Luz, Oscuridad y la Búsqueda de Redención Interior

A veces, despertar es sentir el fuego ardiendo por dentro, una mezcla de pasión, culpa y deseo difícil de nombrar. Hay días en los que pesa más lo que hemos dicho y hecho, y el miedo a que los demás se queden con lo peor de nosotros se vuelve casi insoportable. En esos momentos, la vulnerabilidad se esconde bajo una máscara de fortaleza, porque parece que siempre tenemos que ser los fuertes, los que no se quiebran.

Expresar lo que sentimos no es sencillo. Hay deseos, anhelos y necesidades que luchan por salir a la superficie, pero el temor a herir o ser heridos nos obliga al silencio. Incluso lo bueno puede resultar abrumador, y a veces nos resistimos a compartirlo, temiendo que la revolución interna sea demasiado para el otro.

El miedo a la pérdida, a no poder confiar en la gratitud o a no saber cómo abrirnos, nos hace dudar. Nos asusta perder el control, no encontrar las palabras, y que el dolor o la incomprensión se instalen entre nosotros. La relación con el otro se complica cuando tememos tanto hacer daño como recibirlo; así, cerramos el corazón, aunque lo que más deseamos sea ser comprendidos.

Dentro de nosotros conviven extremos: de buenos, podemos ser los mejores; de malos, los peores. Esta dualidad nos asusta, pero es parte de nuestra naturaleza. El dolor y las heridas abren la puerta a una mala conciencia que nos culpa, nos juzga y nos tortura. Esa voz insidiosa se alimenta de nuestras debilidades y nos arrastra hacia la oscuridad, haciéndonos dudar de nuestro propio valor.

Pero también existe la luz: una presencia serena, protectora y amorosa que nos acompaña incluso cuando dudamos de su existencia. A veces la confundimos con la imaginación, pero está ahí, esperando a que la escuchemos. Si aprendemos a ignorar la voz de la culpa y a escuchar la de la luz, poco a poco la oscuridad pierde fuerza y la autocrítica destructiva se debilita.

En los momentos de mayor sufrimiento, distinguir entre la verdadera conciencia y la voz de la culpa puede ser difícil. Sin embargo, si perseveramos, si confiamos en nuestra luz interior y nos permitimos fallar y volver a intentarlo, es posible encontrar redención y paz. La clave está en la autocompasión, en la perseverancia, y en la confianza de que, aunque caigamos muchas veces, siempre podemos levantarnos y seguir adelante.

Así, la lucha entre la luz y la oscuridad no es una batalla para eliminar una parte de nosotros, sino un proceso de integración, de aceptación y de esperanza. Solo abrazando ambas mitades podemos aspirar a la redención y a la plenitud.