El demiurgo bate sus alas ínclitamente tautológicas para desperezar el gnosema al albur del pacto sinalagmático. Mientras tanto, los codicilios trucados en trampantojos claman por las eras fenilpirúvicas y someten a los blasfemos con ictericia. Quede constancia de ello en los relieves demóticos del rabo de Esther.