«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5:3)
Aquí la pobreza de espíritu no hace referencia a una escasez de conocimiento, pues Dios, siendo en un sentido el espíritu más pobre, abarca además todos los conocimientos. La pobreza de espíritu hace referencia a la escasez del ego, porque la humildad es un tipo de pobreza, y ésta debe reconocer que nada quiero, nada sé y nada tengo.
Nada quiero: mientras el hombre todavía posee la voluntad de querer cumplir o satisfacer la queridísima Voluntad de Dios, aún no posee esta pobreza genuina. Mientras desee llegar al Cielo y a Dios, no es pobre, pues un hombre pobre es solamente aquel que no quiere nada.
Nada sé: el hombre que ha de poseer esta pobreza debe vivir de modo tal que ni siquiera sepa que no vive para sí mismo, ni conozca ni sienta que Dios vive en él. Debe mantenerse tan libre y despojado de conocimiento que sea Dios mismo quien opere a través de sí.
Nada tengo: el hombre debe ser tan pobre que no posea ningún lugar en cuyo interior pueda obrar Dios, porque cuando en su corazón conserva un lugar, ahí conserva también una diferencia o un no-lugar. Porque cuando está libre de su propia voluntad y de la Voluntad de Dios y todas sus obras, entonces se halla por encima de todas las criaturas.
Esta es la batalla que libramos cada día contra el ego, que quiere de todo, dice saber mucho y nunca tiene suficiente.
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