La Iglesia española había apoyado la sublevación militar contra la
República. Después de la victoria legitimó al nuevo régimen dándole su
reconocimiento moral. Durante el primer periodo franquista se va a producir
una estrecha vinculación entre el estado y la Iglesia, coincidentes ambos en un
objetivo común: controlar la sociedad civil. De ahí el arraigo del fenómeno del
nacional-catolicismo.
“Desde sus orígenes el franquismo se apoyó en tres pilares: el ejército,
la Iglesia y el partido único. La habilidad de Franco consistió en bandearse
entre esas tres fuerzas, a veces enfrentándolas entre sí, sin vincularse a
ninguna de ellas”1
. Esta frase de Joseph Pérez sirve para tratar de
contextualizar el estudio a realizar sobre el tema de la España nacional-católica
y situarlo en su justo término, porque la posguerra había puesto de manifiesto
una evolución social que pasaba, entre otros aspectos, por un renacimiento del
estamento eclesiástico, auténtico “detentador de posiciones excepcionales en
el cuadro del nuevo régimen –a través del Concordato de 1953- y protagonista
de una renovación interna acorde con las altas directrices del Papado y del
Concilio Vaticano II, que restaura a la Iglesia española en su auténtica misión
de orientadora y propulsora de la regeneración social”2
. La Iglesia, que se
solidarizó con el Alzamiento, recibió a cambio las prebendas del régimen
franquista y volvió a ser la religión del estado.