Lance con un guarro en Las Ventas de San Julián.

  1. #1
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    Lance con un guarro en Las Ventas de San Julián.

    Os describo este singular lance que tuve en ese pueblo toledano con un puerco, fue en el camino que sale de la estación de autobuses, hace casi 20 años, la adrenalina de la caza, la emoción de ver caer a la presa, el hecho de que casi me llevo una cuchillada en la pierna, todo eso quizá haga que en mi mente se desdibujen un poco los detalles:

    De aquellas tendrían poco más de 20 años recién cumplidos y aquel verano había aprobado todo en la carrera, incluso saqué una flamante matrícula de honor que mi padre compensó comprándome un Megane GT de segunda mano, un cochazo de 150 cv que terminé reventando de tanto viajar por los pueblos de esta mi querida España, pero no nos desviemos del punto, la caza del cochino.

    Era un guarro portugués, un cerdo con cresta, chupa de cuero y pantalones rotos, debía llevar tatuado el brazo izquierdo entero porque le asomaban desde el cuello a la muñeca de ese brazo trazos negros y descoloridos, le calculo como metro y setenta y cinco centímetros de altura y no menos de 85 o 90 kilogramos de peso, un buen ejemplar, relativamente sano, de unos treinta años y sin duda libre de las enfermedades que suelen aquejar a su especie, SIDA y hepatitis producto del consumo intravenoso de heroína. Yo hacía el servicio de seguridad de la estación de autobuses del pueblo, lo que entonces se llamaba vigilante jurado, era un trabajillo de verano, sencillo, tranquilo según decían y con un único inconveniente, el calor que se pasaba haciendo ronda, por eso solo hacíamos dos rondas en los turnos de día, por la noche era otra cosa y se podía estar fuera de la garita climatizada.

    La única amenaza eran los mendigos que buscaban entrar a dormir o colarse a robar tercios de Mahou al bar de la estación, lo que se dice un destino cómodo, si no hubiera sido por el calor y aquel pantalón de fibras sintéticas que nos obligaban a llevar y que tardé poco en remplazar por uno de algodón casi idéntico. Pero aquella tarde, aquella aburrida tarde de sábado, viví uno de los episodios más violentos y rocambolescos de mi vida. No eran ni las 7 de la tarde cuando llegó el autobús de Setubal, aquellos autobuses portugueses iban siempre hasta arriba de inmigrantes negros, temporeros, señoras mayores y algún que otro gitano suelto, los buses solían estar todos para el arrastre, parecían sacados de algún desguace tercermundista. Aquel día el de Setubal llegó a la dársena dos, solo había dos dársenas, muy acelerado y parando in extremis de un tirón del freno electrohidraúlico. El conductor abrió las dos puertas, bajó corriendo y se dirigió a la salida trasera del vehículo, debía estar bastante alterado porque en su rostro traslucía una mala hostia muy poco habitual en los portugueses, que a menudo, cuando se enfadan parecen más hastiados y cansados de la vida que furiosos o con ganas de matar a alguien. Lo de este tipo parecía más bien lo segundo, estaba muy cabreado al parecer, no sabíamos con qué o quien porque gritaba cosas en portugués a alguien que permanecía dentro del autobús, en la parte trasera. Tardó poco en entrar de nuevo al autobús, esta vez por la parte de atrás, allí debió estar forcejeando con alguien unos segundos, a continuación vimos salir corriendo al cochino que os he descrito, un punki con cresta verde y pinta de no haberse lavado en tres años, tras él apareció arrastrándose el conductor, sangrando por la cabeza. Ni lo pensamos, mi compañero y yo salimos corriendo detrás del huido.

    Mi compañero en aquel turno era el Sanjuro, un viejo a punto de jubilarse obsesionado con su trabajo y con las artes marciales, durante la Transición había militado en la temida Primera Línea de Falange, que en su día controlaba Las Ventas de San Julian y toda la comarca de alrededor con puño de hierro, presumía de hacer todas las mañanas 200 flexiones y 200 abdominales y era suscriptor de las revistas Cinturón Negro y Soldier of Fortune, de esta última apenas podía leer nada ya que no entendía inglés, pero le gustaban las fotos y además aprovechaba para pedir cuchillos militares y otros inventos a Estados Unidos. El nombre de Sanjuro era por la película de Kurosawa, la más cercana referencia a las artes marciales que había en aquel pueblo.

    El punki estaba gordo, aun sin llegar a obeso mórbido si que dejaba escapar una barriga bastante poco elegante y unas tetillas de cerda preñada que se bamboleaban de un lado a otro mientras corría, quizá por eso yo, joven y @agil, le alcancé pronto, en el camino que llevaba de la estación de autobuses al vertedero municipal, me lance a zancadillearle y rodó por el suelo, yo me arrastré unos metros por arena y me puse rápidamente en pie, a tiempo para ver como Sanjuro llegaba y la emprendía a porrazos con el guarro.

    Sorprendentemente Sanjuro nos había seguido muy bien el ritmo, era un tipo enjuto y bajito, muy aficionado a recorrer en bicicleta aquellos pueblos polvorientos, pero aquella delgadez y su escaso tamaño le ponían en clara desventaja frente al punki, este se zafo de aquellos primeros golpes y, ensangrentado totalmente, agarró a mi pobre compañero de la cabeza, después de propinarle unos torpes puñetazos en toda la cara le tiró con fuerza a varios pasos de distancia, haciéndole caer en una zanja cercana. Fue entonces cuando aquel cerdo desgraciado firmo lo que iba ser su sentencia de muerte, chillando en portugués insultos contra mi y contra mi compañero se llevó la mano al bolsillo trasero de sus destrozados Levis y sacó lo que claramente era una navaja, una de esas navajas españolas de hoja curva y ancha, con las cachas del color del vino y unos adornos damasquinados preciosos. No le dio tiempo ni a abrir la hoja y yo ya me había tirado encima, agarrando su muñeca y su mano derecha con las dos manos y empujándole contra la tapia del hotel abandonado, que estaba al lado del camino. El intentaba alcanzar con la otra mano la navaja, pero mis dos manos haciendo presa y mi cuerpo haciendo de barrera se lo impedían, intentó darme varios puñetazos, pero en aquella situación, desequilibrado y sin distancia entre nosotros dos, apenas sí fueron dos patéticos golpes carentes de fuerza.

    Yo luchaba angustiado por arrebatarle la navaja, sabía que en el momento en que el lograra abrir la navaja las tornas iban a cambiar en nuestra contra y no quería ni imaginarme las ganas que tendría aquel marrano apaleado y vengativo de hundir la hoja, seguramente oxidada, en las costillas de Sanjuro y de paso también en las mías, quizá yo no le hubiera inflado a porrazos pero sí que le había derribado violentamente de una zancadilla. Espoleado por sus infructuosos golpes comencé a darle rodillazos en la tripa, las piernas y el bajo vientre, aquellos golpes tuvieron que hacer mella en su resistencia porque notaba cada vez menos fuerza en sus brazos, aproveché esa debilidad para empezar a darle de cabezazos, usando mi cabeza como un ariete le lancé varios testarazos que terminaron de vencer totalmente su resistencia, los primeros le dieron en la nariz y la boca y al alejar el rostro en un gesto instintivo los siguientes le pegaron de lleno en la mandíbula, soltó la navaja y levantó el brazo en señal de rendición, por un segundo pude respirar aliviado y dejé de golpearle.

    Pero al guarro rendirse no le sirvió de mucho, nada más quitarle la navaja y ponerle contra la pared para ponerle las esposas y cachearle llegó como una exhalación un aliado inesperado, una figura negra como un demonio, babeando y gruñendo, era Belcebú, un perro enorme mezcla de pastor belga y podenco que merodeaba siempre por la estación de autobuses y al que Sanjuro alimentaba con chope y salchichón. El animal se lanzó contra el puerco y le enganchó directamente la parte trasera alta del gemelo, tirándole al suelo, No tuve tiempo de quitarle a Belcebú de encima cuando Sanjuro, recuperado de la caída volvió al combate y se lio a patadas y pisotones con la cabeza del punki, que chillaba, como el gorrino que era, con una fuerza y un tono que jamás volví a escuchar. Por lo que nos dijeron luego, todo el pueblo escuchó sus gritos, hasta el cura que estaba ese día en la ermita, a 5 kilómetros de allí.

    Yo intentaba agarrar al perro como podía aprovechando su pelaje pero era incapaz de separarle de su presa y no veía más que sangre y la bota pulida de Sanjuro machacando la cabeza del portugués, al final dejó de chillar y de moverse, el perro le había desgarrado media pierna, arrancándole el gemelo, que quedaba unido a su pierna solo por un hilo de tela vaquera y nervios. La cara la tenía destrozada, con una oreja colgando y un ojo totalmente desaparecido debajo de una pulpa informe de sangre y carne.

    Cuando Sanjuro y yo miramos atrás vimos al chofer del autobús, que todavía sangraba, aterrorizado y mirándonos con el rostro desencajado, empezó a llorar y a lamentarse en portugués, era el único testigo del lance. Sanjuro le agarró del hombro y le explicó que todo había sido defensa propia, el guarro había sacado una navaja y nos había intentado apuñalar, no creo que el portugués se enterara de nada en ese momento. Llamamos al dueño de Belcebú, que era una persona bastante respetada en el pueblo, empresario y dueño de aquel Hotel abandonado. Lavamos al perro, que estaba empapado de sangre y entre el dueño y Sanjuro se deshicieron del cuerpo del punki, el mismo Sanjuro me confesó años después que aunque aun vivía él le remató con una piedra antes de enterrarlo, el dueño del hotel mandó a un conductor suyo para que llevara el autobús haciendo la ruta hasta Madrid, que era su ultima parada.

    Yo acompañe al chofer portugués a una pensión, seguía magullado y en estado de shock pero después de fumarse un pito me contó lo que había pasado, el hombre era viudo y vivía en Setubal con su única hija, de 16 años, al parecer el guarro la había seducido y se la había llevado a vivir a una casa okupa, allí se la encontró el padre meses después sucia, medio desnuda, preñada y drogada, se la habían estado turnando entre varios como si fuera un porro. El punki decía que se quería hacer cargo del niño, que se pondría a trabajar pero el padre le escupió a la cara y amenazó con matarle si le volvía a ver, a la niña la ingresaron en un hospicio de monjas teresianas, allí tuvo al hijo pero del punki no se volvió a saber nada en Setubal. Aquel día el punki se había subido sin saberlo al autobús del padre en Plasencia, pero el padre no le había reconocido en un primer momento, cuando llegaron a la parada de nuestro pueblo el chofer ya le había reconocido y le empezó insultar y exigir que se bajara de su autobús, de ahí vino el forcejeo.

    Aquel hombre, profundamente religioso, se sentía exclusivamente el culpable de la muerte del guarro, como si fuera su único asesino. Le llevamos a Madrid, a las oficinas de su empresa con un informe del médico del pueblo diciendo que le dieran un par de semanas de baja por los golpes que se llevó en el forcejeo, nosotros seguimos trabajando como si no hubiera pasado nada. En el pueblo todos se enteraron de la historia, hasta del más mínimo detalle, y eso que ni yo ni Sanjuro ni el dueño de Belcebú dijimos nada. Pero daba igual nadie tenía el más mínimo interés en hacer nada, hubo rumores, cuchicheos, habladurías pero al año se había olvidado todo.

    Belcebú vivió todavía unos cuantos añitos después de eso y Sanjuro sigue vivo, jubilado eso sí, ha cambiado la revista Cinturón Negro por el Netflix pero sigue levantándose a las 6 para hacer su rutina de flexiones y abdominales, todos los veranos paso a saludarle.

    Del conductor del autobús si que no volvimos a saber nada, nunca volvió a hacer esa ruta.


  2. #2
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    Resume un poco hijo puta

  3. #3
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    A tomar por culo, amos no me jodas

  4. #4
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    Me lo he leido todo.....

    Puto verano ocioso...

  5. #5
    ForoParalelo: Miembro Avatar de solaje
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    Lance con un ladrillo del copón en foroparalelo: entré al hilo, miré con espanto y me piré cagando hostias.

  6. #6
    El más marchoso Avatar de Orencio
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    Muy bien, faltan @ovnis, pero muy bien

  7. #7
    Queriendo ser tu AMIGO Avatar de Crank12
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    Yo me lo he leído entero y tan solo quiero decir que

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