Animado por la iniciativa de @
Esparraguillo y admirado por su valentía, yo también quiero desnudar mi alma ante vosotros. Es un tema serio aunque podéis insultarme, por lo que quiero anticiparme en la seguridad de que lo haréis dejando claro que me cago en vuestra puta madre, así del tirón.
Y no deis la brasa porque no hay resumen. Si eso que lo haga @
Daakef991, que es especialista.
Nací en Cartagena en pleno bombardeo un mes de febrero de 1939, en el seno de una familia de leprosos. Soy varón y el último de 11 hermanos, de los que sobrevivimos al hambre, las bombas y la enfermedad solo mi hermana mayor y yo (extrañamente inmunes), que me sacaba 26 años y de quicio.
Me crié en el muelle lamiendo conchas de mejillones hasta que mis padres nos abandonaron y se fueron a la Argentina a barrer un local de tangos, hecho admirable teniendo en cuenta que la lepra había tornado sus manos en muñones, aunque mi madre conservó milagrosamente el dedo índice de la mano derecha ("pa hacerme un dedo sí que me he quedao, por lo menos", decía ella con su gracejo). A partir de aquí paso de ser clase baja-baja a ser de clase baja-ínfima.
A los 8 años me fui con mi hermana a Cieza, pues quería ser cantante. Como tenía la voz de un perro analfabeto con anginas, no pasó de puta en un bar de carretera llamado Big Travel, mientras yo ejercía allí mismo de limpiabotas con la lengua, pues no teníamos posibles para comprar el material adecuado a tan digno oficio.
A los 14 años mi hermana encontró trabajo descargando camiones en Madrid y allí nos fuimos los dos.
No cambié de escuela porque nunca había ido. Es por eso, además de por el olor que desprendía, por lo que nunca hice amigos ni conocí a mujer alguna, y hasta la fecha.
A los 6 meses de estar en Madrid, durmiendo bajo un pino pinsapo en el Parque del Oeste, fui una mañana a llevarle la comida a mi hermana al trabajo (medio bocadillo mordido de calamares y la tapa de un yogur con restos chupables que encontré en una papelera), con tan mala fortuna que de un camión se desprendió una caja grande de jureles con su hielo y me cayó encima, dejándome estupefacto, baldado y en coma.
Desperté en una silla de ruedas en mayo de 2015, con 76 mal aprovechados años. Una enfermera llamada Matilde Gotero, de clase alta y cara de mala hostia, me dio una tablet para que me entretuviera y no le diera el coñazo, enseñándome los rudimentos de la navegación cibernética. El destino quiso que arribara a este acogedor puerto llamado foroparalelo, donde decidí establecerme mientras espero plácida y tranquilamente a que la Parca me lleve.
Espero que sepáis guardarme el secreto, pues he contado cosas que no sabe nadie y que a nadie importan una puta mierda.
Vuestro, affmo., Faustino Baticola Sotuélamos del Pobil.