El terraplanismo de Hitler
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El terraplanismo de Hitler
Hitler compró un billete de lotería. Apalabró la compra de una casa. Preadquirió toda clase de enseres para su hogar. El billete no le tocó y lo tuvo que devolver todo. Hitler concluyó que el Estado era un mentiroso impostor. Hitler era esquizo. Porque la locura existe. Pero también apostó por su forma de gloria: el hedor. Una gloria moralmente pútrida. Pero una expresión de su naturaleza.
Frank J. Tipler, en su física de la inmortalidad, alude al teorema del niño malo como recurso de Dios-Omega para integrar a Hitler: dejarle sólo con el tiempo suficiente por delante para que normalizara o fuera feliz en su solipsismo de metabuscador de lo transcendente en imposibles errores. Sin embargo parece claro que existen dos actitudes placenteras en la existencia y que quizás Hitler no se equivocara en la elección. Cabe una poética contemplación silenciosa de la belleza de lo existente mediante un intento de violación de su independencia intentando un verbo cuya densidad expresiva desnude y hasta anule el propio poder de lo real que sustenta a esa belleza. Cabe un simple uso mediante el físico y carnal acercamiento al bosque se pisa, la mujer que se acaricia o la idea que se implementa en la fábrica expresando la tecnología del demiurgo, el ingeniero que pretende la condición divina. Sea como fuere son todo relaciones de interacciones que pretenden la expresión de la necesidad de una naturaleza. A la existencia por la diferencia y a la diferencia por la novedad, el impacto de las potencias o la simple extrañeza.
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juanper
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