Prosa Nacional.

A las Ventas va una multitud de gente que se caracteriza por su españolía y casticismo. Allí la propaganda vuela y es agotada en poco tiempo. No podía faltar nuestra propaganda en tan emblemático lugar, sobre todo en plena Feria de San Isidro.

No fue nada fácil llegar hasta el famoso caricato. Rompí la muralla de curiosos y penetré en el palco.

Mi entrañable amigo, el cónsul de Cuba, don José Carballal, me presentó a Mario Moreno, que, al estrechar mi mano, lo hizo con tanta efusión que parecía que con este saludo me daba algo de su raza y algo de su espíritu.

Después, y casi antes que yo hablara, dedicó muy gentiles frases, con cordialidad de un artista y la discreción de un verdadero hombre de mundo, a mi labor literaria.

Mientras tanto, yo le observaba, mejor dicho, lo miraba de hito en hito.

Es de estatura media, proporcionada; aunque más bien delgado, se le adivina musculoso y ágil. Tiene el cabello ondulado y negrísimo; la frente, ancha y despejada; las cejas, espesas, y la boca, grande, de labios gruesos y sensuales. Los pómulos, levemente abultados; la nariz, ensanchada en su base, y los párpados, ligeramente oblicuos, denotan su ascendencia azteca.

Los gestos y los ademanes de este célebre artista son los de un gentleman; de una corrección absoluta. Habla en perfecto castellano, matizado por el deje lánguido y perezoso típico de los mejicanos. Nada recuerda en este atildado muchacho al “peladito”, al “roto” desgarbado, plebeyo e hilarante Cantinflas de las películas.

A los pocos minutos éramos buenos amigos y le propuse: Vamos a hacer dos cosas, aislarnos de todo y que usted por unos momentos se rodee de los recuerdos de su vida para contarme algunos de ellos, con el fin de que yo pueda, a mi vez, incorporarlo a mi “Galería” de seres inmortales.


- José María Carretero (Entrevista a Mario Moreno, 1948)