Curiosa primera vez en LSD con final épico

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    ForoParalelo: Miembro Avatar de AlienPiter
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    19 jul, 18
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    Curiosa primera vez en LSD con final épico

    Buenas tardes a todos los foreros:

    MICRORELATO EN EL QUE CUENTO NUESTRA PRIMERA VEZ CON LSD. QUIEN LEA CON INTERÉS; DISFRUTARÁ COPIOSAMENTE Y QUIEN NO; QUE NO LEA.

    GENTE HIPERACTIVA EN BUSCA DE DIVERSIÓN RÁPIDA: PACIENCIA O PUERTA. QUE NADIE ME VENGA DICIENDO "VAYA TOCHO" Y ESAS POLLAS. INSISTO: ES UN MICRORELATO.

    SINCERAMENTE, GRACIAS.


    Dos amigos y yo nos hicimos con unas microdosis de LSD "bastante decentes" según las gentes que compraban al camello en cuestión. A las 16:00 de la tarde de ayer nos encontrábamos en un banco en medio de un parque muy grande, muy verde y muy soleado.

    Iba ser nuestro primer viaje en ácido así que, cautelosamente, decidimos ingerir 70μg cada uno de mis amigos y 40μg yo ya sabiendo que la dosis recreativa media suele variar entre 100-150μg. Yo soy el que más se ha informado, el que más leído experiencias de buenos y malos viajes y encontrado diferentes guías de introducción a la toma de ácido. De ahí que tomara menos que el resto. Por si por algún casual se nos iba de las manos, yo estaría mejor dispuesto a controlar la situación. No deja de ser un estúpido planteamiento, pero algo de sentido tiene. Ah, y nos acompañó otro amigo ajeno a la experiencia para cuidarnos.

    Personas:

    Pedrito: acompañante sin consumir.
    Ernesto: 70μg.
    Lucas: 70μg.
    Yo: 40μg.

    No teníamos problemas interiores; estábamos emocionados y contentos. Los exámenes de la universidad nos habían salido bien, el entorno era maravilloso y sabíamos que íbamos a pasarlo como nunca antes lo habíamos pasado en el banco de un ridículo parque.

    A la hora y media tras la ingesta sublingual no ocurre absolutamente nada. Se hacen las dos horas y más de lo mismo; nada. Estábamos en el parque mareando, hablando y comentando la jugada. Nos llevamos muy bien y no tenemos problema en matar el tiempo.

    Poco a poco, a lo tonto a lo tonto, Ernesto, empieza a gozar y a reírse, a estar guay, a hablar más alto de lo normal y a estar de muy buen humor. Era algo evidente. Se le notaba en la cara, en sus gestos faciales. A Lucas le dio por apalancarse en el banco y desistir de todo esfuerzo, él, ausente de todo. Pedrito, estaba hablando muy animadamente conmigo y con Ernesto.

    Al poco rato Lucas comentó que se sentía raro, normal, como siempre, pero raro. Yo le dije que compartía la sensación con él. Nadie estaba viendo visuales ni nada raro, la realidad estaba 0% alterada para los tres.

    Nos hicimos una foto muy simple, una selfi, para recordar el momento y las risas. Ernesto pidió entre risas que quería ver la foto y cuando yo, cumpliendo con su orden, le pasé el móvil de Pedrito para que la viera, se levantó de repente a la vez que lanzaba con brutal fuerza el móvil contra el suelo y gritaba: «¡¡Mecaguendios, mecaguendios!!» a la vez que se ponía las manos sobre la cabeza enseñándonos una cara de terror animal. A Lucas y a mí se nos cambió la cara también. Nos acojonamos vivos, pero vivos. Jamás habíamos visto a Ernesto actuar con tanto nerviosismo y tanto enfado. Era algo tan raro y poco cotidiano en él que, al mirarnos, Lucas y yo, nos dimos cuenta de la seriedad del asunto. Dedujimos que había sido el ácido y no teníamos ni la más remota idea de lo siguiente que iba a hacer: ¿pegarnos?, ¿salir corriendo?, ¿gritar como un loco en medio del parque? A los segundos, yo congelado, le pregunto con miedo: «¡Eh, Ernesto! ¿Pero qué ostias te pasa?» Él estaba todo rayado dando vueltas sobre sí mismo unos metros adelante nuestra hablando solo entre susurros.

    Acojonados, estábamos los tres del banco acojonados y mudos, expectantes a su siguiente movimiento, pero de repente, con la misma rapidez con la que se había levantado antes, nos sorprende verle como se acerca a nosotros y se vuelve a sentar a mi derecha, donde al principio y nos cuenta con un tono muy dramático y asustado que, al verse en la foto, se ha visto más raro que nunca. Que no podía ser él, que ese rostro tan desfigurado y carente de vida no podía ser él. Que no era posible que él tuviera esa cara tan, tan deformada. Que no iba a pasar por alto que esa persona de la foto, en su posición –o sea, él mismo–, a mi derecha, fuera él. No, no y no…

    ¿Pero qué cojones? ¿Nos está diciendo en serio que, aunque nos acabamos de hacer una foto juntos, él no es él? No puede ser semejante idiotez. Absurdo, muy absurdo. Ante comentarios así, tan fuera de la realidad, la vida me da una pereza infinita. Mi cerebro, por pura supervivencia, pone en marcha automáticamente un mecanismo con el que, sin permiso, obliga a mi cuerpo a actuar de modo contrario a lo que piensa: finjo, muy convincentemente, no entender el comentario recién escuchado; así, mientras la persona intenta explicármelo, tengo tiempo en el interior de mi cabeza para preguntarme cómo es posible que esa persona no sea capaz de darse cuenta del sinsentido de lo que acaba de decir. Me impacta tanto que necesito mi tiempo personal para reírme y este es el único modo en el que sé hacerlo.

    Esto suele pasar, como ya he dicho, cuando un comentario me demuestra de quien lo dice un grado inhumano de ignorancia. Interpreto, de un modo intangible y radical, que cualquier opción de ayudar a ver el error es nula. Mi cerebro, roto al escuchar comentarios tan incoherentes, juzga más eficaz y productivo dejarse llevar y escuchar cómo la otra persona sigue hablando para, interiormente, reconstruirse y recuperarse de la ausencia de realidad recién escuchada.

    Percibo con tal exactitud cómo estas personas demuestran tanta seguridad y fe en algo tan contrario a lo que yo interpreto como verdad que todas mis ganas de conversar se agotan al instante. Estamos ante un fallo genético de carácter crónico que he visto en muchos de los que han pasado a mi lado. Pero está bien, al fin y al cabo, es gracioso, somos humanos.

    El seguía y seguía, discutiendo e intentando hacernos ver que era verdad hasta que se cansó al ver que no le hacíamos mucho caso. No le dio más importancia y dejó el tema, sin más. A los pocos segundos ya estábamos hablando de otro tema Pedrito, Lucas y yo y no fue hasta 30 minutos más tarde cuando Ernesto, que no hablaba desde lo de la foto, se nos dirigió con expresión de haber descubierto oro diciéndonos: «¡Es un bucle, todo es un bucle!» Nosotros no entendíamos absolutamente nada de nada. Primero lo de la foto y ahora lo del bucle. Se hincó más en el tema. Bucle arriba, bucle abajo, la vida es un bucle, esto es un bucle, vosotros sentados en el banco, la gente que pasa, todo es un bucle. Nosotros escuchábamos atónitos. Ernesto nunca se había comportado de esta manera y nos costaba creer que era culpa del LSD porque ni Lucas ni yo sentíamos nada. Nada excepto una extraña sensación de desubicación, pero nada destacable, nada preocupante. Estábamos completamente preparados y en disposición de presentar una exposición en clase, por ejemplo. Lo de Ernesto, sin embargo, no nos cuadraba…

    Era obvio que él estaba en otra onda distinta a la nuestra, él iba a su puto rollo. Hablaba con nosotros y contestaba con coherencia, pero muy repetidas veces decía lo del bucle y cuando sacábamos el móvil le tenía un miedo atroz; nos obligaba a guardarlo.

    Nos decidimos por hacernos un porro mientras que Ernesto no era capaz de decidir si le apetecía o no. ¿Veis?, Ernesto estaba actuando con la normalidad de siempre, pero nos descolocaba cosas como las tonterías que decía, cosas que solo cobraban sentido en su cabeza, o el simple hecho de no saber si le apetecía un porro o no. Nos empezaba a desquiciar…

    Cosa seria sabía que estaba pasando cuando me percaté de que a Lucas le estaba costando más de lo normal liar el canuto. Él es un experto, todo un genio con los dedos a la hora de elaborar un buen porro. Le he visto liar porros borracho y fumado con una facilidad que nunca podré alcanzar en mis mejores condiciones. Conduciendo por entre curvas venenosas y yendo en bici sin manos, logra un acabado magistral. Haya viento o esté nevando, Lucas es el mejor liador del mundo, no exagero, no miento. Le comento cómo lo lleva y me dice que no sabe qué pasa pero que le está costando. Tenía una cara de concentrado tan grave que no me lo estaba creyendo, no entraba en mi cabeza. Es como si de un momento a otro se te olvida cómo se prepara un vaso de leche con colacao. Ridículo y desconcentrarte. Se cabrea y empieza de nuevo. ¿Lucas empezando de nuevo a liar un porro? Os juro que no me lo podía creer. A los pocos segundos admite que no es capaz de liarlo y lo guarda todo. Muy disgustado me dice que se encuentra raro, desubicado. Que está normal, pero que nota algo en su cabeza que le hace estar de un modo que no sabía explicarme. Yo no me creía que lo que le pasara era tan complicado que fuera imposible de explicar. ¡Me estaba desesperando yo más que nadie! Empieza a hablar, sin embargo, y voy entendiendo cómo se siente porque yo también coincidía en algo de lo que decía.

    A todo esto, Pedrito estaba flipando ante todo el show que estábamos dando. Lucas terminó de explicarme su estado y se cabreó consigo mismo diciendo que por sus cojones iba a liar ese peta. Así fue, lo lió en unos segundos, como de costumbre, ahora sí, y nos lo fumamos gozando de más. Ernesto no quiso ni probarlo.

    Pasada una hora, serían ya las 22:00 imagino, Ernesto se levanta y nos dice que quiere ir a cenar. Nosotros, de acuerdo con él, le seguimos y cuando llevamos un minuto caminando, ¡un minuto! Y se me ocurre preguntarle a dónde estamos yendo. Él, que iba delante, se gira hacia nosotros y nos dice que no lo sabe. ¿Cómo que no lo sabes?, le digo, y nos dice ahora que no sabía dónde íbamos. Yo estaba flipando, en serio os lo digo, que no me cabía en la cabeza como alguien podía estar tan empanado. Ya no sabía si era el ácido, si era que realmente no conocía a mi amigo o yo qué sé.

    Después de estar explicándole que nos habíamos ido a cenar, en mitad de mi explicación, me corta y pregunta de repente dónde estábamos. Yo ya fuera de mis casillas le digo que si está de coña y me dice: ¿coña de qué? Armado de paciencia le vuelvo a explicar que nos habíamos ido a cenar y me vuelve a cortar diciendo que porqué si él no tiene hambre. Brutal. Miro a mis amigos para comprobar si era real lo que yo estaba escuchando y me lleno de tranquilidad cuando veo que Lucas y Pedrito llevaban una cara de sapo flipante. Nadie entendía nada y Ernesto menos. De verdad que pensábamos que no estaba, que no aquí. Era increíble la desubicación que llevaba el chaval encima.

    Vivimos los cuatro en la misma residencia universitaria así que nos dirigimos hacia ella ya abatidos y cansados. Había sido una tarde muy rara en el parque protagonizada por una desilusión constante al no experimentar los efectos de LSD esperados en lo tanto que había leído. Sin embargo, ahora vino la mejor parte del día, os juro que jamás me he reído tanto en mi vida. Eran cerca de las 23:00 y la entrada de la residencia se encontraba con poco flujo de gente, casi nadie. Nuestro único obstáculo era el portero. Hay que poner buena cara al pasar por delante de él, esconder nuestra cara de baboso debido a la marihuana y pedirla la llave de nuestras habitaciones, nada más. Así pues, subiendo las escaleras de la entrada nos ponemos serios, nos preparamos para nuestro show con el portero y entramos por la puerta principal. Pedimos nuestras respectivas llaves y nos dirigimos hacia el ascensor. Misión cumplida. Entra primero Lucas, después Pedrito, luego yo y por último Ernesto que el pobre estaba demacradísimo. Iba vagando, iba como un flan por la vida, estaba destrozado y muy cansado. Pulsamos el botón del quinto piso y subimos en silencio. Éramos cuarto en un ascensor para tres. Es muy pequeño y estábamos bastante apretados.

    Madre mía cómo cuento esto… Me estoy descojonando delante del ordenador, en serio. Bien, la cuestión es que por el segundo piso a Ernesto se le ocurre girarse para ponerse cómodo y termina delante de mí. Al finalizar el movimiento levanta la cabeza y se encuentra cara a cara con él mismo; estaba mirándose al espejo del ascensor. Le miro por el reflejo y veo cómo se mira fijamente y modo muy serio, como si no conociera su propio reflejo. Ponía la misma cara que pone cuando le cuanto algo que no entiende. Una cara de incomprensión total. De repente se le levantan las cejas con mucho asombro y la expresión le baja de inmediato a los ojos, que los abre como platos. La expresión se le transforma de asombro a horror en milésimas de segundo y grita: «¡¡Ostia puta, ostia puta!!» Se da la vuelta mirando hacia nosotros y grita aún más fuerte: «¡¡Sacarme de aquí, cabrones!!» Se empieza a mover como un esquizo y nos golpea y empuja nerviosísimo él. Yo no entendía la situación hasta que la entendí; la foto en el móvil. Ahí me empiezo a descojonar como si no hubiera un mañana, estaba rozando el infarto y el abdomen se me iba a partir en dos. La sensación era increíble: cuatro amigos en un ascensor todo apretados como sardinas descojonándonos por el terror que estaba pasando un amigo drogado en ácido que pedía a gritos salir del ascensor porque había visto una imagen terrorífica de él de la que no podía escapar. Es que joder, el terror que vivía era real, el pavo pensaba que había otra persona en el ascensor que le quería matar o algo. Al poco rato, por el cuatro piso, empezó a aporrear la puerta con plena intención de tirarla abajo, con patadas y todo mientras que las carcajadas eran ya épicas. Pedrito lloraba lagrimones de risa y Lucas se apretaba fuertemente con dos manos el pene y los huevos porque es de esos de los que se mean de risa. Yo estaba en la gloria, yo estaba en la puta gloria.

    Finalmente en el quinto piso, se abre la puerta y vemos como Ernesto sale escopeteado por el pasillo cual toro en celo. Animal, tú, fue animal. Nos despedimos nosotros y nos fuimos a dormir.

    Hablé con el camello al día siguiente de lo sucedido y me dijo que no me pegó porque no consumí la suficiente dosis para que mi cuerpo se ceda a la sustancia. Tenía que haber consumido unos 100-150μg por lo menos para notar el efecto y ciertas visuales y, que con la dosis tan pequeña que consumí tendría una percepción distorsionada del pensamiento. Al hablar con Lucas concluimos que esa era justa la sensación que experimentamos en el banco, una percepción levemente distorsionada de nuestro pensamiento. Respecto al pobre Ernesto, no sabemos qué cojones le pasó.

    Al fin y al cabo, lo pasamos de puta madre y tenemos pensado, Lucas y yo, comprar dosis de 150μg para fliparla de verdad. El pobre Ernesto, sin embargo, no quiere saber nada del LSD para el resto de su vida.

    Gracias por leerme,
    AlienPiter

    PD: Pediré que me rulen la foto de la que se asustó Ernesto y en la que salimos todos los protagonistas de la historia. Cuando la tenga, actualizaré.

  2. #2
    ForoParalelo: Miembro Avatar de gusan@vel@z
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    El LSD es un droga.

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  3. #3
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    Mu ricos los ajos con el arrocito

  4. #4
    ︻┳═ 一︻╦̵̵͇̿̿̿̿╤──dҾறଇnㄅ 天上 Avatar de GolpeCelestialXV
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    LSD= LOCO PSICÓPATA DEMIGRANTE

  5. #5
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  6. #6
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    Esto es falso desde que sabes los microgramos de LSD que supuestamente te has metido, cómo los has medido campeón? te lo ha dicho tu camello? Jajaja enga salu2.

  7. #7
    ForoParalelo: Miembro Avatar de gusan@vel@z
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    Drogas psicodélicas:

    -los porros.
    -la mariguana.
    - el hachís.
    -las cocainas.


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  8. #8
    ForoParalelo: Miembro Avatar de xfranksx
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    No sé yo... te lo dice uno que jugó muy de vez en cuando en su época con lo AJOS...

    Tu amigo, según el relato, parece que se vuelve gilipollas en vez de colocarse.

  9. #9
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    Vaya tocho

  10. #10
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    Me he quedado en AlientPiter

  11. #11
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    no lei un carajo
    y me hago el boludo

  12. #12
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    qué hacéis metiéndoos con el lsd?
    vivís en los 80?

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