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Caballerosis
Desde pequeñitos nos han bombardeado con mensajes subliminales y no tan subliminales sobre lo que se suponía debía ser un verdadero caballero, un empedernido príncipe encantador con las melenas largas (el rapado favorece la síntesis proteica) y rasgos afeminados, que enseguida ubicará a la princesa de turno en su correspondiente pedestal sin motivo aparente, ya que ni siquiera sugiere interés sexual hacia ella y la princesa no es que lleve muchas luces a bordo.
Así las cosas, nos encontramos con el prototipo de princito sin pito con la cabeza llena de serrín, y la princesa buenorra que sabe que lo está y actuará en consecuencia manejando los hilos de la historia a su propia voluntad.
Disney nos ha educado para convertirnos en machos de segunda, sumisos y tolerantes, siempre dispuestos a luchar por el bien (el de la princesa) dejando de lado su orgullo y su dignidad. En contraposición a este nos encontramos a Himan, la máxima expresión de las aspiraciones de todo hombre debe tener.
El Himan sabe lo que quiere y cuándo lo quiere, él es un líder nato no un sirviente de princesas clónicas, él es duro y respetable no un niño insufrible, él puede estar enamorado no obsesionado, él es puro músculo no un fibrado adolescente sin media ostia.
Por tanto, es el HIMAN aquel en quien los niños deben fijarse bien para construir buenos valores desde el principio, que les inculquen la aventura, que les lleven por la senda de la virilidad, no la senda de la futura pensión para la princesita, la cual en cuanto haya terminado de sangrar a nuestro intrépido principe, buscará a su Himan, aquel que la hará chorrear y ocupará un lugar primordial en sus pensamientos, sabiendo que nunca podrá llegar a atarle, que nunca podrá doblegarle, y que seguirá su senda en cuanto haya exprimido su aceite de coco sobre la cavidad bucal de la princesa.
Los que hayáis crecido con ese virus implantado en vuestro subconsciente, todavía estáis a tiempo de cambiar vuestra visión del mundo y de la vida: La vida está ante todo para vivirla por y para tí mismo, porque eres la única persona que se irá contigo a la tumba.