A los 18 años aprendí una muy buena lección de vida
Soy deportista desde pequeño y bastante corpulento, el instituto al que iba era bastante conflictivo (yo pensaba que era lo normal y realmente estaba en mi salsa), además hice muchos años de judo hasta los 14. Así que cada año caían varias peleas y la verdad se me daba jodidamente bien y es algo que siempre me ha gustado, esa liberación de adrenalina y aunque acabes un poco herido siempre encontraba que valía la pena.
A los 18 años llegó mi última pelea, entrenando me peleé con un moro que estaba probando porque me entró fuerte y le respondí con un guantazo y nos liamos. Me pegó una por sorpresa pero le respondí con dos que le dieron perfecto y lo dejé en el suelo agarrado por el cuello parando la pelea. Nos separaron y entonces mientras me agarraban me soltó un buen puñetazo que me dejó el pómulo hinchado una semana, aunque no sea lo que importa. Le llamé hijo de perra y mariposón por aquello, lo que desencadenó en el garrulo de su padre salir del coche con una llave inglesa hacia mi. Me salvé porque un amigo mío moro es su sobrino y paró al hombre
Tuve bastante suerte de salir prácticamente ileso pero desde entonces tengo claro que, por bueno que haya sido en las peleas hay que evitarlas a toda costa, siempre habrá alguien mejor o más traicionero y ya ni hablemos de llevar armas. O del caso que rompas una mandíbula o algo y tengas que ahorrar para pagarle la cara a un bravucón.
Por lo que, practiques el arte marcial que practiques, hazlo porque te gusta y no por si te servirá para abrirle el cráneo a alguien, que ya puedes ser campeón de MMA que si te llevas un golpe de palo por la espalda o mientras te sujetan estás done. Y si te gustan las peleas como a mi apúntate a un arte marcial en el que puedas competir, pero en la calle nunca.