¡Ay! Esta andalucia nuestra, tierra de sudores de sangre

Corría el siglo XVIII nace en Utrera, ciudad andaluza, el más valiente audaz y noble de los bandoleros, Diego Corrientes Mateo. Fue el 20 de agosto de 1757, una semana después sería bautizado en la utrerana parroquia de Santiago, nadie podía imaginar que con el tiempo aquel niño llegaría a ser el mas popular y legendario de cuantos bandoleros cabalgaron las sierras andaluzas, lo dijo la copla: Diego Corrientes el ladrón de Andalucía, el que a los ricos robaba y a los pobres socorría.

Era Diego un hombre alto, robusto y con una personalidad deslumbradora, no conocía el miedo y su temeridad lo llevaba a pasear por las calles de Sevilla y frecuentar las ferias de ganado de los alrededores a cara descubierta aun a sabiendas que era el hombre más buscado de toda Andalucía.

No había cumplido 24 años cuando el regidor de Sevilla su incansable perseguidor Don Francisco de Bruna y Ahumada al mando de migueletes y escopeteros voluntarios logra al fin capturarle colmando así su vanidad y orgullo. Tras juicio extraño y sumarísimo el inculpado es condenado a morir en la horca. La ejecución tuvo lugar una mañana de un viernes de cuaresma el 30 de marzo de 1781, su cuerpo seria descuartizado y los despojos expuestos para conocimiento general por caminos y veredas que Diego había frecuentado en vida, a los tres días unos religiosos recogieron los restos diseminados y diéronle cristiana sepultura en la iglesia de San Roque de Sevilla.

Al fin podía descansar en paz el Señor del Gran Poder como llamaban irónicamente al duque viendo satisfecha su irracional venganza contra un hombre al que dio injusta muerte no por los delitos cometidos sino, posiblemente, por la osadía de haberle arrebatado a su amante.

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