Mi vida.
Estoy exhausto.
He intentado superar este ahogo durante años. Es inútil. Superior a mis fuerzas. Ni puedo ni quiero ganar. Solo quiero parar y decir todas las cosas que rehuyen el lenguaje y gangrenan mi interior.
Tú me has dado el ser y la nada, todo a la vez, no te amé por tus presentes, pero tampoco te maldije por tu condena, por eso, no esperes que hoy mi garganta gaste un sorbo de aire para gritar una vez más.
Solo desearía enmudecer.
Dejar de mirar tu cara para jugar una lotería amañada y pedir un beso tuyo, un beso imposible.
Contemplar tu imagen perfecta de mujer y la de las estrellas en tus ojos con el último adarme de brillo que emitan los míos exánimes.
Caminar a paso corto, periódico, desapasionado y recibir tus golpes hasta que mi corazón falle, mi cabeza se pose sobre las rodillas y mi cuerpo caiga, ya libre, en un frío lecho de piedra y polvo.
Levantar mi puño contra ti y marcar su piel con el filo cortante de tu alma.
Huir a un sitio cómodo, cerrar los ojos y descansar al fin.