Iniciado por
Ricardo
Aprovecho este post para contar algo que nunca he dicho por aquí, aunque suele ser historia habitual entre los colegas. Yo jugaba en un equipete de fútbol de juveniles en mi pueblo. Éramos buenos pero siempre hacíamos temporadas lamentables; entre la edad del pavo, expulsiones, peleas y demás, y que algunos jugaban de empalme, al final casi siempre perdíamos. Hasta que la directiva se cansó y nos cambiaron al entrenador y llegó un entrenador de 70 años, de estos de la vieja escuela, que nos ponía a dar vueltas al campo durante una hora y antes de los partidos sólo sabía decir que había que comerse la hierba (que no había, porque era un campo de tierra). Todos lo odiabamos. A mitad de temporada nos invitaron a un torneo amistoso donde jugaban equipos de nivel: Valencia, Levante, Don Bosco, Cracks... Recuerdo que un jovencito Soldado estaba en el Don Bosco y en el Valencia había gente que ahora juega en primera, incluido Silva. No sé qué cojones hicimos pero nos plantamos en la final. Ellos jugaban a medio gas y nosotros nos dejábamos el alma en el campo. Nos tocó también el cuadro fácil. La final era contra el Valencia e hicimos un partido perfecto y llegamos a los penaltis. Aquí es donde empieza la historia:
El viejales de nuestro entrenador eligió a los cinco que íbamos a lanzar y nos dijo que nos metieramos en el vestuario. "¿Para qué mister?"."Ya vereis". Y el muy hijo de perra se sacó cinco Playboys de ese mes, todas iguales, y nos las repartió. "Haceos una paja, rapidito. Así se tiran mejor los penaltis". Y nosotros pensando "pero qué cojones, no lo vamos a hacer", pero el capitán del equipo, el típico empollón que iba de líder, nos dice "hay que hacer lo que dice el mister". Así que de espaldas y con vergüenza porque despues del esfuerzo aquello parecía un puto cacahuete, nos hicimos la puta paja, y a mitad entró el delegado de nuestro equipo diciendo que qué hacíamos, que el árbitro nos iba a dar los penaltis por perdidos, y el entrenador venga a decir que nos diéramos prisa, y creo que fui el último en correrme sobre la revista y os juro que me acuerdo perfectamente de la foto de la rubia con tatuajes sobre la que eché todo el grumo.
No recuerdo haber tirado un puto penalti más tranquilo y más en paz conmigo mismo que aquel. Normalmente para estas cosas soy un flan y el corazón me va a mil por hora, pero lo emboqué por toda la escuadra como si la cosa no fuera conmigo. Metimos los cinco penaltis y ganamos el partido. Mientras nuestros compañeros celebraban, nosotros estábamos desganados y nos mirábamos con asco. Desde entonces, siempre que tengo algo importante que me pueda poner nervioso, una presentación o una entrevista de trabajo, me hago una paja antes de salir de casa.