poleo ergo existo
Catullus-16 fue escrito unas décadas antes del nacimiento de Jesucristo y pertenece a la Colección de Poemas de Catullus. Lo curioso del poema es que hasta hace unos pocos años no se había publicado jamás su traducción completa y sin censura… Sí señor, los romanos también se decían guarradas y en muchos aspectos eran mucho más… Ejem, liberales que nosotros, ya me entendéis.
Pedicabo ego vos et irrumabo,
Aureli pathice et cinaede Furi,
qui me ex versiculis meis putastis,
quod sunt molliculi, parum pudicum.
Nam castum esse decet pium poetam
ipsum, versiculos nihil necesse est;
qui tum denique habent salem ac leporem,
si sunt molliculi ac parum pudici,
et quod pruriat incitare possunt,
non dico pueris, sed his pilosis
qui duros nequeunt movere lumbos.
Vos, quod milia multa basiorum
legistis, male me marem putatis?
Pedicabo ego vos et irrumabo.
Así que con la interesante plusmarca de llevar más de dos mil años censurado supongo que su autor estaría más que orgulloso si hoy levantara la cabeza. El artífice de la obra maestra fue el poeta Gaius Valerius Catullus, que compuso el poema como respuesta a unas críticas vertidas por Marcus Furius Bibaculus y Marcus Aurelius Cotta Maximus Messalinus sobre sus versos, que tildaban de “mollici“.
Según Wikipedia este último término es muy complejo y se podría traducir como “suaves” o “aterciopelados” aunque realmente también tiene matices que podrían aportar el significado de “cobardes” o “miedicas”… (Vamos, un término muy complejo).
Ante semejante dura crítica al pobre Catullus se le cruzaron los cables y no tuvo más remedio que ponerse serio para dar rienda suelta a las musas (os lo transcribo esta vez en su versión traducida):
Os daré por el culo y me la chuparéis,
mariposón de Aurelius y Furius el catamita,
que me considerasteis poco decente
por mis versos, porque son delicados.
Pues es conveniente que casto lo sea
el buen poeta en persona,
pero en nada deben serlo sus versos,
que sólo tienen sal y gracia si son poco decentes y delicados
y pueden excitar los deseos no digo ya de los muchachos,
sino de esos velludos que ni siquiera pueden
mover sus duros lomos.
Vosotros, que habéis leído muchos miles de besos,
¿me considerais un mariposón?
Os daré por el culo y me la chuparéis.
Os pongo un 2x1 interesante:
Vivo olvidado
de mi cuerpo.
Cuando miro la aurora,
confusamente lo recuerdo bello,
cual si estuviera
fuera de mí y muy lejos.
Más cuando tú me coges
me lo siento
todo,
duro, suave, dibujado, lleno,
y gozo de él en ti y en mí,
contigo, descubierto, en su secreto.
Juan Ramón Jiménez
Y otro más contemporáneo de autor desconocido:
Esos labios de fresa,
esos ojos de gata,
te metía un pollazo
que te dejaba cegata.
Os deleito con otro renacentista:
--Déjame la acaricie...¡Oh, qué tesoro!
¡Cómo sin esta joya ser feliz!
Cuando me llena soy...¡emperatriz!
¡Verga divina, más rica que el oro!
Húndete en mi sin miedo, te lo imploro;
llégame de un invite a la matriz,
que no hay pieza que valga una lombriz
si en la ocasión observa ruin decoro.
--Libro abierto es tu boca, amada mía.
Negarle a buena almena buen invite
es negarle a un enfermo una sangría.
Culos cate quien tenga leve falo;
Mas quien goce, cual yo, de un buen retoño,
Busque siempre en las rajas su regalo.
--Dices verdad, que la ilusión del coño
son las piezas cual ésta que me llena
el conducto que va del papo al moño.
Pietro Aretino.
Diálogos putañescos, Soneto III
Última edición por nonoclaro; 06/05/2013 a las 13:28
Desprendida su funda, el capullo,
tulipán sonrosado, apretado turbante,
enfureció mi sangre con brusca primavera.
Inoculado el sensual delirio,
lubrica mi saliva tu pedúnculo;
el tersísimo tallo que mi mano entroniza.
Alta flor tuya erguida en los oscuros parques;
oh, lacérame tú, vulnerada derríbame
con la boca repleta de tu húmeda seda.
Como anillo se cierran en tu redor mis pechos,
los junto, te me incrustas, mis labios se entreabren
y una gota aparece en tu cúspide malva.
Cibeles ante la ofrenda anual de tulipanes
Ana Rossetti
Ale: Todos a hacerse pajas con poesía clásica..
En un carro manchego
caminaba una moza inocentona
de gallarda persona
propia para inspirar lascivo fuego.
El mayoral del carro era Farruco,
de Galicia fornido mameluco,
al que, en cualquier atasco, daba asombro
verle sacar mulas y carro al hombro.
Un colchón a la moza daba asiento,
porque el mal movimiento
del carro algún chichón no la levante.
Lector, es importante,
referir y tener en la memoria
la menor circunstancia,
para que, por olvido o ignorancia,
la verdad no se olvide de esta historia.
Yendo así caminando,
vieron un cuervo grande que, volando,
a veces en el aire se cernía
y otras el vuelo al carro dirigía.
-¡Jesús, qué pajarraco tan feote!
-dijo la moza-. ¿Y ese animalote
qué nombre es el que tiene?
-Ese es un cuervo -respondió el arriero-,
embiste a las mujeres y es tan fiero
que las pica los ojos, se los saca,
y después de su carne bien se atraca.
Oyendo esto la moza y reparando
que el cuervo se acercaba
al carro donde estaba,
tendióse en el colchón y, remangando
las faldas presurosa,
cara y cabeza se tapó medrosa,
descubriendo con este desatino
el bosque y el arroyo femenino.
Al mirarlos Farruco, alborotóse;
subió sobre el colchón, desatacóse,
sacó... ¡poder de Dios, qué grande que era...!
y a la moza a empujones
enfiló de manera
que del carro los fuertes enviones,
en vez de impedimento,
daban a su timón más movimiento.
Y en tanto que él saciaba su apetito,
ella decía: -¡Sí, cuervo maldito;
pica, pica a tu antojo,
que por ahí no me sacas ningún ojo!
Samaniego
Tampoco hace falta que pongas una foto tuya, sólo un poema erótico.El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Traducción del latín... ya es bastante para su épocaEl mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.no le pidas más
Algo de latín sé, y me cuadra la traducciónEl mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Con esta me he empalmado.El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río
*
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
La casada infiel
Federico García Lorca
Una tarde, Leonor, cuando salía
Alegre al campo en elegante coche,
Te ofrecí que muy pronto te escribiría
La dulce escena de una hermosa noche;
Aquella en que mi unión prometía
Abrir de la inocencia el frágil broche,
Y aunque tímida a un tiempo y placentera,
Gocé de amor la sensación primera.
Mas ¿de qué modo repetirse puede,
Todo el placer de la amorosa senda
Que una virgen recorre si le cede
Amor ardiente a su divina ofrenda?
En el camino, que a su bien precede
Unida al fin de su adorada prenda
Podría sólo imaginar su gloria
Siendo heroína de la misma historia.
Haré, con todo, un decidido empeño
Porque comprendas bien, aunque te asombre,
El secreto que encierra nuestro sueño
Y hace más vivo el amor al hombre.
La virgen muy querida, cuyo dueño
Se embriaga ardiente con un grato nombre,
Sabrá al fin el amoroso fuego,
Cuando le llegue el turno de su anhelo.
El acto del enlace ya terminado había,
El coche nos aguarda a un paso del dintel,
Salimos pues al campo, al declinar el día,
Para gozar la luna de amor, luna de miel.
El sol tiende en la esfera su espléndido paisaje
El imprime en las mejillas su mágico color,
Mi esposo, en los frecuentes vaivenes del carruaje,
Buscaba libertades a su intranquilo amor.
Y en tanto yo trémula mirábale asustada,
Hasta que al fin, taimado, mi susto comprendió,
Y estando ya seguro de presa tan ansiada,
El resto del camino tranquila me dejó.
La quinta puesta estaba con gala y elegancia,
Hermosos emparrados instaban al placer,
Magníficos manjares tan llenos de fragancia,
Que fuera gran pecado sentarse y no comer.
Allí nos aguardaba tan agradable fiesta,
Que absortos los sentidos, la mente en estupor,
Vagaban como el viento, perdidos en la floresta,
Los apetitos todos, unidos al de amor.
El celebró el champagne como una gran delicia,
Un vino que enardece la mente, el corazón,
Muy digno de ofrecerlo como vestal primicia
De amor a la primera y ardiente sensación.
Así, querida amiga, así pasó la tarde,
Y ya la lenta noche se mira al fin llegar,
Más cuando el sol se oculta, el animo cobarde
No se sabe si padece, o goza en aguardar.
El gas la tibia estancia calienta o ilumina,
Se acerca ese momento que tanto aguardas ya,
Espera, voy alzarte la diáfana cortina,
La escena allí a tus ojos de amor se ofrecerá.
Contempla los detalles del cuadro voluptuoso
Que llena a las muchachas de gozo y de temor,
Y que al varón ardiente, audaz e impetuoso,
Al pie de una doncella sujeta con amor.
¿Recuerdas cuántas veces hablamos en secreto
De esos momentos dulces de amor y de placer,
Cuando en amantes brazos del adorado objeto
Se entrega a los delirios de amor una mujer?
Pues ya llegó; lo siento por el tenaz latido
Del corazón que quiere la vestidura abrir,
Sí, ya llegó el instante; vagando mis sentidos
No saben si es delirio, si es gozo o es sufrir.
Edgardo lo comprende y con cariño y calma
Me dice: esposa mía, ¿ya estás sufriendo a fe?
Ve a dormir tranquila, ¡oh alma de mi alma!
Que al lado de tu lecho tu sueño velaré.
Yo comprendí al momento su disfrazada idea:
Del suelo la mirada a alzar no me atreví;
Y trémula, anhelante, cual de un delito rea,
Al lecho blanco y puro mis pasos dirigí.
Apenas despojada de mi vestido estuve
Y cuando en la almohada mi frente recliné,
Como la luz se mira cubierta de una nube,
Su sombra en las cortinas al punto divisé.
Si susto fue o contento, lo que sentí yo ignoro,
Pues rápido al instante de la impresión voló,
Como yo también desnudo el dulce bien que adoro,
Veloz al blanco lecho sin vacilar saltó.
Halléme por encanto ceñida entre sus brazos:
Desvanecióse al punto aquel temor pueril,
Pues dióme tales besos, tan pérfidos abrazos,
Que ardió en el acto mismo mi sangre juvenil.
Su cálido contacto, con lánguido embeleso,
Rindió en mi pecho el germen de núbil impresión,
Y al recibir ardiente su prolongado beso,
El más perfecto goce me dio la sensación.
Audaz su mano puso so mi turgente seno,
Y allí despierta un mundo de adormecido amor,
Recorre todo el cuerpo y fluye su veneno,
La sangre arrebatando con desusado ardor.
Y luego el tacto oprime lo que a decir no llego.
Pero que tu belleza... talvez sospecharía,
Con lágrimas suplico, por compasión le ruego:
Pero él mis labios sella y sigue más y más.
Con queda voz me dice, que el Universo fuera,
Ha tiempo un vasto caos, sin tan sabrosa unión,
Que nuestros mismos padres, cuya virtud austera
Nos sirve de modelo, orgullo y religión,
Fueron en su tiempo lo mismo, y a no serlo
No habría yo nacido, ni habría nacido él,
Y que ese mismo día, amarlo, obedecerlo,
Ante la faz del mundo le hube jurado fiel.
Que en fin, era un pecado la tímida reserva
Que resistir al fuego, era inflamarlo más,
Que la distancia nunca la sensación enerva,
Y enciende el apetito del amador audaz.
Rendíme a sus palabras con celosa resistencia,
Cariño por cariño ardiente retorné,
La llama del deseo recrece con violencia,
Y de su fuego intentoso también participé.
Como un guerrero al punto, sobre su presa avanza,
La roja frente alzando sin más vacilación,
Y hundir quiere, afanoso, su poderosa lanza,
Al caluroso esfuerzo de rápida fricción,
Por sepultarla pronto, frenético se apura,
Mas cuán maravillosa, amiga, esa arma es,
Es más de lo que en sueños la niña se figura,
De irresistible empuje, de indómita altivez.
Cuando yo vi su forma, cuando sentí su brío,
Temblé como azorada, lloré, no pude más,
De angustias sollozando le dije, Edgardo mío,
¡Ah!, por piedad no sigas, ve que a matarme vas...
Inútil fue mi ruego, inútil mi agonía,
La lucha comenzada, sin escuchar siguió,
Y el instrumento fuerte, por la pequeña vía,
Ni un punto del camino buscado se apartó.
Temí morir herida por arma tan gigante,
Pero natura pródiga la virgen al formar,
Le ha dado blandas fibras que abren al instante,
Y dejan aquel monstruo tranquilo penetrar.
Así, Leonor querida, pude entender al punto
Que la mujer y el hombre, son uno, no son dos,
Y que esa unión estrecha, ese feliz conjunto,
Creóle en el Olimpo de Venus el amor.
En dicha tan cumplida parece el tiempo estrecho,
Quisiera siempre viva sentirla en mi interior,
Los brazos enlazados, el pecho sobre el pecho,
El labio sobre el labio, ¡oh delirante amor!
Las sensaciones
Clementina del Castillo