que ya eran las 07.30 y aún estaba sin duchar.
Mientras accionaba el monomando de la ducha y el calentador de gas ciudad hacía su trabajo, Enrique se desnudaba a toda velocidad mientras arrojaba muda y pijama juntos al cesto de la ropa sucia. "Un par de jabonadas rápidas por pecho, espalda y zonas pudendas, y ya mañana me lavo la cabeza. Al fin y al cabo, tampoco es bueno el champú todos los días, que el pelo empieza a escasear y hay que cuidarlo" - Razonaba- .
Tras unos enérgicos secados rápidos con la vieja y rasposa toalla de baño que llevaba 7 años utilizando, se desliza una vez más a la habitación para vestirse. Por una rendija de la puerta contigua, observa fugazmente a sus dos hijos dormir plácida y profundamente. Su sirena duerme también. Mientras busca a tientas unos calzoncillos en el cajón de la mesilla, la contempla y piensa en la enorme suerte que tuvo al conocerla. Tras 15 años de relación, Noelia había demostrado ser una buena esposa y mejor madre. Es cierto que últimamente las cosas no habían ido demasiado bien entre ellos... Las estrecheces económicas, las rutinas, y ese factor desestabilizador en toda pareja que son los niños habían hecho mella en su antes perfecta relación.
"En fin, son cosas normales, a todo el mundo le pasan esas cosas" - meditaba - .
Ya vestido, sale de la habitación a tientas y se dirige al recibidor para coger las llaves del coche , pero antes echa un último vistazo al reloj-regalo . Las 07.45. "Joder, espero no pillar atasco, o será la segunda vez que llego tarde al trabajo en lo que va de mes" - Se decía a sí mismo mientras pulsaba repetidamente el botón de llamada del ascensor.
Tras bajar de un salto los tres escalones del rellano de su portal, inmediatamente localiza su vehículo aparcado en la calle. Se trata de un compacto generalista que adquirió hace años, cuando tenía otra vida.
Lo cierto es que hace ya mucho de aquello, pero aún recuerda el olor a nuevo cuando lo sacó del concesionario. Mientras acciona la llave de contacto, rememora la primera vez que condujo aquel su primer (Y único) coche , la suavidad del volante, la precisión de la palanca de cambios, la comodidad de los asientos.
13 años largos han pasado desde aquel día, y ninguna de aquellas sensaciones permanecen ya en su ahora viejo vehículo, pero el las tiene presentes. Tiene cariño a ese coche, y no piensa desprenderse de él, a pesar de las protestas de su sirena, quien indica (Acertadamente, todo hay que decirlo), que semejante coche se queda pequeño para una familia con dos niños.
Tras dejar atrás un par de semáforos en ámbar, llega al enlace para coger la autopista. No parece haber mucho tráfico, así que parece que Enrique no va a llegar tarde hoy, pese a haber apurado demasiado. Tras 10 minutos de conocidísimo trayecto, llega al parking de la empresa en la que trabaja, saluda sonriente a Pablo, el portero y encuentra sitio no muy lejos de uno de las entradas auxiliares a oficinas. Tras salir, se atusa levemente su ralo cabello y comienza a subir las escaleras.
Aún no sabe que ese es el último día que lo hará.
Ya no mola*