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Cofete
Madrid, Palacio Real, once de la mañana del lunes 13 de abril de 1931. Alfonso XIII entra al salón del Consejo con la cara más larga que de costumbre. Allí le aguarda el Gobierno de España, presidido por el almirante Juan Bautista Aznar. El ambiente es glacial y desolador. Su Alteza, el presidente y sus diez bigotudos ministros –seis de los cuales poseen títulos nobiliarios– se enfrentan abrumados a los dolorosos resultados de las elecciones municipales que han tenido lugar el día anterior. No están todas las cifras y las que hay son provisionales, pero no hace falta ser un gran matemático para comprender la magnitud aplastante de la derrota. La candidatura monárquica apenas ha logrado vencer en 9 capitales de provincia. La republicana, en 41. En Barcelona, la victoria de los republicanos supera el 80%. En Guadalajara, y para sonrojo de uno de los presentes, Romanones, los quintuplicaban. Incluso en Murcia, feudo tradicional del ministro De la Cierva, habían ganado los republicanos. Tras la lectura de los datos parciales, se hizo un silencio ominoso en la sala. Finalmente, el monarca lo rompió dirigiéndose a sus ministros con una pregunta angustiosa: “Y bien, señores, ¿qué hacemos ahora?”.