Noticia El primer maltratado con sosa cáustica hirviendo es un camionero que su mujer le dejó

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    El primer maltratado con sosa cáustica hirviendo es un camionero que su mujer le dejó

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    EL PRIMER MALTRATADO CON SOSA CÁUSTICA HIRVIENDO ES UN CAMIONERO QUE SU MUJER LE DEJÓ CIEGO Y SORDO
    by Redacción

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    Visitamos al camionero de 52 años, todavía convaleciente de las quemaduras que su esposa le produjo con un corrosivo mientras él dormía en la cama matrimonial.

    “Me da vergüenza decir que soy un hombre maltratado”, dice. En seis años, 34 hombres han sido asesinados por sus parejas. Aunque muchos menos que las 49 mujeres asesinadas sólo en 2017. La polémica sigue ahí, latente, escondida.

    “Me da vergüenza decir que soy un hombre maltratado”. Cara a cara, José Antonio es un ser humano derrotado con 52 años. La sosa cáustica con la que su mujer lo roció mientras dormía le quemó más que la piel. Lo dejó sordo y ciego de un ojo y… le abrasó el corazón. “Yo la quería, la quise desde el primer día, pero después de lo que hizo ya sólo quiero paz, cuidarme y sobrevivir a lo que venga”.

    El camionero acompaña su lamento secándose con una gasa la supuración que mana de su ojo izquierdo corroído por la sosa. Catorce años casado con la brasileña Deijanira Nogueira da Silva, 12 más joven que él. No tuvieron hijos. Se conocieron en Portugal, la patria de José Antonio Romao, hijo único de una familia humilde. Se enamoraron rápido y los dos decidieron cruzar la raya en busca de una vida en común más holgada. Y, a decir verdad, lo consiguieron. Recalaron en Archena, municipio murciano con 18.734 almas y en el que echaron raíces hace una década. Él, habilidoso con el volante y muy trabajador, se vino primero. Con una maleta de ropa y 300 euros en el bolsillo.

    Dejaba atrás dos hijas fruto de un primer matrimonio fracasado. No tardaría en encontrar empleo como conductor de grandes camiones. Ella, sin oficio, llegaría después y se encargaría de las labores del hogar. El sueldo de José Antonio daba para los dos “sin apreturas”. Él se compró un adosado de dos plantas en el pueblo. “Teníamos una vida normal, encarrilada”, dice el hombre todavía vendado de cintura para arriba a causa de las quemaduras del corrosivo que le lanzó su esposa en la misma cama matrimonial.



    Vivir en la oscuridad
    El martes lo visitamos en su vivienda, estaba solo y a oscuras, con las persianas bajadas. En su interior no hay lujos. Al contrario. Los muebles parecen sacados de un desván. José Antonio vive literalmente a oscuras. Camina despacio apoyándose en una muleta. Nos invita a sentarnos mientras se acerca al sofá para tumbarse: “No soporto la claridad, me hace mal en los ojos, sobre todo en éste, el izquierdo, que me quedó sin visión. Hasta la piel del resto del cuerpo me duele con la luz del sol que entra por las ventanas. Por eso tengo que vivir en la sombra, con las persianas bajadas para protegerme”.

    El muslo de la pierna derecha lo lleva cubierto por una gasa. La cicatriz le tira cuando se levanta o camina. Pone cara de dolor. Cojea. “De esta pierna me sacaron piel para hacerme un injerto en la cara”, explica el primer hombre maltratado con sosa cáustica en España. A veces se queda en blanco, sin saber qué decir, como si las imágenes de aquella noche de mayo corrieran por su mente a más velocidad que las palabras. Entonces vuelven a aflorar las lágrimas, los recuerdos de aquel dolor inhumano, las súplicas a la esposa para que dejara de echarle la sosa que ella previamente había diluido en una “jarra con agua hirviendo”.

    “¿Qué clase de ser humano puede hacer eso, Dios mío?”, reflexiona Romao con la voz entrecortada por la angustia.

    Era el 14 de mayo. Entre las tres y las cuatro de la madrugada. José Antonio, al que le esperaba un largo viaje al día siguiente, estaba durmiendo profundamente cuando de pronto se despertó sobresaltado por el dolor. «Al abrir los ojos y verla allí, al lado de nuestra cama, con una jarra en la mano cuyo contenido ella estaba derramando por mi cuerpo, me dolía tanto que únicamente pude gritarle: “¡Para ya, para, para, por favor!”. Pero ella, según la víctima, seguía echándole encima aquel líquido corrosivo.

    “”¿Por qué lo haces, por qué?”, le pregunté”.

    “Ahora te voy a dejar guapo para tus amigas”, recuerda que le contestó su mujer. “Yo intenté ir al cuarto de baño para meterme en la ducha pero ella no me dejaba… El dolor que sentía era tan fuerte que me paralizaba. Me quedé sin fuerzas”.

    Los gritos de socorro alertaron a una vecina que al instante avisó a la Guardia Civil. El propio José Antonio bajó de la habitación a abrirles. “Cuando me vieron todo quemado y sangrando por la heridas de la piel se quedaron impresionados, sin habla. Parecía un Jesucristo. Les conté lo que había ocurrido y subieron a por mi mujer”.

    La sábana como testigo
    Deijanira lo negaría todo. “Le tiré el ácido por accidente y traté de ayudarle cuando lo vi sangrando”, dijo en su descargo a los agentes, a quienes sin embargo no convenció la versión de la esposa. Tampoco a la Policía Científica que peinó toda la casa, principalmente la habitación donde Deijanira había consumado la agresión. El cuerpo sudado de José Antonio había dejado una especie de silueta impresa en la sábana que, unida a la posición en la que estaba acostado y a la localización de las heridas causadas por la sosa, completaron el retrato veraz de lo que allí acababa de ocurrir.

    Durante los 15 días que permaneció ingresado, los siete primeros en la UCI, José Antonio cambió de piel tres veces. “Me vendaron como a una momia”. Los médicos incluso llegaron a temer lo peor, que contrajera una septicemia, uno de los mayores riesgos de las quemaduras.

    –Ella lo que quería era dejarme desfigurado para que nadie nunca más me quisiera -saca en conclusión José Antonio, que también perdió el oído derecho (lo lleva tapado a modo de cura) debido al corrosivo que le destrozó, asegura el camionero, el canal auditivo.

    Deijanira, sin argumentos que la exculparan, fue detenida y enviada a la cárcel murciana de Sangonera, donde sigue presa de manera preventiva hasta que se celebre el juicio. Aunque en este caso, al ser el hombre la víctima, la ley de violencia de género no le ampara ya que en España se aplica exclusivamente a las víctimas de maltrato pero no al hombre cuando es él el agredido. Y José Antonio dice sentirse en ese aspecto desamparado. Porque el hombre maltratado también existe. Se trata de una realidad silenciosa/silenciada; de hecho, no es algo extraño o menos cierto que hay hombres que mueren a manos de sus mujeres o sufren los malos tratos de sus parejas femeninas: seis murieron en 2010, cinco en 2011, cuatro en 2012, seis en 2013, ocho en 2014, cinco en 2015. En total, 34 en seis años, según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Aunque muchos menos que las 49 mujeres asesinadas sólo en 2017. La polémica sigue ahí, latente, escondida. Como la historia que aquí se cuenta. Una mujer quema con líquido corrosivo a su marido en Murcia, pero la noticia no salió de la región.



    “Un hombre maltratado es una víctima, no un masoquista ni un calzonazos”. Son palabras del doctor en Psicología y profesor en la Universidad de Málaga Fernando Chapado, quien, en colaboración con la Asociación de Custodia Compartida de Málaga, ha elaborado un cuestionario para ayudar a los profesionales a identificar y tratar estos casos. Consta de seis apartados o categorías: maltrato psicológico orientado a la dependencia emocional, maltrato psicológico orientado a la dependencia económica, chantaje emocional orientado al control psicológico, maltrato psicológico por amenazas orientado a producir terror, violencia sexual y, por último, maltrato o violencia física. “Es un error identificar cualidades o defectos con los sexos”, advertía en declaraciones al periódico digital La información. “Se identifica la ternura con la mujer, y la agresividad con el hombre. No tiene por qué ser así. Eso es estigmatizar”, asegura. En Reino Unido, por ejemplo, una campaña bajo el título Violencia es violencia ponía de relieve que el 40% de las agresiones en el ámbito doméstico las sufren los hombres.

    Fue en febrero, al regreso de José Antonio de un largo viaje por Centroeuropa al volante de un camión, cuando la relación entre la pareja, sin denuncias previas por ninguna de ambas partes, entró en una fase crítica. Ese día, según relata a Crónica, su mujer lo amenazó con una estaca y un cuchillo. Fue cuando empezó a “sentir miedo de verdad”. Ya no eran sólo celos: “Te ha gustado esa chica, ¿verdad que sí? Pues lleva cuidado con lo que te vaya a gustar”, recuerda José Antonio la amenaza velada que solía lanzarle su esposa cuando él miraba «sin más» a una mujer. El motivo que al parecer enfureció aquella vez a Deijanira era la dirección de una asociación de hombres maltratados que ella había encontrado entre unos papeles de su esposo. Ese día los gritos e insultos habituales se convirtieron en una amenaza que José Antonio ya no iba a superar. «Cuando me sacó el cuchillo -asegura el hombre- me di cuenta de que todo había terminado». Él le planteó que estaba dispuesto a separarse. Es más: “Le dije que no se preocupara, que se quedaría con la casa y con todo lo que legalmente le correspondiera”.

    La separación
    La confianza y la complicidad, si alguna vez existieron entre los dos, se tornarían en supuestas agresiones verbales y físicas por parte de la esposa. “Cuando el dinero escasea todo va a peor. Y en parte fue lo que pasó”, admite Romao. Celos y dinero. Una bomba. “Sí, fue una bomba que nos estalló en casa. Un infierno que terminó quemándome… Entonces le propuse que nos separásemos, que yo ya no quería seguir con ella en esas condiciones. Y se puso como una fiera. Su comportamiento obsesivo empeoraba cada día porque ella no aceptaba la idea de la separación. La noche que me amenazó con un cuchillo creí que era la última para mí”, remata el bueno de José Antonio.

    A mediados del pasado mes de abril, al ver que la relación se volvía cada vez más agresiva, una trabajadora de Cruz Roja le recomendó que se pusiera en contacto con una asociación de hombres maltratados. Al hombre le enviaron un breve manual con orientaciones legales básicas y de comportamiento en estos casos. Pero José Antonio lo guardó. Aún creía que las cosas terminarían arreglándose entre su esposa y él. Pero cuando quiso abrirlo ya era tarde. Su mujer lo cazó mientras dormía en la cama matrimonial y quemó su cuerpo con sosa cáustica. El calvario para José Antonio no ha terminado. Tiene que volver al quirófano. Y con la incertidumbre de no saber con certeza si le podrán revertir la ceguera que le provocó presuntamente la mujer a la que amaba.



    Antes de despedirse de Crónica vuelve a secarse las lágrimas y, ya en la puerta de su adosado, deja caer: “Esta es mi historia, ¿qué le parece? Negro, ¿verdad que sí”». Y tras un suspiro, llega un lamento en voz baja: “Me da vergüenza decir que soy un hombre maltratado”.


    https://www.forotransporteprofesiona...le-dejo-ciego/

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    “Me da vergüenza decir que soy un hombre maltratado”, dice. En seis años, 34 hombres han sido asesinados por sus parejas. Aunque muchos menos que las 49 mujeres asesinadas sólo en 2017. La polémica sigue ahí, latente, escondida.

    “Me da vergüenza decir que soy un hombre maltratado”. Cara a cara, José Antonio es un ser humano derrotado con 52 años. La sosa cáustica con la que su mujer lo roció mientras dormía le quemó más que la piel. Lo dejó sordo y ciego de un ojo y… le abrasó el corazón. “Yo la quería, la quise desde el primer día, pero después de lo que hizo ya sólo quiero paz, cuidarme y sobrevivir a lo que venga”.

    El camionero acompaña su lamento secándose con una gasa la supuración que mana de su ojo izquierdo corroído por la sosa. Catorce años casado con la brasileña Deijanira Nogueira da Silva, 12 más joven que él. No tuvieron hijos. Se conocieron en Portugal, la patria de José Antonio Romao, hijo único de una familia humilde. Se enamoraron rápido y los dos decidieron cruzar la raya en busca de una vida en común más holgada. Y, a decir verdad, lo consiguieron. Recalaron en Archena, municipio murciano con 18.734 almas y en el que echaron raíces hace una década. Él, habilidoso con el volante y muy trabajador, se vino primero. Con una maleta de ropa y 300 euros en el bolsillo.

    Dejaba atrás dos hijas fruto de un primer matrimonio fracasado. No tardaría en encontrar empleo como conductor de grandes camiones. Ella, sin oficio, llegaría después y se encargaría de las labores del hogar. El sueldo de José Antonio daba para los dos “sin apreturas”. Él se compró un adosado de dos plantas en el pueblo. “Teníamos una vida normal, encarrilada”, dice el hombre todavía vendado de cintura para arriba a causa de las quemaduras del corrosivo que le lanzó su esposa en la misma cama matrimonial.



    Vivir en la oscuridad
    El martes lo visitamos en su vivienda, estaba solo y a oscuras, con las persianas bajadas. En su interior no hay lujos. Al contrario. Los muebles parecen sacados de un desván. José Antonio vive literalmente a oscuras. Camina despacio apoyándose en una muleta. Nos invita a sentarnos mientras se acerca al sofá para tumbarse: “No soporto la claridad, me hace mal en los ojos, sobre todo en éste, el izquierdo, que me quedó sin visión. Hasta la piel del resto del cuerpo me duele con la luz del sol que entra por las ventanas. Por eso tengo que vivir en la sombra, con las persianas bajadas para protegerme”.

    El muslo de la pierna derecha lo lleva cubierto por una gasa. La cicatriz le tira cuando se levanta o camina. Pone cara de dolor. Cojea. “De esta pierna me sacaron piel para hacerme un injerto en la cara”, explica el primer hombre maltratado con sosa cáustica en España. A veces se queda en blanco, sin saber qué decir, como si las imágenes de aquella noche de mayo corrieran por su mente a más velocidad que las palabras. Entonces vuelven a aflorar las lágrimas, los recuerdos de aquel dolor inhumano, las súplicas a la esposa para que dejara de echarle la sosa que ella previamente había diluido en una “jarra con agua hirviendo”.

    “¿Qué clase de ser humano puede hacer eso, Dios mío?”, reflexiona Romao con la voz entrecortada por la angustia.

    Era el 14 de mayo. Entre las tres y las cuatro de la madrugada. José Antonio, al que le esperaba un largo viaje al día siguiente, estaba durmiendo profundamente cuando de pronto se despertó sobresaltado por el dolor. «Al abrir los ojos y verla allí, al lado de nuestra cama, con una jarra en la mano cuyo contenido ella estaba derramando por mi cuerpo, me dolía tanto que únicamente pude gritarle: “¡Para ya, para, para, por favor!”. Pero ella, según la víctima, seguía echándole encima aquel líquido corrosivo.

    “”¿Por qué lo haces, por qué?”, le pregunté”.

    “Ahora te voy a dejar guapo para tus amigas”, recuerda que le contestó su mujer. “Yo intenté ir al cuarto de baño para meterme en la ducha pero ella no me dejaba… El dolor que sentía era tan fuerte que me paralizaba. Me quedé sin fuerzas”.

    Los gritos de socorro alertaron a una vecina que al instante avisó a la Guardia Civil. El propio José Antonio bajó de la habitación a abrirles. “Cuando me vieron todo quemado y sangrando por la heridas de la piel se quedaron impresionados, sin habla. Parecía un Jesucristo. Les conté lo que había ocurrido y subieron a por mi mujer”.

    La sábana como testigo
    Deijanira lo negaría todo. “Le tiré el ácido por accidente y traté de ayudarle cuando lo vi sangrando”, dijo en su descargo a los agentes, a quienes sin embargo no convenció la versión de la esposa. Tampoco a la Policía Científica que peinó toda la casa, principalmente la habitación donde Deijanira había consumado la agresión. El cuerpo sudado de José Antonio había dejado una especie de silueta impresa en la sábana que, unida a la posición en la que estaba acostado y a la localización de las heridas causadas por la sosa, completaron el retrato veraz de lo que allí acababa de ocurrir.

    Durante los 15 días que permaneció ingresado, los siete primeros en la UCI, José Antonio cambió de piel tres veces. “Me vendaron como a una momia”. Los médicos incluso llegaron a temer lo peor, que contrajera una septicemia, uno de los mayores riesgos de las quemaduras.

    –Ella lo que quería era dejarme desfigurado para que nadie nunca más me quisiera -saca en conclusión José Antonio, que también perdió el oído derecho (lo lleva tapado a modo de cura) debido al corrosivo que le destrozó, asegura el camionero, el canal auditivo.

    Deijanira, sin argumentos que la exculparan, fue detenida y enviada a la cárcel murciana de Sangonera, donde sigue presa de manera preventiva hasta que se celebre el juicio. Aunque en este caso, al ser el hombre la víctima, la ley de violencia de género no le ampara ya que en España se aplica exclusivamente a las víctimas de maltrato pero no al hombre cuando es él el agredido. Y José Antonio dice sentirse en ese aspecto desamparado. Porque el hombre maltratado también existe. Se trata de una realidad silenciosa/silenciada; de hecho, no es algo extraño o menos cierto que hay hombres que mueren a manos de sus mujeres o sufren los malos tratos de sus parejas femeninas: seis murieron en 2010, cinco en 2011, cuatro en 2012, seis en 2013, ocho en 2014, cinco en 2015. En total, 34 en seis años, según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Aunque muchos menos que las 49 mujeres asesinadas sólo en 2017. La polémica sigue ahí, latente, escondida. Como la historia que aquí se cuenta. Una mujer quema con líquido corrosivo a su marido en Murcia, pero la noticia no salió de la región.



    “Un hombre maltratado es una víctima, no un masoquista ni un calzonazos”. Son palabras del doctor en Psicología y profesor en la Universidad de Málaga Fernando Chapado, quien, en colaboración con la Asociación de Custodia Compartida de Málaga, ha elaborado un cuestionario para ayudar a los profesionales a identificar y tratar estos casos. Consta de seis apartados o categorías: maltrato psicológico orientado a la dependencia emocional, maltrato psicológico orientado a la dependencia económica, chantaje emocional orientado al control psicológico, maltrato psicológico por amenazas orientado a producir terror, violencia sexual y, por último, maltrato o violencia física. “Es un error identificar cualidades o defectos con los sexos”, advertía en declaraciones al periódico digital La información. “Se identifica la ternura con la mujer, y la agresividad con el hombre. No tiene por qué ser así. Eso es estigmatizar”, asegura. En Reino Unido, por ejemplo, una campaña bajo el título Violencia es violencia ponía de relieve que el 40% de las agresiones en el ámbito doméstico las sufren los hombres.

    Fue en febrero, al regreso de José Antonio de un largo viaje por Centroeuropa al volante de un camión, cuando la relación entre la pareja, sin denuncias previas por ninguna de ambas partes, entró en una fase crítica. Ese día, según relata a Crónica, su mujer lo amenazó con una estaca y un cuchillo. Fue cuando empezó a “sentir miedo de verdad”. Ya no eran sólo celos: “Te ha gustado esa chica, ¿verdad que sí? Pues lleva cuidado con lo que te vaya a gustar”, recuerda José Antonio la amenaza velada que solía lanzarle su esposa cuando él miraba «sin más» a una mujer. El motivo que al parecer enfureció aquella vez a Deijanira era la dirección de una asociación de hombres maltratados que ella había encontrado entre unos papeles de su esposo. Ese día los gritos e insultos habituales se convirtieron en una amenaza que José Antonio ya no iba a superar. «Cuando me sacó el cuchillo -asegura el hombre- me di cuenta de que todo había terminado». Él le planteó que estaba dispuesto a separarse. Es más: “Le dije que no se preocupara, que se quedaría con la casa y con todo lo que legalmente le correspondiera”.

    La separación
    La confianza y la complicidad, si alguna vez existieron entre los dos, se tornarían en supuestas agresiones verbales y físicas por parte de la esposa. “Cuando el dinero escasea todo va a peor. Y en parte fue lo que pasó”, admite Romao. Celos y dinero. Una bomba. “Sí, fue una bomba que nos estalló en casa. Un infierno que terminó quemándome… Entonces le propuse que nos separásemos, que yo ya no quería seguir con ella en esas condiciones. Y se puso como una fiera. Su comportamiento obsesivo empeoraba cada día porque ella no aceptaba la idea de la separación. La noche que me amenazó con un cuchillo creí que era la última para mí”, remata el bueno de José Antonio.

    A mediados del pasado mes de abril, al ver que la relación se volvía cada vez más agresiva, una trabajadora de Cruz Roja le recomendó que se pusiera en contacto con una asociación de hombres maltratados. Al hombre le enviaron un breve manual con orientaciones legales básicas y de comportamiento en estos casos. Pero José Antonio lo guardó. Aún creía que las cosas terminarían arreglándose entre su esposa y él. Pero cuando quiso abrirlo ya era tarde. Su mujer lo cazó mientras dormía en la cama matrimonial y quemó su cuerpo con sosa cáustica. El calvario para José Antonio no ha terminado. Tiene que volver al quirófano. Y con la incertidumbre de no saber con certeza si le podrán revertir la ceguera que le provocó presuntamente la mujer a la que amaba.



    Antes de despedirse de Crónica vuelve a secarse las lágrimas y, ya en la puerta de su adosado, deja caer: “Esta es mi historia, ¿qué le parece? Negro, ¿verdad que sí”». Y tras un suspiro, llega un lamento en voz baja: “Me da vergüenza decir que soy un hombre maltratado”.


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