Los olivos del Conde Duque de Olivares.

Eran las 4 de la madrugada de una noche de enero, el frío penetraba cada poro de su piel pero ahí seguían, abrazados, ajenos al tiempo. Un Tesla a punto de quedarse sin batería pasó por delante, ni les miró, buscaba llegar a un supercharger en el hotel de mala muerte a las afueras de la ciudad. En ese hotel se alojaba un hombre de negocios lleno de deudas, que quería escapar del país porque le iban a embargar todo, eran las 5 de la mañana y todavía no había podido dormir... se duchó y fue el primero en ir al buffet del desayuno. Esos croissants los elaboraba un obrador artesanal cercano, ahí trabajaba hasta hace poco una chica que tuvo que dejarlo porque tenía alergia a los ácaros de la harina. Esta chica, muy reservada, se había levantado otra vez al lado de un hombre que no conocía de nada. Sin poder dormir más, se levantó antes que él, fue a la despensa y se fijó en una cosa, una minucia, un bote de aceite, y pensó: el Conde Duque de Olivares, ¿tenía olivos?

Tenía Olivares, compraba en el Condis, y fumaba Ducados.