Pilar Nawal tiene 8 años y el curso pasado fue una de las mejores alumnas de 3º de primaria en su colegio público del barrio de Manoteras. Llegó a casa con tantos sobresalientes como Nadia Comaneci tras las Juegos Olímpicos de Montreal. A la niña le faltó poco para completar un ejercicio completo. Falló en Educación Física, donde le pusieron un "mal".
- ¿Por qué suspendiste, si en esa asignatura no hace falta estudiar?
- "No tenía chandal ni zapatillas", responde la pequeña sin rubor, con sonrisa pícara.
A su lado, compartiendo un banco en el parque, su madre escucha orgullosa hasta que oye lo del chándal, donde hace una mueca como si le doliera. "Cuando tenía tres años, una profesora me dijo: 'esta niña va a ser una persona importante en la vida'. Vamos, que no va a ser como yo". Su hija le responde con una mirada indulgente. "Eso qué quiere decir, ¿que voy a tener trabajo? Porque nadie te da trabajo nunca..."
La madre de Pilar Nawal se llama Cristina, y a sus 24 años se le han atragantado las matemáticas. En su casa no salen las cuentas, y septiembre es un examen difícil de superar, porque allí la vuelta al cole es una ecuación sin solución. Si damos por buena la media de gasto que calcula un portal de consumo que se produce en cada hogar español con el inicio del curso escolar, unos 838 euros, esa cifra Cristina la multiplica por cinco, que son los hijos que tiene a su cargo. Sin poder dividir la cuenta en dos, porque no tiene marido. Demasiado debe cuando no queda nada en el haber.
Cristina estuvo viviendo hasta hace año y medio con el padre de las cuatro niñas que corretean por el parque (de 8, 6, 5 y 3 años), alegres pese a todo, y el bebé rubio de ojos azules que arrulla en sus brazos sentada en el banco. "Yo cambié el muñeco por un niño". Madre adolescente, tuvo su primer hijo a los catorce años con una antigua pareja que tiene la custodia del chaval. Durante el embarazo y tras el parto, Cristina siguió estudiando. "El niño en la guardería y yo en el colegio". Después llegarían las niñas y un trabajo estable en un supermercado, con contrato indefinido, y un sueldo que alimentaba a toda la prole.
"Tenía otra vida, mi dinero, mi marido y mis niños, porque me encantan los niños, como se ve, pero se torció todo de una forma loca (aludiendo a su ex, condenado por maltrato), me separé y tuve que dejar el trabajo para cuidar a las niñas". Y todo se volvió sombrío. "Nos cortaron la luz y no veía la manera de salir adelante. Las niñas se empezaron a dar cuenta de que en casa faltaban cada vez más cosas y me tuve que poner a pedir en la calle".
El curso pasado, mientras Pilar Nawal cosechaba sobresalientes en las aulas del colegio, su madre acudía casi a diario a una estación de metro, próxima al supermercado donde tuvo su último empleo estable ("que te conozcan de toda la vida, y que de repente te vean así...", se lamenta) en busca de cifras que cocinasen la cena. "Mientras han tenido colegio, las niñas han desayunado y comido allí, después meriendan en la Cruz Roja". Pero llegaron las vacaciones, y no la concesión de la Renta Mínima de Inserción (que se sigue tramitando, en una espera agónica). El servicio de comida a domicilio puesto en marcha por el Ayuntamiento de Madrid para menores en exclusión (2.071 niños recibieron esta ayuda en verano, según la alcaldesa Ana Botella) no llegó a casa de Cristina y sus niñas han tenido que postergar los helados hasta nuevo aviso, porque los meses de calor han sido de legumbres, arroz y garbanzos en una casa donde todo el dinero que entra llega en forma de moneda. "Este verano ha sido cuando las niñas se han dado cuenta de la situación en la que estamos".
Ana Botella
Cristina dice que un día conoció a Ana Botella. Recuerda que se la encontró en un comedor social durante una visita de la alcaldesa. "Estaba con mi madre y los niños, y se acercó, me dijo 'cuántos niños', simpática, pero mi madre la contestó: 'usted duerme en una cama de oro'. Se le cambió la cara". La madre de Cristina, abuela de muchos nietos con tan sólo 47 años, también ha perdido su trabajo. Todos viven en un piso del IVIMA, el organismo de la vivienda pública de la Comunidad de Madrid, al que ya se le empieza a deber dinero. Una endemoniada función exponencial que también impedirá que su bebé entre este año en la guardería. "Allí también debo dinero del año pasado, cuando estuvieron las niñas pequeñas. Me piden que lo pague, pero no tengo cómo hacerlo". El próximo martes, las cuatro pequeñas coincidirán juntas, por primera vez, en el colegio. Si en verano han comido gracias a la limosna, en septiembre abrirán los libros por la solidaridad vecinal. La cooperativa de la asociación de madres y padres del colegio les ha llenado las mochilas. Además, Pilar Nawal este año ha conseguido chándal, y también zapatillas. "Aunque me quedan un poco pequeñas", apostilla la niña. Pero la madre suspira. "Lo que más le pido al mundo es que puedan estudiar".
http://www.elmundo.es/madrid/2014/09...05a8b457f.html