Pero qué hizo Luis Enrique en el Real Madrid +Tocho Inside

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    Pero qué hizo Luis Enrique en el Real Madrid +Tocho Inside

    Verano de 1993. Se extienden por España los establecimientos de serigrafía, donde, ¡oh, el milagro del progreso!, uno puede hacerse la camiseta que le dé la gana. Una revolución. El mundo a nuestros pies. Voy con un amigo. Él se hace una con el rostro del flamante último fichaje del Real Madrid, Claudemir Vitor. Yo, una de Luis Enrique en cuerpo entero, saltando majestuoso con mueca de apóstol en la batalla de Clavijo sobre una entrada de alguien del Español, creo que Francisco. 1994, crezco un poco y considero que esa camiseta, con el nombre del jugador en un tipo de letra propio de un puticlub de carretera comarcal, es mejor llevarla en la intimidad. Parezco cuando me la pongo, digámoslo a las claras, tonto de los cojones. Decido usarla de pijama. Era una época extraña que los más peques de la casa no entenderéis, la ropa tenía cierto valor y no se tiraba nueva a la basura así como así. Con el chaval de Vitor pierdo el contacto hasta finales de la década. Cuando me encuentro con él comenta que se ha enrolado en las Fuerzas Armadas. Noto que me mira fijamente, silencioso, cuando doy un trago a mi copa. Creo que sospecha que recuerdo lo de su camiseta perfectamente. Yo lo entiendo, lo respeto y no digo nada. Otoño de 1996. Luis Enrique Martínez García ficha por el FC Barcelona. Le echo valor y sigo durmiendo con mi camiseta. Mi vida no experimenta cambios sustanciales, ni erupciones subcutáneas ni nada, solo que cada noche parezco delante del espejo, cuando me lavo los dientes, sin paliativos, completamente gilipollas. Todo gracias a Luis Enrique. Gracias, Luis, de corazón.


    Luis Enrique en el Real Madrid, temporada 1991-92. Foto: Cordon Press.

    Este sainete biográfico viene a cuento porque hace unos días, comentando con un amigo las viscerales celebraciones que hacía Luis Enrique cuando le marcaba al Madrid, nos preguntamos qué hizo antes en nuestro club. Qué nos dio. Cuándo resultó decisivo. Si es que acaso tuvo algún valor. Y la respuesta fue que ni pajolera idea. Yo solo recuerdo superficialmente que corría mucho, que era impreciso en el regate y que en el Bernabéu le terminaron pitando con inquina. ¿Y por qué? ¿Se rompió el amor de tanto usarlo? ¿No dio pie con bolo? Investiguémoslo. Aunque antes del desglose de datos, vayan por delante unas valiosas palabras del brillante excentrocampista del Real Madrid y solista del dúo de música folk Simon & Garfunkel, Ricardo Gallego. Tribuna en El País, abril de 1995:

    Él no tiene problemas para desenvolverse como lateral derecho o izquierdo, como delantero o centrocampista. Es un ejemplo a seguir como profesional, pues en todas las situaciones intenta sacarse a sí mismo el máximo provecho en beneficio de su equipo. Esta polivalencia es un seguro para su entrenador en casos de emergencia. También es poco valorada por el aficionado en general.

    Nacido en Gijón en 1970, Luis Enrique vino al fútbol en la escuela de Mareo, cantera de la que fue expulsado por ser «pequeño y delgado». En una tierra, la asturiana, donde los filetes cuelgan a ambos lados del plato, se conoce que eso no estaba bien visto. No obstante, después de hincharse a meter goles en el Club Deportivo La Braña, lo trajeron de vuelta al Sporting. Y poco faltó para que se fuera ya al Barcelona. Tal y como contó hace poco Javier Giraldo en el diario Sport, el Barça le hizo un seguimiento y el ojeador de los catalanes en el norte de España, Isidoro Sánchez, se lo terminó llevando a hacerle una prueba en Barcelona.

    Eso sí, la cosa salió mal. Al llegar a Barcelona perdió el billete de vuelta —entonces las gentes no podían llevar el localizador en el walkman— y en los entrenamientos le molestaron los abductores. Dijeron que ambas cosas se debían a los nervios. Luego jugó un partidillo con el juvenil, donde estaba Tito Vilanova por cierto, y decidieron rechazarlo sin muchos miramientos. El máximo responsable de la cantera, Luis Romero, le dijo un lacónico: «Has hecho poco». Y dieron orden a Isidoro Sánchez de dejar de seguirlo. El protagonista de esta historia se volvió a casa desolado. La vida suele ser así para la mayoría de la gente.

    Pero este chaval o su entorno dieron muestras ya en ese momento tan temprano de su carrera de que nada se iba a interponer entre el futbolista y el triunfo. Luis Enrique firmó un precontrato con el Oviedo, el máximo rival. Algo que los forofos verán como un gesto herético y despreciable, pero que cualquier persona en plena posesión de sus facultades mentales entenderá más bien como que tonto no era. Al final, con mucha «épica conversacional», Carlos García Cuervo logró retenerlo en Gijón y el jugador contribuyó a forjar la leyenda del Sporting B de Abelardo, Manjarín y el susodicho. Era 1988, el año que había comenzado con la teta de Sabrina Salerno.

    En la 89-90 debutó en Primera División. Derrota en casa contra el Málaga, pero en la que envió una chilena al larguero. No hizo mucho más, pero en la siguiente temporada explotó. Enchufó goles de todos los colores y la mayoría de una ejecución impecable. Se pueden ver en un YouTube de Fiebre Maldini donde rescatan un programa de El día después en el que se daba fe del pedazo de jugador en que se había convertido. Con música de un VHS de prevención de riesgos laborales o, si se quiere, una película porno escandinava, Jorge Alberto Francisco Valdano Castellanos comentó los goles que llevaba Luis Enrique ese año junto a un señor que había debajo de unos relojes y que se llamaba Nacho Lewin. Uno de los tantos destacados era a Zubizarreta en el Nou Camp, nada menos, y era sencillamente espectacular. El argentino concluyó la locución con una de esas frases de las que le granjearon fama de brillante orador en los locales de ocio del mundo entero. Sentenció: «apto para la lucha y finalmente para la sutileza final» (sic). Demostrando que con eso de «la sutileza final» también podría haber sido un magnífico letrista de Sangre Azul, pero sigamos con el fútbol.

    Luis Enrique se convirtió en el futbolista revelación de Primera División. Y por si alguien todavía no se había dado cuenta, marcó a Abel, portero del Atlético de Madrid, acabando con su legendario récord imbatido. Tuvo tanta visibilidad que al asturiano solo le salieron novias. Hasta Rafael Martín Vázquez dijo de él que podría ser un buen jugador para el fútbol italiano, pero por lo que fuera prefirió quedarse en la piel de toro. El Real Madrid corrió raudo a pagar su cláusula de doscientos cincuenta millones de pesetas, que le parecía desorbitada al Barcelona —«es como un melón sin abrir», adujeron—, y la capital se llevó el caramelito.

    En su primera temporada en el Real Madrid, Luis Enrique pudo sumergirse enteramente en la filosofía del único club español que conserva en su escudo la franja morada de la bandera tricolor de la II República y justo encima una corona borbónica; dicho de otro modo, la filosofía de películas como la saga de Porky’s o la también muy jocosa Desmadre a la americana. Fue el año de Mendoza, Radomir Antic, Leo Beenhakker y otras chicas del montón. Una temporada que glosamos jugosamente en el perfil de Ricardo Rocha que publicamos este verano.

    Johan Cruyff, sin pelos en la lengua habitualmente, dijo sobre él: «En ningún momento entramos en la puja por su fichaje, se trata de un buen jugador, pero no es la gran estrella que se dice». Lo clavó inicialmente. Pero como siempre, sobre el papel, no parecía mala idea. Mil trescientos millones se gastó Mendoza en Prosinecki, Rocha, Lasa y el asturiano, llamado a sustituir, él o el emergente Alfonso, la figura de Hugo Sánchez, en franco declive y que además estaba lesionado. Después de lo visto en la 90-91, el plan sonaba a Wagner.

    Fue uno de los tremendos dilemas del año, el acompañante de Butragueño. Aunque curiosamente, como mejor rindió el pequeño de cara angelical fue sin nadie. Respaldado atrás por Míchel, Hierro, Luis Enrique y don Gica Hagi haciendo la guerra por su cuenta. El asturiano se estrenó con un gol de cabeza contra el Logroñés en la séptima jornada y repitió en la décima contra el Burgos con un tanto interesante que no recuerdo haber visto, pero que las crónicas destacaron:

    El Madrid salió en tromba y a los dos minutos se adelantaba en el marcador merced a un contrataque bien llevado por Luis Enrique, que pilló a la defensa burgalesa mal colocada, enfiló desde medio campo la portería rival y batió a Elduayen de tiro cruzado en su salida. El gol madridista desmoronó la hasta entonces bien organizada defensa burgalesa. (La Vanguardia, 18 de noviembre de 1991).

    Sin embargo, ahí se quedó la cosa más o menos. Metió dos más y ese fue su saldo en todo el año. Cuatro goles. Paralelamente, la selección española no se clasificó para la Eurocopa de Suecia, pero, pese al desastre nacional, se hablaba mucho del combinado olímpico que tenía que dar la cara en Barcelona 92. Ahí Luis Enrique y Alfonso se compenetraban perfectamente y se hablaba de un equipo muy serio en el que llamaban la atención nuevos valores como Solozabal, Ferrer y Abelardo.

    Debió ser lo único estimulante que tuvo Luis Enrique ese año, porque en el Madrid en enero se desató una crisis-charlotada-lupanar de las que hicieron época. Ramón Mendoza medió ante Radomir Antic para que sacase a jugar a Hugo Sánchez, que estaba enfadadito. Esto obligaba al serbio a cambiar todo el dibujo de su equipo. Luis Enrique había sido titular hasta el momento en casi todos los partidos, pero tampoco había demostrado que era un supercrack como lo había sido el ganador de cinco pichichis. Antic obedeció, Hugo no marcó, y en un partido en casa contra el maldito Tenerife en el que se terminó pidiendo la hora con José Miguel González Martín del Campo de portero por expulsión de Buyo, se tomó la decisión de despedir al entrenador con el equipo líder. Se entendía que Radomir no sabía lograr que sus jugadores dieran espectáculo.

    Pero Beenhakker, que le sustituyó para traer el fútbol-samba, lo hizo incluso peor y el affaire con Hugo le estalló en la cara. El mexicano se negó a viajar con el equipo si no iba a ser titular y declaró «si el equipo pierde la primera plaza y sigo sin jugar, entonces diré unas cuantas cosas». El órdago acabó con Hugo en el Rayo Vallecano previo paso por el CF América y con el club haciendo la que sería recordada como la histórica segunda vuelta de la muerte, de la mierda, del infierno, de satanás, del Gólgota… de lo que quieran ustedes. Un recordado «masaje» con «final feliz» en Tenerife.

    En todo caso, en el verano se le tuvo que olvidar esta tragedia a Luis Enrique porque logró la medalla de oro en Barcelona 92. Un extraordinario campeonato, una gran generación y unos partidazos de mucho cuidado. Jugó todo lo jugable y marcó un golito en dura competencia con unos Kiko y Alfonso en plena forma. No obstante, aunque resulte difícil de creer, la selección no es el Real Madrid, así que pasemos página y volvamos al meollo de la cuestión.

    En la siguiente etapa, Benito Floro Sanz, paisano de Luis Enrique, el nuevo Sacchi, se hizo cargo del equipo. Temporada 92-93. El club incorporó a Iván Zamorano, indiscutible en la punta, y a Rafael Martín Vázquez. Alfonso y Luis Enrique pasaron a ser suplentes. El equipo empezó la temporada perdiendo en el Nou Camp y mostrando un juego muy poco atractivo. La penúltima oportunidad de la Quinta para volver a ser la que era se estaba esfumando. Para colmo, Robert Prosinecki, la estrella esperada y deseada, volvió a jugar después de su complicada lesión, pero resultó que ahora estaba deprimido. Fue el año de que si fumaba mucho, de que si las noticias que llegaban de Yugoslavia le amargaban, o los yugoslavos que frecuentaba en Madrid no le subían el ánimo precisamente con sus relatos vitales y, fuera como fuese, sobre el césped parecía un exjugador.

    Con todo, la arqueología en YouTube nos ha legado un vídeo de un buen gol de Luis Enrique en otoño al Timisoara. Una elegante definición que hacía honor a la cosa esa de «finalmente la sutileza final» que había dicho Valdano. El chico, caray, prometía.

    Así las cosas, en diciembre Mendoza ya empezó a mandar mensajitos de que con la garra de Luis Enrique el equipo parecía otra cosa. No sé, pues por ejemplo se asemejaban más a un grupo de once veinteañeros que practican deporte en un país soleado, no a una fila de obreros siderúrgicos polacos yendo a trabajar a las cinco de la mañana en los años duros de Gomulka, que es lo que parecía la Quinta con Prosinecki de director de orquesta. Al menos el Bernabéu es lo que hizo notar empezando a pitar a Butragueño con inequívoca hartura.

    Lo gracioso es que en enero el equipo ganó al Barcelona en un polémico encuentro en el Bernabéu, 2-1 de penalti, y empezó a remontar hasta ponerse segundo en febrero por detrás del Superdepor que se lo estaba pasando pipa con Bebeto y Mauro Silva. En estas fechas, Luis Enrique llegó a ser considerado un jugador indispensable. Martín Vázquez se fastidió el quinto metatarsiano y nadie le echó mucho de menos.

    De esos inicios de año de resurrección también hay un gol del asturiano en YouTube. Es del 1-5 a la Real en Atocha. Butragueño abrió el marcador con una vaselina un tanto heterodoxa, pero vaselina al fin y al cabo. Y Zamorano hizo lo que le dio la gana en la segunda parte. Como dato curioso, en el segundo gol del chileno, de una brillante ejecución, se ve con toda claridad una pancarta en la grada, detrás de la portería, con un mensaje claro, sencillo, escueto y directo: «ETA». Y ahora la gente gime si le pitan el himno nacional… ay, ay. Luis Enrique, por su parte, marcó el quinto en esa portería, la de los aficionados donostiarras más desacomplejados, y también con estilazo, con unos amagos bastante guapos.

    No se puede decir que Luis Enrique fuese la estrella de ese equipo, pero provocaba penaltis, ocasionaba autogoles o sus fallos de cara a puerta terminaban en gol de otro, como el que marcó Esnaider al Logroñés, que solo sirvió para empatar porque el Tato Abadía igualó a dos ese partido en el quinto minuto del descuento. Posiblemente la imagen más bella de la historia del fútbol español antes del advenimiento de los tatuados musculados y engominados.

    El caso es que este equipo, al final, también doblegó al Dépor en el Bernabéu, que jugó con poca fe en sus posibilidades, y en mayo alcanzó el liderato. Entonces, ¿qué premio le tenía reservado Mendoza a Luis Enrique? En efecto, largarlo. Lo quiso colocar en un canje por Fernando Redondo, el deseado. Mal rollo. El Tenerife lo pedía a él, a Alfonso y novecientos millones —tal vez en billetes sin contar—. El asturiano se negó. Pero ya de paso, cuando Lasa se lesionaba, empezaron a ponerle de lateral para que lo tuviera aún más complicado. Fichas a un chico porque demuestra ser un killer del área y lo pones de defensa. Se ha hablado mucho de este tema, de que podía con eso y más. Pero ahí queda el dato. Sobre todo porque así se llegó a Tenerife y, una vez más, se volvió a palmar la liga en el último partido. Ni Tricicle.

    Días después, el Madrid levantó la Copa del Rey tras vencer al Zaragoza 2-0. Fue el único título serio en tres años, amén de una Copa Fioruci, durante aquella travesía por el desierto de dominio del Dream Team. Pero Luis Enrique no estuvo. Qué le vamos a hacer. Así que pasemos a la siguiente temporada.

    Los números 93-94 en la memoria de los aficionados madridistas suenan como las cifras de identificación tatuadas en la piel de un prisionero de un campo de exterminio. Qué año. Qué cosas nos pasaron. Qué aventuras. En la primera jornada de liga se metió un 1-4 al Osasuna que parecía prometer un año de grandes éxitos. Se había fichado a Dubovski, pichichi de la liga eslovaca, por más dinero de lo que el Barça gastó ese mismo año en Romario. Sería por algo, ¿no? Pues no.

    Un 1-3 en casa en la jornada siguiente frente al Valladolid puso las cosas en su sitio. Lo que le gritó la grada a Vitor aquel día no se puede reproducir y fue poco comparado con lo que todavía quedaba por expelerle en las siguientes jornadas. Martín Vázquez pasaba por el organizador del equipo, pero la cosa estaba muy anquilosada. Lejos quedaban los años de pases vertiginosos de Butragueño, Míchel y Rafa, que este año vivió un auténtico viacrucis. Cuando el Tenerife eliminó al Madrid de la Copa en el Bernabéu por 0-3, le tuvieron que sacar escoltado por la policía. Ese día del estadio y días después también de los entrenamientos. Martín Vázquez dejó de hablarse con Floro y llegó incluso a filosofar de forma lastimera. Miren qué belleza de declaración recogió la prensa con el título «No soy feliz»:

    La vida era antes más bonita, la sociedad nos ha hecho cambiar, cada uno va a lo suyo… En un sitio o en otro… puedo demostrar mis cosas. (El País, 22 de febrero de 1994).

    En cuanto a Luis Enrique, en este segundo año de Floro se le situó en el lateral con todavía más frecuencia. Y ahí daría de sí lo que diese, pero hay que subrayar que la prensa lo destacó en Navidad como el jugador «más en forma de la plantilla». Al menos se logró ganar al Barcelona en la Supercopa, aunque en el póster de la celebración Luis Enrique saliera mirando para otro lado, casi como avergonzado. O igual solo estaba vislumbrando en el horizonte lo que le venía encima al equipo, una cosa que se conoce popularmente como «la puta realidad».

    Ocurrió un 8 de enero de 1994. Barcelona. Estadio Nou Camp. Romario da Souza Faria hizo lo que le salió de las mismísimas narices con la defensa blanca. Resultado: cinco a cero. El público estaba tan fuera de sí que parecían los españolitos de Bienvenido Mr. Marshall. Y eso que los benditos no sabían que en el futuro crujirían así al Madrid muchas veces más. Aquella fue la primera película porno —por delante, por detrás, por la boca, de espaldas, de tijereta y vuelta a empezar— de la era moderna que protagonizó involuntariamente el Madrid con su eterno rival. Luis Enrique tuvo una colaboración destacada en el cuarto gol de la noche. Nadal lanzó un melón sin peligro a la banda, el asturiano no pudo controlarla, se la robó Laudrup, toquecito a Romario y gol. En ese momento la cámara enfocó a Hristo Stoichkov. Reía como si le hubiese tocado la lotería. Y tú pensabas: ¿Vitor y Dubovski?, ¿pero por qué? Los directivos, encima, barajaron la posibilidad de multar a los jugadores por bajo rendimiento.

    Justo en el siguiente encuentro, de Copa frente al Atlético, el equipo pudo desquitarse un poco gracias a la legendaria amabilidad de su vecino. En la ida Luis Enrique tuvo una participación destacada provocando el penalti del empate del Madrid, y aquí, en la vuelta, clavó un gol de cabeza por la escuadra a pase de Paco Llorente bastante decente y que resultó decisivo. Aunque el charro de la noche fue de Lasa tras una galopada y pasar muy mucho de dársela a Butragueño. «¡Prefiere el disparo a jugar con Butragueño!», dijo asombrado José Ángel de la Casa en la retransmisión, pero de ese disparo salió un golazo de padre y muy señor mío. Iban aprendiendo hasta los nuevos de qué iba el asunto con la Quinta a esas alturas de la vida.

    Ese año en Europa, de nuevo contra el PSG, no hubo suerte en la ida en casa, 0-1, y en el partido de liga de esa semana ocurrió el Lleida-Gate famoso de «Con el pito nos los follamos», la última charla de Floro que en esta casa contamos detalladamente.

    El técnico fue destituido y se acabó la dictadura del 4-4-2. Un régimen autoritario tan grave que uno de los escándalos del año se produjo cuando Toni Grande cambió a un 3-4-3 con el filial durante unos minutos y se montó la de dios es cristo por desobedecer y no mantener el 4-4-2 zonal de Floro, quien advirtió que iniciaría una investigación para depurar responsabilidades.

    ¿Estaba como una regadera? Pues probablemente. Aunque el infantil A ganó un día por 30 a 0 al La Flor gracias, según dijo la prensa, a su sistema. Casi como para haberse ido a Cibeles tal y como estaban las cosas. Era el famoso y temido equipo filial de Rabadán, que deslumbró en el torneo de Brunete. El Madrid terminó descartando a este chico, no sin darle tratamientos con un endocrino para que creciera. En una reciente entrevista en As, comentó que en esa consulta coincidía con un tal Raúl González Blanco. Sorpresa. Mientras, en la misma generación, el Barça tenía entonces formándose a un tal Xavi Hernández. No hay más que añadir.

    Con Del Bosque, subalterno que cogió el equipo, Luis Enrique volvió al ataque y fue quizá el mejor jugador en la vuelta contra el PSG. Sin ser decisivo, digamos que sí que estuvo en las jugadas decisivas. Insistía con algo de vehemencia, recurso caro a aquel Madrid, y en un córner que propició marcó Hierro el único gol de los blancos. Pero la cosa no daba más de sí. Luego nos empataron y nos fuimos para casa. Ese año se iba a volver a dar asquete.

    Los registros goleadores de Luis Enrique tampoco fueron muy allá esa temporada: dos goles en liga. Aunque hay que entender que jugó atrás todo el año. Uno fue al Racing en el Sardinero, haciendo de nuevo buena la frase de «finalmente la sutileza final» y un tiro cruzado al Albacete en las últimas jornadas. La posterior vergüenza de perder en casa contra el Barça, con aquel gol de Amor decisivo para luego arrebatar el título al Dépor en el último suspiro, Luis Enrique se la ahorró. No estuvo presente y salió en verano directo para el Mundial. En la Roja Clemente le adoraba por su polivalencia.

    No profundizaremos en sus andanzas sin la camiseta blanca. Tan solo reseñar que la Copa del Mundo fue la de Estados Unidos y que Luis Enrique pasó a la historia tras agredir brutalmente a Tassotti golpeándole con el tabique nasal por la espalda y a traición en la zona más dura de su cuerpo, el codo, que estaba completamente descubierto, sin protección. El jugador italiano no resultó herido. Sin embargo, el mundo entero pudo comprobar cómo Luis Enrique se había hecho sangre de la fuerza con la que atacó al rival. Unas escenas vergonzosas que esperamos que no vuelvan a repetirse en un campo de fútbol.

    En la 94-95, Jorge Valdano recaló por fin en el Real Madrid. Aunque es un dato menor. Lo relevante es que ese mismo año vio la luz Valdano, sueños de fútbol con la editorial El País/Aguilar, dirigida por Juan Cruz. Cien mil ejemplares vendió y hasta la magna obra se tradujo al japonés. No obstante, en lo deportivo, lo mundano, el equipo no tardó en funcionar decentemente a las órdenes de su nuevo técnico. Fue el año de, por este orden, Zamorano, Laudrup. Amavisca, Buyo, Quique Sánchez Flores y habría sido también el de Redondo de no ser porque Jokanovic, del Oviedo, le partió la rodilla. El excelente delantero Carlos explicó el porqué sin contemplaciones: «Ha sido una desgracia, pero también hay que ver lo que ha tenido que soportar Jokanovic. Yo he visto cómo ha intentado humillarle y he oído las cosas que le dijo. Hasta le tuve que decir que quién se creía que era. No todos tenemos la suerte de tener un amigo en el Madrid para llevarte».

    ¿Y Luis Enrique? Los titulares decían que cuando iba a la selección, ultradefensiva, era delantero, y en el Madrid, ofensivo, defensa. Le preguntaron si no se estaba volviendo esquizofrénico y contestó que ya estaba acostumbrado a «encontrar criterios distintos». Aquel año, al final jugó de todas las posiciones posibles. En el Madrid empezó de lateral, pero cuando Míchel se rompió en Anoeta pasó al centro del campo y, ocasionalmente, Valdano también lo puso de delantero. Lo relevante es que casi siempre fue titular. En el recuerdo esta ha quedado como su mejor temporada en el Madrid y, también, una imagen inmortal: su cuarto gol en la manita al Barcelona.


    Luis Enrique en un partido contra en Ajax, en la Champions League 1995-96. Foto: Cordon Press.

    Justo un año y un día después del repaso en el Nou Camp, el Madrid le devolvió al Barcelona la manita en el Bernabéu. Luis Enrique fue comedido antes del partido y declaró que respetaba al Barça y que lo temería el resto del año aunque saliera derrotado de Madrid. Elegante y señorial, sí, pero cuando clavó el cuarto, casualmente el que regaló el año anterior, echó a correr hacia la grada abriendo los brazos como un yihadista invocando al Profeta, a continuación se agarró su camiseta del Real Madrid Club de Fútbol agitándola para detenerse y exclamar por dos veces «¡Toma!» moviendo el puño en plan «ou, yeah» de Marty McFly, instante en el que fue abrazado por sus compañeros. Zamorano hizo tres aquella noche, pero yo siempre he recordado el de Luis Enrique —que por cierto fue un poco de la escuela de Salinas y el guardameta era Busquets— porque esa rabia contenida y amor por los colores me llegó «jondo». Después de sufrir tanto tres años cenagosos, regresaba la bestia. Éramos jóvenes, 1995, y si no tenías mononucleosis aquella noche la vida era bella.

    Ese año también se produjo el debut de Raúl González y Valdano tuvo arrestos para despachar a Butragueño, lo que anunciaba un cambio de era, que tardó dos años, una ley Bosman y unos cuantos millones en producirse, pero se produjo. El asturiano hizo su segundo mejor registro de goles con el Madrid, cuatro, pero en la grada estaba pasando algo. Con el equipo campeón de liga, con Buyo buscando el Zamora y Zamorano igualar a Romario como Pichichi, en uno de los últimos partidos contra el Betis en el Bernabéu, el público pitó a Luis Enrique. ¿Por qué? Porque jugaría mal. ¿Pero era justo? Pues ese fue su mejor año, qué más podemos decir. Ante la polémica, desde Barcelona ya se especuló con su fichaje, pero Núñez lo desmintió. Siguió una temporada más y ahora sí, él y todo el Madrid en su conjunto, digámoslo sin vergüenza, se comieron la mierda.

    Verano del año 1995 después de Cristo. Ramón Mendoza, que acababa de ganar las elecciones a Florentino Pérez y de declarar como perjudicado por las escuchas del CESID, le comunicó a Valdano que no había un duro para fichar. Llegaron Esnaider y Freddy Rincón, que fue recibido cariñosamente en la capital de España con pintadas en las paredes del estadio que decían «Vuelve a la selva», «Te vamos a matar», «Eres un blanco fácil» entre otras como «Valdano solo ficha sudacas». De hecho, cuando él y Cappa firmaron por el Madrid ya se había pintarrajeado en Concha Espina «No queremos ni rojos ni sudacas». De propina, en esa temporada se empezó cayendo estrepitosamente en la Supercopa ante el Deportivo y Luis Enrique fue titular en ambos partidos.

    En octubre saltaron las primeras alarmas y, cómo no, en plan charlotada. Luis Enrique se cayó de una convocatoria y aprovechó para rajar: «No juego y no juego. Y ya está. ¿Descanso? A este paso con lo descansado que estoy podré jugar hasta los sesenta o setenta años». A las pocas horas, Fernando Carlos Redondo acudió al dentista, se le infectó una muela y Valdano llamó a Luis Enrique convocado. Tuvo que estar en el banquillo con cara de sota delante del míster después de haberla liado por nada.

    Todo siguió mal. Se palmó contra Oviedo y Valencia y se empató con el Albacete. El que rajó entonces fue Valdano: «Da hasta vergüenza hablar en la situación en que estamos. Me siento con autoridad para pedirle mucho a mis jugadores, pero no estamos ni para pedirle un ruego a los aficionados. El asunto se ha puesto para hombres. Espero un cambio de actitud, desde ya, en los futbolistas».

    Hubo una oportunidad contra un Barça también en horas bajas ante el que se empató a uno. Luis Enrique y Laudrup protagonizaron una jugada que le pudo dar la victoria al Madrid, pero el danés falló con todo para enchufarla. Los dos se fueron después directos al banquillo. Ya se hablaba de que Luis Enrique no renovaría y de que le querían el Atlético y el Sporting. Para más inri, Mendoza dimitió como presidente. Le sucedió Lorenzo Sanz, el «emprendedor» de Los Simpson.

    Pero todavía, en diciembre, Luis Enrique fue de los pocos del equipo que intentó algo que pareciera jugar al fútbol, aunque fuese sin dios ni amo, y eso curiosamente le enfrentó a Valdano. En un partido contra el Español le sustituyó en el descanso y al final del encuentro, en que palmó el Madrid, Luis Enrique se descojonó en la cara de su entrenador delante de los medios con «sonoras carcajadas». Después, en La Coruña, Bebeto le metió tres al Madrid y el técnico argentino, ya desbordado, declaró: «Hoy empieza el futuro». No iba desencaminado, Sanz había empezado a fichar a Šuker. Y Luis Enrique no iba a volver a jugar con el argentino y prácticamente estaba con un pie fuera.

    Llegó enero y Laudrup y el asturiano se reunieron en privado para tomar la decisión de no volver a hacer declaraciones mientras siguieran sin jugar. Tremendo chantaje. Valdano se quejó al salir la noticia de que no se respetaba su apuesta por la cantera. Pero en Copa del Rey, con su apuesta, se cayó de nuevo ante el Español en un Bernabeu con un tercio de entrada. Sanz dijo: “La paciencia del público raya en la Santidad”. Para enfrentarse al Rayo, Valdano fue más lejos y sentó a Sanchís. No habrá nadie sobre el césped de la Quinta por primera vez en más de diez años. El vestuario estaba dividido entre un bando liderado por Raúl y Redondo, fieles al entrenador, y otro por Michel y Laudrup, desafectos. Los vallecanos ganaron por 1-2 y a la calle se fue directito Valdano. Luis Enrique vio todas estas cosas desde la grada.

    Fue con la llegada de Arsenio Iglesias que volvió a rascar un poco de bola y él lo celebró con una expulsión. Agredió a Christiansen, entonces en el Oviedo, que le había dado dos patadas por detrás. Lo último reseñable de su etapa como jugador del Madrid, Luis Enrique lo hizo marcando entre pitos escandalosos un gol al Deportivo en el Bernabeu con la estrecha colaboración de Donato. En su última aparición con la camiseta blanca, en Valladolid, fue sustituido en el descanso por Lasa, que abrió lo que luego fue un 0-3, pero las victorias de final de temporada del equipo no fueron suficientes ni para entrar en la UEFA. Ramón Mendoza, por su parte, desde su retiro, presentó su obra maestra «Dos pelotas y un balón».

    Tres días después del último partido de liga en la Romareda, el 28 de mayo, Luis Enrique anunció su fichaje por el FC Barcelona. Un «secreto a voces», se dijo. Parecía que el único valor que podía tener este fichaje para los catalanes era el de fastidiar al Madrid, pero dieron con un futbolista clave que les duró ocho temporadas. Si con el Madrid nunca marco más de cinco goles en las tres competiciones, con los azulgrana, el primer año enchufó dieciocho y el segundo veinticuatro. Todo esto sin mencionar los goles que le metió al Madrid. Lo cierto es que cualquier persona que se chupase la primera mitad de los noventa en el club blanco se merece todo en este mundo ¿pero era necesario llegar a esto, Luis?

    Después de todos los pases horizontales en corto que sufrimos juntos ¿Por qué, por qué tanta crueldad? Muy mal.

    *******************

    Fuente: www.jotdown.es

  2. #2
    boxeador y pensador Avatar de el drogas
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    haha lo leo ahora sisisi ahahaha

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    Pues tienes razón, vaya tocho.

  4. #4
    ForoParalelo: Führer Avatar de secta_suicida
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    . Avatar de Ikki
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    La biblia es más amena

  6. #6
    ForoParalelo: Miembro Avatar de Endorian
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    Menudo tocho, se lo va a leer tu prima

  7. #7
    ForoParalelo: Miembro Avatar de Ebonycontractor
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    me paso algo parecido con este gilipollas


    me compro la camiseta y sale rana el mierdas prepotente ese

  8. #8
    2031 Avatar de Toyoda
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    Pues yo me lo he leído de pe a pa. Pero es que yo lo viví.

    Ya sabéis que antes todo esto era campo.

  9. #9
    ForoParalelo: Miembro Avatar de Usuario203941238
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    El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
    Verano de 1993. Se extienden por España los establecimientos de serigrafía, donde, ¡oh, el milagro del progreso!, uno puede hacerse la camiseta que le dé la gana. Una revolución. El mundo a nuestros pies. Voy con un amigo. Él se hace una con el rostro del flamante último fichaje del Real Madrid, Claudemir Vitor. Yo, una de Luis Enrique en cuerpo entero, saltando majestuoso con mueca de apóstol en la batalla de Clavijo sobre una entrada de alguien del Español, creo que Francisco. 1994, crezco un poco y considero que esa camiseta, con el nombre del jugador en un tipo de letra propio de un puticlub de carretera comarcal, es mejor llevarla en la intimidad. Parezco cuando me la pongo, digámoslo a las claras, tonto de los cojones. Decido usarla de pijama. Era una época extraña que los más peques de la casa no entenderéis, la ropa tenía cierto valor y no se tiraba nueva a la basura así como así. Con el chaval de Vitor pierdo el contacto hasta finales de la década. Cuando me encuentro con él comenta que se ha enrolado en las Fuerzas Armadas. Noto que me mira fijamente, silencioso, cuando doy un trago a mi copa. Creo que sospecha que recuerdo lo de su camiseta perfectamente. Yo lo entiendo, lo respeto y no digo nada. Otoño de 1996. Luis Enrique Martínez García ficha por el FC Barcelona. Le echo valor y sigo durmiendo con mi camiseta. Mi vida no experimenta cambios sustanciales, ni erupciones subcutáneas ni nada, solo que cada noche parezco delante del espejo, cuando me lavo los dientes, sin paliativos, completamente gilipollas. Todo gracias a Luis Enrique. Gracias, Luis, de corazón.


    Luis Enrique en el Real Madrid, temporada 1991-92. Foto: Cordon Press.

    Este sainete biográfico viene a cuento porque hace unos días, comentando con un amigo las viscerales celebraciones que hacía Luis Enrique cuando le marcaba al Madrid, nos preguntamos qué hizo antes en nuestro club. Qué nos dio. Cuándo resultó decisivo. Si es que acaso tuvo algún valor. Y la respuesta fue que ni pajolera idea. Yo solo recuerdo superficialmente que corría mucho, que era impreciso en el regate y que en el Bernabéu le terminaron pitando con inquina. ¿Y por qué? ¿Se rompió el amor de tanto usarlo? ¿No dio pie con bolo? Investiguémoslo. Aunque antes del desglose de datos, vayan por delante unas valiosas palabras del brillante excentrocampista del Real Madrid y solista del dúo de música folk Simon & Garfunkel, Ricardo Gallego. Tribuna en El País, abril de 1995:

    Él no tiene problemas para desenvolverse como lateral derecho o izquierdo, como delantero o centrocampista. Es un ejemplo a seguir como profesional, pues en todas las situaciones intenta sacarse a sí mismo el máximo provecho en beneficio de su equipo. Esta polivalencia es un seguro para su entrenador en casos de emergencia. También es poco valorada por el aficionado en general.

    Nacido en Gijón en 1970, Luis Enrique vino al fútbol en la escuela de Mareo, cantera de la que fue expulsado por ser «pequeño y delgado». En una tierra, la asturiana, donde los filetes cuelgan a ambos lados del plato, se conoce que eso no estaba bien visto. No obstante, después de hincharse a meter goles en el Club Deportivo La Braña, lo trajeron de vuelta al Sporting. Y poco faltó para que se fuera ya al Barcelona. Tal y como contó hace poco Javier Giraldo en el diario Sport, el Barça le hizo un seguimiento y el ojeador de los catalanes en el norte de España, Isidoro Sánchez, se lo terminó llevando a hacerle una prueba en Barcelona.

    Eso sí, la cosa salió mal. Al llegar a Barcelona perdió el billete de vuelta —entonces las gentes no podían llevar el localizador en el walkman— y en los entrenamientos le molestaron los abductores. Dijeron que ambas cosas se debían a los nervios. Luego jugó un partidillo con el juvenil, donde estaba Tito Vilanova por cierto, y decidieron rechazarlo sin muchos miramientos. El máximo responsable de la cantera, Luis Romero, le dijo un lacónico: «Has hecho poco». Y dieron orden a Isidoro Sánchez de dejar de seguirlo. El protagonista de esta historia se volvió a casa desolado. La vida suele ser así para la mayoría de la gente.

    Pero este chaval o su entorno dieron muestras ya en ese momento tan temprano de su carrera de que nada se iba a interponer entre el futbolista y el triunfo. Luis Enrique firmó un precontrato con el Oviedo, el máximo rival. Algo que los forofos verán como un gesto herético y despreciable, pero que cualquier persona en plena posesión de sus facultades mentales entenderá más bien como que tonto no era. Al final, con mucha «épica conversacional», Carlos García Cuervo logró retenerlo en Gijón y el jugador contribuyó a forjar la leyenda del Sporting B de Abelardo, Manjarín y el susodicho. Era 1988, el año que había comenzado con la teta de Sabrina Salerno.

    En la 89-90 debutó en Primera División. Derrota en casa contra el Málaga, pero en la que envió una chilena al larguero. No hizo mucho más, pero en la siguiente temporada explotó. Enchufó goles de todos los colores y la mayoría de una ejecución impecable. Se pueden ver en un YouTube de Fiebre Maldini donde rescatan un programa de El día después en el que se daba fe del pedazo de jugador en que se había convertido. Con música de un VHS de prevención de riesgos laborales o, si se quiere, una película porno escandinava, Jorge Alberto Francisco Valdano Castellanos comentó los goles que llevaba Luis Enrique ese año junto a un señor que había debajo de unos relojes y que se llamaba Nacho Lewin. Uno de los tantos destacados era a Zubizarreta en el Nou Camp, nada menos, y era sencillamente espectacular. El argentino concluyó la locución con una de esas frases de las que le granjearon fama de brillante orador en los locales de ocio del mundo entero. Sentenció: «apto para la lucha y finalmente para la sutileza final» (sic). Demostrando que con eso de «la sutileza final» también podría haber sido un magnífico letrista de Sangre Azul, pero sigamos con el fútbol.

    Luis Enrique se convirtió en el futbolista revelación de Primera División. Y por si alguien todavía no se había dado cuenta, marcó a Abel, portero del Atlético de Madrid, acabando con su legendario récord imbatido. Tuvo tanta visibilidad que al asturiano solo le salieron novias. Hasta Rafael Martín Vázquez dijo de él que podría ser un buen jugador para el fútbol italiano, pero por lo que fuera prefirió quedarse en la piel de toro. El Real Madrid corrió raudo a pagar su cláusula de doscientos cincuenta millones de pesetas, que le parecía desorbitada al Barcelona —«es como un melón sin abrir», adujeron—, y la capital se llevó el caramelito.

    En su primera temporada en el Real Madrid, Luis Enrique pudo sumergirse enteramente en la filosofía del único club español que conserva en su escudo la franja morada de la bandera tricolor de la II República y justo encima una corona borbónica; dicho de otro modo, la filosofía de películas como la saga de Porky’s o la también muy jocosa Desmadre a la americana. Fue el año de Mendoza, Radomir Antic, Leo Beenhakker y otras chicas del montón. Una temporada que glosamos jugosamente en el perfil de Ricardo Rocha que publicamos este verano.

    Johan Cruyff, sin pelos en la lengua habitualmente, dijo sobre él: «En ningún momento entramos en la puja por su fichaje, se trata de un buen jugador, pero no es la gran estrella que se dice». Lo clavó inicialmente. Pero como siempre, sobre el papel, no parecía mala idea. Mil trescientos millones se gastó Mendoza en Prosinecki, Rocha, Lasa y el asturiano, llamado a sustituir, él o el emergente Alfonso, la figura de Hugo Sánchez, en franco declive y que además estaba lesionado. Después de lo visto en la 90-91, el plan sonaba a Wagner.

    Fue uno de los tremendos dilemas del año, el acompañante de Butragueño. Aunque curiosamente, como mejor rindió el pequeño de cara angelical fue sin nadie. Respaldado atrás por Míchel, Hierro, Luis Enrique y don Gica Hagi haciendo la guerra por su cuenta. El asturiano se estrenó con un gol de cabeza contra el Logroñés en la séptima jornada y repitió en la décima contra el Burgos con un tanto interesante que no recuerdo haber visto, pero que las crónicas destacaron:

    El Madrid salió en tromba y a los dos minutos se adelantaba en el marcador merced a un contrataque bien llevado por Luis Enrique, que pilló a la defensa burgalesa mal colocada, enfiló desde medio campo la portería rival y batió a Elduayen de tiro cruzado en su salida. El gol madridista desmoronó la hasta entonces bien organizada defensa burgalesa. (La Vanguardia, 18 de noviembre de 1991).

    Sin embargo, ahí se quedó la cosa más o menos. Metió dos más y ese fue su saldo en todo el año. Cuatro goles. Paralelamente, la selección española no se clasificó para la Eurocopa de Suecia, pero, pese al desastre nacional, se hablaba mucho del combinado olímpico que tenía que dar la cara en Barcelona 92. Ahí Luis Enrique y Alfonso se compenetraban perfectamente y se hablaba de un equipo muy serio en el que llamaban la atención nuevos valores como Solozabal, Ferrer y Abelardo.

    Debió ser lo único estimulante que tuvo Luis Enrique ese año, porque en el Madrid en enero se desató una crisis-charlotada-lupanar de las que hicieron época. Ramón Mendoza medió ante Radomir Antic para que sacase a jugar a Hugo Sánchez, que estaba enfadadito. Esto obligaba al serbio a cambiar todo el dibujo de su equipo. Luis Enrique había sido titular hasta el momento en casi todos los partidos, pero tampoco había demostrado que era un supercrack como lo había sido el ganador de cinco pichichis. Antic obedeció, Hugo no marcó, y en un partido en casa contra el maldito Tenerife en el que se terminó pidiendo la hora con José Miguel González Martín del Campo de portero por expulsión de Buyo, se tomó la decisión de despedir al entrenador con el equipo líder. Se entendía que Radomir no sabía lograr que sus jugadores dieran espectáculo.

    Pero Beenhakker, que le sustituyó para traer el fútbol-samba, lo hizo incluso peor y el affaire con Hugo le estalló en la cara. El mexicano se negó a viajar con el equipo si no iba a ser titular y declaró «si el equipo pierde la primera plaza y sigo sin jugar, entonces diré unas cuantas cosas». El órdago acabó con Hugo en el Rayo Vallecano previo paso por el CF América y con el club haciendo la que sería recordada como la histórica segunda vuelta de la muerte, de la mierda, del infierno, de satanás, del Gólgota… de lo que quieran ustedes. Un recordado «masaje» con «final feliz» en Tenerife.

    En todo caso, en el verano se le tuvo que olvidar esta tragedia a Luis Enrique porque logró la medalla de oro en Barcelona 92. Un extraordinario campeonato, una gran generación y unos partidazos de mucho cuidado. Jugó todo lo jugable y marcó un golito en dura competencia con unos Kiko y Alfonso en plena forma. No obstante, aunque resulte difícil de creer, la selección no es el Real Madrid, así que pasemos página y volvamos al meollo de la cuestión.

    En la siguiente etapa, Benito Floro Sanz, paisano de Luis Enrique, el nuevo Sacchi, se hizo cargo del equipo. Temporada 92-93. El club incorporó a Iván Zamorano, indiscutible en la punta, y a Rafael Martín Vázquez. Alfonso y Luis Enrique pasaron a ser suplentes. El equipo empezó la temporada perdiendo en el Nou Camp y mostrando un juego muy poco atractivo. La penúltima oportunidad de la Quinta para volver a ser la que era se estaba esfumando. Para colmo, Robert Prosinecki, la estrella esperada y deseada, volvió a jugar después de su complicada lesión, pero resultó que ahora estaba deprimido. Fue el año de que si fumaba mucho, de que si las noticias que llegaban de Yugoslavia le amargaban, o los yugoslavos que frecuentaba en Madrid no le subían el ánimo precisamente con sus relatos vitales y, fuera como fuese, sobre el césped parecía un exjugador.

    Con todo, la arqueología en YouTube nos ha legado un vídeo de un buen gol de Luis Enrique en otoño al Timisoara. Una elegante definición que hacía honor a la cosa esa de «finalmente la sutileza final» que había dicho Valdano. El chico, caray, prometía.

    Así las cosas, en diciembre Mendoza ya empezó a mandar mensajitos de que con la garra de Luis Enrique el equipo parecía otra cosa. No sé, pues por ejemplo se asemejaban más a un grupo de once veinteañeros que practican deporte en un país soleado, no a una fila de obreros siderúrgicos polacos yendo a trabajar a las cinco de la mañana en los años duros de Gomulka, que es lo que parecía la Quinta con Prosinecki de director de orquesta. Al menos el Bernabéu es lo que hizo notar empezando a pitar a Butragueño con inequívoca hartura.

    Lo gracioso es que en enero el equipo ganó al Barcelona en un polémico encuentro en el Bernabéu, 2-1 de penalti, y empezó a remontar hasta ponerse segundo en febrero por detrás del Superdepor que se lo estaba pasando pipa con Bebeto y Mauro Silva. En estas fechas, Luis Enrique llegó a ser considerado un jugador indispensable. Martín Vázquez se fastidió el quinto metatarsiano y nadie le echó mucho de menos.

    De esos inicios de año de resurrección también hay un gol del asturiano en YouTube. Es del 1-5 a la Real en Atocha. Butragueño abrió el marcador con una vaselina un tanto heterodoxa, pero vaselina al fin y al cabo. Y Zamorano hizo lo que le dio la gana en la segunda parte. Como dato curioso, en el segundo gol del chileno, de una brillante ejecución, se ve con toda claridad una pancarta en la grada, detrás de la portería, con un mensaje claro, sencillo, escueto y directo: «ETA». Y ahora la gente gime si le pitan el himno nacional… ay, ay. Luis Enrique, por su parte, marcó el quinto en esa portería, la de los aficionados donostiarras más desacomplejados, y también con estilazo, con unos amagos bastante guapos.

    No se puede decir que Luis Enrique fuese la estrella de ese equipo, pero provocaba penaltis, ocasionaba autogoles o sus fallos de cara a puerta terminaban en gol de otro, como el que marcó Esnaider al Logroñés, que solo sirvió para empatar porque el Tato Abadía igualó a dos ese partido en el quinto minuto del descuento. Posiblemente la imagen más bella de la historia del fútbol español antes del advenimiento de los tatuados musculados y engominados.

    El caso es que este equipo, al final, también doblegó al Dépor en el Bernabéu, que jugó con poca fe en sus posibilidades, y en mayo alcanzó el liderato. Entonces, ¿qué premio le tenía reservado Mendoza a Luis Enrique? En efecto, largarlo. Lo quiso colocar en un canje por Fernando Redondo, el deseado. Mal rollo. El Tenerife lo pedía a él, a Alfonso y novecientos millones —tal vez en billetes sin contar—. El asturiano se negó. Pero ya de paso, cuando Lasa se lesionaba, empezaron a ponerle de lateral para que lo tuviera aún más complicado. Fichas a un chico porque demuestra ser un killer del área y lo pones de defensa. Se ha hablado mucho de este tema, de que podía con eso y más. Pero ahí queda el dato. Sobre todo porque así se llegó a Tenerife y, una vez más, se volvió a palmar la liga en el último partido. Ni Tricicle.

    Días después, el Madrid levantó la Copa del Rey tras vencer al Zaragoza 2-0. Fue el único título serio en tres años, amén de una Copa Fioruci, durante aquella travesía por el desierto de dominio del Dream Team. Pero Luis Enrique no estuvo. Qué le vamos a hacer. Así que pasemos a la siguiente temporada.

    Los números 93-94 en la memoria de los aficionados madridistas suenan como las cifras de identificación tatuadas en la piel de un prisionero de un campo de exterminio. Qué año. Qué cosas nos pasaron. Qué aventuras. En la primera jornada de liga se metió un 1-4 al Osasuna que parecía prometer un año de grandes éxitos. Se había fichado a Dubovski, pichichi de la liga eslovaca, por más dinero de lo que el Barça gastó ese mismo año en Romario. Sería por algo, ¿no? Pues no.

    Un 1-3 en casa en la jornada siguiente frente al Valladolid puso las cosas en su sitio. Lo que le gritó la grada a Vitor aquel día no se puede reproducir y fue poco comparado con lo que todavía quedaba por expelerle en las siguientes jornadas. Martín Vázquez pasaba por el organizador del equipo, pero la cosa estaba muy anquilosada. Lejos quedaban los años de pases vertiginosos de Butragueño, Míchel y Rafa, que este año vivió un auténtico viacrucis. Cuando el Tenerife eliminó al Madrid de la Copa en el Bernabéu por 0-3, le tuvieron que sacar escoltado por la policía. Ese día del estadio y días después también de los entrenamientos. Martín Vázquez dejó de hablarse con Floro y llegó incluso a filosofar de forma lastimera. Miren qué belleza de declaración recogió la prensa con el título «No soy feliz»:

    La vida era antes más bonita, la sociedad nos ha hecho cambiar, cada uno va a lo suyo… En un sitio o en otro… puedo demostrar mis cosas. (El País, 22 de febrero de 1994).

    En cuanto a Luis Enrique, en este segundo año de Floro se le situó en el lateral con todavía más frecuencia. Y ahí daría de sí lo que diese, pero hay que subrayar que la prensa lo destacó en Navidad como el jugador «más en forma de la plantilla». Al menos se logró ganar al Barcelona en la Supercopa, aunque en el póster de la celebración Luis Enrique saliera mirando para otro lado, casi como avergonzado. O igual solo estaba vislumbrando en el horizonte lo que le venía encima al equipo, una cosa que se conoce popularmente como «la puta realidad».

    Ocurrió un 8 de enero de 1994. Barcelona. Estadio Nou Camp. Romario da Souza Faria hizo lo que le salió de las mismísimas narices con la defensa blanca. Resultado: cinco a cero. El público estaba tan fuera de sí que parecían los españolitos de Bienvenido Mr. Marshall. Y eso que los benditos no sabían que en el futuro crujirían así al Madrid muchas veces más. Aquella fue la primera película porno —por delante, por detrás, por la boca, de espaldas, de tijereta y vuelta a empezar— de la era moderna que protagonizó involuntariamente el Madrid con su eterno rival. Luis Enrique tuvo una colaboración destacada en el cuarto gol de la noche. Nadal lanzó un melón sin peligro a la banda, el asturiano no pudo controlarla, se la robó Laudrup, toquecito a Romario y gol. En ese momento la cámara enfocó a Hristo Stoichkov. Reía como si le hubiese tocado la lotería. Y tú pensabas: ¿Vitor y Dubovski?, ¿pero por qué? Los directivos, encima, barajaron la posibilidad de multar a los jugadores por bajo rendimiento.

    Justo en el siguiente encuentro, de Copa frente al Atlético, el equipo pudo desquitarse un poco gracias a la legendaria amabilidad de su vecino. En la ida Luis Enrique tuvo una participación destacada provocando el penalti del empate del Madrid, y aquí, en la vuelta, clavó un gol de cabeza por la escuadra a pase de Paco Llorente bastante decente y que resultó decisivo. Aunque el charro de la noche fue de Lasa tras una galopada y pasar muy mucho de dársela a Butragueño. «¡Prefiere el disparo a jugar con Butragueño!», dijo asombrado José Ángel de la Casa en la retransmisión, pero de ese disparo salió un golazo de padre y muy señor mío. Iban aprendiendo hasta los nuevos de qué iba el asunto con la Quinta a esas alturas de la vida.

    Ese año en Europa, de nuevo contra el PSG, no hubo suerte en la ida en casa, 0-1, y en el partido de liga de esa semana ocurrió el Lleida-Gate famoso de «Con el pito nos los follamos», la última charla de Floro que en esta casa contamos detalladamente.

    El técnico fue destituido y se acabó la dictadura del 4-4-2. Un régimen autoritario tan grave que uno de los escándalos del año se produjo cuando Toni Grande cambió a un 3-4-3 con el filial durante unos minutos y se montó la de dios es cristo por desobedecer y no mantener el 4-4-2 zonal de Floro, quien advirtió que iniciaría una investigación para depurar responsabilidades.

    ¿Estaba como una regadera? Pues probablemente. Aunque el infantil A ganó un día por 30 a 0 al La Flor gracias, según dijo la prensa, a su sistema. Casi como para haberse ido a Cibeles tal y como estaban las cosas. Era el famoso y temido equipo filial de Rabadán, que deslumbró en el torneo de Brunete. El Madrid terminó descartando a este chico, no sin darle tratamientos con un endocrino para que creciera. En una reciente entrevista en As, comentó que en esa consulta coincidía con un tal Raúl González Blanco. Sorpresa. Mientras, en la misma generación, el Barça tenía entonces formándose a un tal Xavi Hernández. No hay más que añadir.

    Con Del Bosque, subalterno que cogió el equipo, Luis Enrique volvió al ataque y fue quizá el mejor jugador en la vuelta contra el PSG. Sin ser decisivo, digamos que sí que estuvo en las jugadas decisivas. Insistía con algo de vehemencia, recurso caro a aquel Madrid, y en un córner que propició marcó Hierro el único gol de los blancos. Pero la cosa no daba más de sí. Luego nos empataron y nos fuimos para casa. Ese año se iba a volver a dar asquete.

    Los registros goleadores de Luis Enrique tampoco fueron muy allá esa temporada: dos goles en liga. Aunque hay que entender que jugó atrás todo el año. Uno fue al Racing en el Sardinero, haciendo de nuevo buena la frase de «finalmente la sutileza final» y un tiro cruzado al Albacete en las últimas jornadas. La posterior vergüenza de perder en casa contra el Barça, con aquel gol de Amor decisivo para luego arrebatar el título al Dépor en el último suspiro, Luis Enrique se la ahorró. No estuvo presente y salió en verano directo para el Mundial. En la Roja Clemente le adoraba por su polivalencia.

    No profundizaremos en sus andanzas sin la camiseta blanca. Tan solo reseñar que la Copa del Mundo fue la de Estados Unidos y que Luis Enrique pasó a la historia tras agredir brutalmente a Tassotti golpeándole con el tabique nasal por la espalda y a traición en la zona más dura de su cuerpo, el codo, que estaba completamente descubierto, sin protección. El jugador italiano no resultó herido. Sin embargo, el mundo entero pudo comprobar cómo Luis Enrique se había hecho sangre de la fuerza con la que atacó al rival. Unas escenas vergonzosas que esperamos que no vuelvan a repetirse en un campo de fútbol.

    En la 94-95, Jorge Valdano recaló por fin en el Real Madrid. Aunque es un dato menor. Lo relevante es que ese mismo año vio la luz Valdano, sueños de fútbol con la editorial El País/Aguilar, dirigida por Juan Cruz. Cien mil ejemplares vendió y hasta la magna obra se tradujo al japonés. No obstante, en lo deportivo, lo mundano, el equipo no tardó en funcionar decentemente a las órdenes de su nuevo técnico. Fue el año de, por este orden, Zamorano, Laudrup. Amavisca, Buyo, Quique Sánchez Flores y habría sido también el de Redondo de no ser porque Jokanovic, del Oviedo, le partió la rodilla. El excelente delantero Carlos explicó el porqué sin contemplaciones: «Ha sido una desgracia, pero también hay que ver lo que ha tenido que soportar Jokanovic. Yo he visto cómo ha intentado humillarle y he oído las cosas que le dijo. Hasta le tuve que decir que quién se creía que era. No todos tenemos la suerte de tener un amigo en el Madrid para llevarte».

    ¿Y Luis Enrique? Los titulares decían que cuando iba a la selección, ultradefensiva, era delantero, y en el Madrid, ofensivo, defensa. Le preguntaron si no se estaba volviendo esquizofrénico y contestó que ya estaba acostumbrado a «encontrar criterios distintos». Aquel año, al final jugó de todas las posiciones posibles. En el Madrid empezó de lateral, pero cuando Míchel se rompió en Anoeta pasó al centro del campo y, ocasionalmente, Valdano también lo puso de delantero. Lo relevante es que casi siempre fue titular. En el recuerdo esta ha quedado como su mejor temporada en el Madrid y, también, una imagen inmortal: su cuarto gol en la manita al Barcelona.


    Luis Enrique en un partido contra en Ajax, en la Champions League 1995-96. Foto: Cordon Press.

    Justo un año y un día después del repaso en el Nou Camp, el Madrid le devolvió al Barcelona la manita en el Bernabéu. Luis Enrique fue comedido antes del partido y declaró que respetaba al Barça y que lo temería el resto del año aunque saliera derrotado de Madrid. Elegante y señorial, sí, pero cuando clavó el cuarto, casualmente el que regaló el año anterior, echó a correr hacia la grada abriendo los brazos como un yihadista invocando al Profeta, a continuación se agarró su camiseta del Real Madrid Club de Fútbol agitándola para detenerse y exclamar por dos veces «¡Toma!» moviendo el puño en plan «ou, yeah» de Marty McFly, instante en el que fue abrazado por sus compañeros. Zamorano hizo tres aquella noche, pero yo siempre he recordado el de Luis Enrique —que por cierto fue un poco de la escuela de Salinas y el guardameta era Busquets— porque esa rabia contenida y amor por los colores me llegó «jondo». Después de sufrir tanto tres años cenagosos, regresaba la bestia. Éramos jóvenes, 1995, y si no tenías mononucleosis aquella noche la vida era bella.

    Ese año también se produjo el debut de Raúl González y Valdano tuvo arrestos para despachar a Butragueño, lo que anunciaba un cambio de era, que tardó dos años, una ley Bosman y unos cuantos millones en producirse, pero se produjo. El asturiano hizo su segundo mejor registro de goles con el Madrid, cuatro, pero en la grada estaba pasando algo. Con el equipo campeón de liga, con Buyo buscando el Zamora y Zamorano igualar a Romario como Pichichi, en uno de los últimos partidos contra el Betis en el Bernabéu, el público pitó a Luis Enrique. ¿Por qué? Porque jugaría mal. ¿Pero era justo? Pues ese fue su mejor año, qué más podemos decir. Ante la polémica, desde Barcelona ya se especuló con su fichaje, pero Núñez lo desmintió. Siguió una temporada más y ahora sí, él y todo el Madrid en su conjunto, digámoslo sin vergüenza, se comieron la mierda.

    Verano del año 1995 después de Cristo. Ramón Mendoza, que acababa de ganar las elecciones a Florentino Pérez y de declarar como perjudicado por las escuchas del CESID, le comunicó a Valdano que no había un duro para fichar. Llegaron Esnaider y Freddy Rincón, que fue recibido cariñosamente en la capital de España con pintadas en las paredes del estadio que decían «Vuelve a la selva», «Te vamos a matar», «Eres un blanco fácil» entre otras como «Valdano solo ficha sudacas». De hecho, cuando él y Cappa firmaron por el Madrid ya se había pintarrajeado en Concha Espina «No queremos ni rojos ni sudacas». De propina, en esa temporada se empezó cayendo estrepitosamente en la Supercopa ante el Deportivo y Luis Enrique fue titular en ambos partidos.

    En octubre saltaron las primeras alarmas y, cómo no, en plan charlotada. Luis Enrique se cayó de una convocatoria y aprovechó para rajar: «No juego y no juego. Y ya está. ¿Descanso? A este paso con lo descansado que estoy podré jugar hasta los sesenta o setenta años». A las pocas horas, Fernando Carlos Redondo acudió al dentista, se le infectó una muela y Valdano llamó a Luis Enrique convocado. Tuvo que estar en el banquillo con cara de sota delante del míster después de haberla liado por nada.

    Todo siguió mal. Se palmó contra Oviedo y Valencia y se empató con el Albacete. El que rajó entonces fue Valdano: «Da hasta vergüenza hablar en la situación en que estamos. Me siento con autoridad para pedirle mucho a mis jugadores, pero no estamos ni para pedirle un ruego a los aficionados. El asunto se ha puesto para hombres. Espero un cambio de actitud, desde ya, en los futbolistas».

    Hubo una oportunidad contra un Barça también en horas bajas ante el que se empató a uno. Luis Enrique y Laudrup protagonizaron una jugada que le pudo dar la victoria al Madrid, pero el danés falló con todo para enchufarla. Los dos se fueron después directos al banquillo. Ya se hablaba de que Luis Enrique no renovaría y de que le querían el Atlético y el Sporting. Para más inri, Mendoza dimitió como presidente. Le sucedió Lorenzo Sanz, el «emprendedor» de Los Simpson.

    Pero todavía, en diciembre, Luis Enrique fue de los pocos del equipo que intentó algo que pareciera jugar al fútbol, aunque fuese sin dios ni amo, y eso curiosamente le enfrentó a Valdano. En un partido contra el Español le sustituyó en el descanso y al final del encuentro, en que palmó el Madrid, Luis Enrique se descojonó en la cara de su entrenador delante de los medios con «sonoras carcajadas». Después, en La Coruña, Bebeto le metió tres al Madrid y el técnico argentino, ya desbordado, declaró: «Hoy empieza el futuro». No iba desencaminado, Sanz había empezado a fichar a Šuker. Y Luis Enrique no iba a volver a jugar con el argentino y prácticamente estaba con un pie fuera.

    Llegó enero y Laudrup y el asturiano se reunieron en privado para tomar la decisión de no volver a hacer declaraciones mientras siguieran sin jugar. Tremendo chantaje. Valdano se quejó al salir la noticia de que no se respetaba su apuesta por la cantera. Pero en Copa del Rey, con su apuesta, se cayó de nuevo ante el Español en un Bernabeu con un tercio de entrada. Sanz dijo: “La paciencia del público raya en la Santidad”. Para enfrentarse al Rayo, Valdano fue más lejos y sentó a Sanchís. No habrá nadie sobre el césped de la Quinta por primera vez en más de diez años. El vestuario estaba dividido entre un bando liderado por Raúl y Redondo, fieles al entrenador, y otro por Michel y Laudrup, desafectos. Los vallecanos ganaron por 1-2 y a la calle se fue directito Valdano. Luis Enrique vio todas estas cosas desde la grada.

    Fue con la llegada de Arsenio Iglesias que volvió a rascar un poco de bola y él lo celebró con una expulsión. Agredió a Christiansen, entonces en el Oviedo, que le había dado dos patadas por detrás. Lo último reseñable de su etapa como jugador del Madrid, Luis Enrique lo hizo marcando entre pitos escandalosos un gol al Deportivo en el Bernabeu con la estrecha colaboración de Donato. En su última aparición con la camiseta blanca, en Valladolid, fue sustituido en el descanso por Lasa, que abrió lo que luego fue un 0-3, pero las victorias de final de temporada del equipo no fueron suficientes ni para entrar en la UEFA. Ramón Mendoza, por su parte, desde su retiro, presentó su obra maestra «Dos pelotas y un balón».

    Tres días después del último partido de liga en la Romareda, el 28 de mayo, Luis Enrique anunció su fichaje por el FC Barcelona. Un «secreto a voces», se dijo. Parecía que el único valor que podía tener este fichaje para los catalanes era el de fastidiar al Madrid, pero dieron con un futbolista clave que les duró ocho temporadas. Si con el Madrid nunca marco más de cinco goles en las tres competiciones, con los azulgrana, el primer año enchufó dieciocho y el segundo veinticuatro. Todo esto sin mencionar los goles que le metió al Madrid. Lo cierto es que cualquier persona que se chupase la primera mitad de los noventa en el club blanco se merece todo en este mundo ¿pero era necesario llegar a esto, Luis?

    Después de todos los pases horizontales en corto que sufrimos juntos ¿Por qué, por qué tanta crueldad? Muy mal.

    *******************

    Fuente: www.jotdown.es
    A tíos q plubican tochos d esto son a los que ay q echa del foro pero ya

  10. #10
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    Y que quieres que te digamos?

  11. #11
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    No necesito leerlo. Aún conservo mi memoria

  12. #12
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    Me falte Cristo jamás había visto tanta letra.

  13. #13
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    haha lo leo ahora sisisi ahahaha
    no hay mas XD

  14. #14
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    espero la segunda parte

  15. #15
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    Tiempos muy oscuros para el madridismo... PSG, Odense, Vildaño, no entrar ni en Uefa, el mafias de los Simpson jugándose dinero del club al mus...

  16. #16
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    Verano de 1993. Se extienden por España los establecimientos de serigrafía, donde, ¡oh, el milagro del progreso!, uno puede hacerse la camiseta que le dé la gana. Una revolución. El mundo a nuestros pies. Voy con un amigo. Él se hace una con el rostro del flamante último fichaje del Real Madrid, Claudemir Vitor. Yo, una de Luis Enrique en cuerpo entero, saltando majestuoso con mueca de apóstol en la batalla de Clavijo sobre una entrada de alguien del Español, creo que Francisco. 1994, crezco un poco y considero que esa camiseta, con el nombre del jugador en un tipo de letra propio de un puticlub de carretera comarcal, es mejor llevarla en la intimidad. Parezco cuando me la pongo, digámoslo a las claras, tonto de los cojones. Decido usarla de pijama. Era una época extraña que los más peques de la casa no entenderéis, la ropa tenía cierto valor y no se tiraba nueva a la basura así como así. Con el chaval de Vitor pierdo el contacto hasta finales de la década. Cuando me encuentro con él comenta que se ha enrolado en las Fuerzas Armadas. Noto que me mira fijamente, silencioso, cuando doy un trago a mi copa. Creo que sospecha que recuerdo lo de su camiseta perfectamente. Yo lo entiendo, lo respeto y no digo nada. Otoño de 1996. Luis Enrique Martínez García ficha por el FC Barcelona. Le echo valor y sigo durmiendo con mi camiseta. Mi vida no experimenta cambios sustanciales, ni erupciones subcutáneas ni nada, solo que cada noche parezco delante del espejo, cuando me lavo los dientes, sin paliativos, completamente gilipollas. Todo gracias a Luis Enrique. Gracias, Luis, de corazón.


    Luis Enrique en el Real Madrid, temporada 1991-92. Foto: Cordon Press.

    Este sainete biográfico viene a cuento porque hace unos días, comentando con un amigo las viscerales celebraciones que hacía Luis Enrique cuando le marcaba al Madrid, nos preguntamos qué hizo antes en nuestro club. Qué nos dio. Cuándo resultó decisivo. Si es que acaso tuvo algún valor. Y la respuesta fue que ni pajolera idea. Yo solo recuerdo superficialmente que corría mucho, que era impreciso en el regate y que en el Bernabéu le terminaron pitando con inquina. ¿Y por qué? ¿Se rompió el amor de tanto usarlo? ¿No dio pie con bolo? Investiguémoslo. Aunque antes del desglose de datos, vayan por delante unas valiosas palabras del brillante excentrocampista del Real Madrid y solista del dúo de música folk Simon & Garfunkel, Ricardo Gallego. Tribuna en El País, abril de 1995:

    Él no tiene problemas para desenvolverse como lateral derecho o izquierdo, como delantero o centrocampista. Es un ejemplo a seguir como profesional, pues en todas las situaciones intenta sacarse a sí mismo el máximo provecho en beneficio de su equipo. Esta polivalencia es un seguro para su entrenador en casos de emergencia. También es poco valorada por el aficionado en general.

    Nacido en Gijón en 1970, Luis Enrique vino al fútbol en la escuela de Mareo, cantera de la que fue expulsado por ser «pequeño y delgado». En una tierra, la asturiana, donde los filetes cuelgan a ambos lados del plato, se conoce que eso no estaba bien visto. No obstante, después de hincharse a meter goles en el Club Deportivo La Braña, lo trajeron de vuelta al Sporting. Y poco faltó para que se fuera ya al Barcelona. Tal y como contó hace poco Javier Giraldo en el diario Sport, el Barça le hizo un seguimiento y el ojeador de los catalanes en el norte de España, Isidoro Sánchez, se lo terminó llevando a hacerle una prueba en Barcelona.

    Eso sí, la cosa salió mal. Al llegar a Barcelona perdió el billete de vuelta —entonces las gentes no podían llevar el localizador en el walkman— y en los entrenamientos le molestaron los abductores. Dijeron que ambas cosas se debían a los nervios. Luego jugó un partidillo con el juvenil, donde estaba Tito Vilanova por cierto, y decidieron rechazarlo sin muchos miramientos. El máximo responsable de la cantera, Luis Romero, le dijo un lacónico: «Has hecho poco». Y dieron orden a Isidoro Sánchez de dejar de seguirlo. El protagonista de esta historia se volvió a casa desolado. La vida suele ser así para la mayoría de la gente.

    Pero este chaval o su entorno dieron muestras ya en ese momento tan temprano de su carrera de que nada se iba a interponer entre el futbolista y el triunfo. Luis Enrique firmó un precontrato con el Oviedo, el máximo rival. Algo que los forofos verán como un gesto herético y despreciable, pero que cualquier persona en plena posesión de sus facultades mentales entenderá más bien como que tonto no era. Al final, con mucha «épica conversacional», Carlos García Cuervo logró retenerlo en Gijón y el jugador contribuyó a forjar la leyenda del Sporting B de Abelardo, Manjarín y el susodicho. Era 1988, el año que había comenzado con la teta de Sabrina Salerno.

    En la 89-90 debutó en Primera División. Derrota en casa contra el Málaga, pero en la que envió una chilena al larguero. No hizo mucho más, pero en la siguiente temporada explotó. Enchufó goles de todos los colores y la mayoría de una ejecución impecable. Se pueden ver en un YouTube de Fiebre Maldini donde rescatan un programa de El día después en el que se daba fe del pedazo de jugador en que se había convertido. Con música de un VHS de prevención de riesgos laborales o, si se quiere, una película porno escandinava, Jorge Alberto Francisco Valdano Castellanos comentó los goles que llevaba Luis Enrique ese año junto a un señor que había debajo de unos relojes y que se llamaba Nacho Lewin. Uno de los tantos destacados era a Zubizarreta en el Nou Camp, nada menos, y era sencillamente espectacular. El argentino concluyó la locución con una de esas frases de las que le granjearon fama de brillante orador en los locales de ocio del mundo entero. Sentenció: «apto para la lucha y finalmente para la sutileza final» (sic). Demostrando que con eso de «la sutileza final» también podría haber sido un magnífico letrista de Sangre Azul, pero sigamos con el fútbol.

    Luis Enrique se convirtió en el futbolista revelación de Primera División. Y por si alguien todavía no se había dado cuenta, marcó a Abel, portero del Atlético de Madrid, acabando con su legendario récord imbatido. Tuvo tanta visibilidad que al asturiano solo le salieron novias. Hasta Rafael Martín Vázquez dijo de él que podría ser un buen jugador para el fútbol italiano, pero por lo que fuera prefirió quedarse en la piel de toro. El Real Madrid corrió raudo a pagar su cláusula de doscientos cincuenta millones de pesetas, que le parecía desorbitada al Barcelona —«es como un melón sin abrir», adujeron—, y la capital se llevó el caramelito.

    En su primera temporada en el Real Madrid, Luis Enrique pudo sumergirse enteramente en la filosofía del único club español que conserva en su escudo la franja morada de la bandera tricolor de la II República y justo encima una corona borbónica; dicho de otro modo, la filosofía de películas como la saga de Porky’s o la también muy jocosa Desmadre a la americana. Fue el año de Mendoza, Radomir Antic, Leo Beenhakker y otras chicas del montón. Una temporada que glosamos jugosamente en el perfil de Ricardo Rocha que publicamos este verano.

    Johan Cruyff, sin pelos en la lengua habitualmente, dijo sobre él: «En ningún momento entramos en la puja por su fichaje, se trata de un buen jugador, pero no es la gran estrella que se dice». Lo clavó inicialmente. Pero como siempre, sobre el papel, no parecía mala idea. Mil trescientos millones se gastó Mendoza en Prosinecki, Rocha, Lasa y el asturiano, llamado a sustituir, él o el emergente Alfonso, la figura de Hugo Sánchez, en franco declive y que además estaba lesionado. Después de lo visto en la 90-91, el plan sonaba a Wagner.

    Fue uno de los tremendos dilemas del año, el acompañante de Butragueño. Aunque curiosamente, como mejor rindió el pequeño de cara angelical fue sin nadie. Respaldado atrás por Míchel, Hierro, Luis Enrique y don Gica Hagi haciendo la guerra por su cuenta. El asturiano se estrenó con un gol de cabeza contra el Logroñés en la séptima jornada y repitió en la décima contra el Burgos con un tanto interesante que no recuerdo haber visto, pero que las crónicas destacaron:

    El Madrid salió en tromba y a los dos minutos se adelantaba en el marcador merced a un contrataque bien llevado por Luis Enrique, que pilló a la defensa burgalesa mal colocada, enfiló desde medio campo la portería rival y batió a Elduayen de tiro cruzado en su salida. El gol madridista desmoronó la hasta entonces bien organizada defensa burgalesa. (La Vanguardia, 18 de noviembre de 1991).

    Sin embargo, ahí se quedó la cosa más o menos. Metió dos más y ese fue su saldo en todo el año. Cuatro goles. Paralelamente, la selección española no se clasificó para la Eurocopa de Suecia, pero, pese al desastre nacional, se hablaba mucho del combinado olímpico que tenía que dar la cara en Barcelona 92. Ahí Luis Enrique y Alfonso se compenetraban perfectamente y se hablaba de un equipo muy serio en el que llamaban la atención nuevos valores como Solozabal, Ferrer y Abelardo.

    Debió ser lo único estimulante que tuvo Luis Enrique ese año, porque en el Madrid en enero se desató una crisis-charlotada-lupanar de las que hicieron época. Ramón Mendoza medió ante Radomir Antic para que sacase a jugar a Hugo Sánchez, que estaba enfadadito. Esto obligaba al serbio a cambiar todo el dibujo de su equipo. Luis Enrique había sido titular hasta el momento en casi todos los partidos, pero tampoco había demostrado que era un supercrack como lo había sido el ganador de cinco pichichis. Antic obedeció, Hugo no marcó, y en un partido en casa contra el maldito Tenerife en el que se terminó pidiendo la hora con José Miguel González Martín del Campo de portero por expulsión de Buyo, se tomó la decisión de despedir al entrenador con el equipo líder. Se entendía que Radomir no sabía lograr que sus jugadores dieran espectáculo.

    Pero Beenhakker, que le sustituyó para traer el fútbol-samba, lo hizo incluso peor y el affaire con Hugo le estalló en la cara. El mexicano se negó a viajar con el equipo si no iba a ser titular y declaró «si el equipo pierde la primera plaza y sigo sin jugar, entonces diré unas cuantas cosas». El órdago acabó con Hugo en el Rayo Vallecano previo paso por el CF América y con el club haciendo la que sería recordada como la histórica segunda vuelta de la muerte, de la mierda, del infierno, de satanás, del Gólgota… de lo que quieran ustedes. Un recordado «masaje» con «final feliz» en Tenerife.

    En todo caso, en el verano se le tuvo que olvidar esta tragedia a Luis Enrique porque logró la medalla de oro en Barcelona 92. Un extraordinario campeonato, una gran generación y unos partidazos de mucho cuidado. Jugó todo lo jugable y marcó un golito en dura competencia con unos Kiko y Alfonso en plena forma. No obstante, aunque resulte difícil de creer, la selección no es el Real Madrid, así que pasemos página y volvamos al meollo de la cuestión.

    En la siguiente etapa, Benito Floro Sanz, paisano de Luis Enrique, el nuevo Sacchi, se hizo cargo del equipo. Temporada 92-93. El club incorporó a Iván Zamorano, indiscutible en la punta, y a Rafael Martín Vázquez. Alfonso y Luis Enrique pasaron a ser suplentes. El equipo empezó la temporada perdiendo en el Nou Camp y mostrando un juego muy poco atractivo. La penúltima oportunidad de la Quinta para volver a ser la que era se estaba esfumando. Para colmo, Robert Prosinecki, la estrella esperada y deseada, volvió a jugar después de su complicada lesión, pero resultó que ahora estaba deprimido. Fue el año de que si fumaba mucho, de que si las noticias que llegaban de Yugoslavia le amargaban, o los yugoslavos que frecuentaba en Madrid no le subían el ánimo precisamente con sus relatos vitales y, fuera como fuese, sobre el césped parecía un exjugador.

    Con todo, la arqueología en YouTube nos ha legado un vídeo de un buen gol de Luis Enrique en otoño al Timisoara. Una elegante definición que hacía honor a la cosa esa de «finalmente la sutileza final» que había dicho Valdano. El chico, caray, prometía.

    Así las cosas, en diciembre Mendoza ya empezó a mandar mensajitos de que con la garra de Luis Enrique el equipo parecía otra cosa. No sé, pues por ejemplo se asemejaban más a un grupo de once veinteañeros que practican deporte en un país soleado, no a una fila de obreros siderúrgicos polacos yendo a trabajar a las cinco de la mañana en los años duros de Gomulka, que es lo que parecía la Quinta con Prosinecki de director de orquesta. Al menos el Bernabéu es lo que hizo notar empezando a pitar a Butragueño con inequívoca hartura.

    Lo gracioso es que en enero el equipo ganó al Barcelona en un polémico encuentro en el Bernabéu, 2-1 de penalti, y empezó a remontar hasta ponerse segundo en febrero por detrás del Superdepor que se lo estaba pasando pipa con Bebeto y Mauro Silva. En estas fechas, Luis Enrique llegó a ser considerado un jugador indispensable. Martín Vázquez se fastidió el quinto metatarsiano y nadie le echó mucho de menos.

    De esos inicios de año de resurrección también hay un gol del asturiano en YouTube. Es del 1-5 a la Real en Atocha. Butragueño abrió el marcador con una vaselina un tanto heterodoxa, pero vaselina al fin y al cabo. Y Zamorano hizo lo que le dio la gana en la segunda parte. Como dato curioso, en el segundo gol del chileno, de una brillante ejecución, se ve con toda claridad una pancarta en la grada, detrás de la portería, con un mensaje claro, sencillo, escueto y directo: «ETA». Y ahora la gente gime si le pitan el himno nacional… ay, ay. Luis Enrique, por su parte, marcó el quinto en esa portería, la de los aficionados donostiarras más desacomplejados, y también con estilazo, con unos amagos bastante guapos.

    No se puede decir que Luis Enrique fuese la estrella de ese equipo, pero provocaba penaltis, ocasionaba autogoles o sus fallos de cara a puerta terminaban en gol de otro, como el que marcó Esnaider al Logroñés, que solo sirvió para empatar porque el Tato Abadía igualó a dos ese partido en el quinto minuto del descuento. Posiblemente la imagen más bella de la historia del fútbol español antes del advenimiento de los tatuados musculados y engominados.

    El caso es que este equipo, al final, también doblegó al Dépor en el Bernabéu, que jugó con poca fe en sus posibilidades, y en mayo alcanzó el liderato. Entonces, ¿qué premio le tenía reservado Mendoza a Luis Enrique? En efecto, largarlo. Lo quiso colocar en un canje por Fernando Redondo, el deseado. Mal rollo. El Tenerife lo pedía a él, a Alfonso y novecientos millones —tal vez en billetes sin contar—. El asturiano se negó. Pero ya de paso, cuando Lasa se lesionaba, empezaron a ponerle de lateral para que lo tuviera aún más complicado. Fichas a un chico porque demuestra ser un killer del área y lo pones de defensa. Se ha hablado mucho de este tema, de que podía con eso y más. Pero ahí queda el dato. Sobre todo porque así se llegó a Tenerife y, una vez más, se volvió a palmar la liga en el último partido. Ni Tricicle.

    Días después, el Madrid levantó la Copa del Rey tras vencer al Zaragoza 2-0. Fue el único título serio en tres años, amén de una Copa Fioruci, durante aquella travesía por el desierto de dominio del Dream Team. Pero Luis Enrique no estuvo. Qué le vamos a hacer. Así que pasemos a la siguiente temporada.

    Los números 93-94 en la memoria de los aficionados madridistas suenan como las cifras de identificación tatuadas en la piel de un prisionero de un campo de exterminio. Qué año. Qué cosas nos pasaron. Qué aventuras. En la primera jornada de liga se metió un 1-4 al Osasuna que parecía prometer un año de grandes éxitos. Se había fichado a Dubovski, pichichi de la liga eslovaca, por más dinero de lo que el Barça gastó ese mismo año en Romario. Sería por algo, ¿no? Pues no.

    Un 1-3 en casa en la jornada siguiente frente al Valladolid puso las cosas en su sitio. Lo que le gritó la grada a Vitor aquel día no se puede reproducir y fue poco comparado con lo que todavía quedaba por expelerle en las siguientes jornadas. Martín Vázquez pasaba por el organizador del equipo, pero la cosa estaba muy anquilosada. Lejos quedaban los años de pases vertiginosos de Butragueño, Míchel y Rafa, que este año vivió un auténtico viacrucis. Cuando el Tenerife eliminó al Madrid de la Copa en el Bernabéu por 0-3, le tuvieron que sacar escoltado por la policía. Ese día del estadio y días después también de los entrenamientos. Martín Vázquez dejó de hablarse con Floro y llegó incluso a filosofar de forma lastimera. Miren qué belleza de declaración recogió la prensa con el título «No soy feliz»:

    La vida era antes más bonita, la sociedad nos ha hecho cambiar, cada uno va a lo suyo… En un sitio o en otro… puedo demostrar mis cosas. (El País, 22 de febrero de 1994).

    En cuanto a Luis Enrique, en este segundo año de Floro se le situó en el lateral con todavía más frecuencia. Y ahí daría de sí lo que diese, pero hay que subrayar que la prensa lo destacó en Navidad como el jugador «más en forma de la plantilla». Al menos se logró ganar al Barcelona en la Supercopa, aunque en el póster de la celebración Luis Enrique saliera mirando para otro lado, casi como avergonzado. O igual solo estaba vislumbrando en el horizonte lo que le venía encima al equipo, una cosa que se conoce popularmente como «la puta realidad».

    Ocurrió un 8 de enero de 1994. Barcelona. Estadio Nou Camp. Romario da Souza Faria hizo lo que le salió de las mismísimas narices con la defensa blanca. Resultado: cinco a cero. El público estaba tan fuera de sí que parecían los españolitos de Bienvenido Mr. Marshall. Y eso que los benditos no sabían que en el futuro crujirían así al Madrid muchas veces más. Aquella fue la primera película porno —por delante, por detrás, por la boca, de espaldas, de tijereta y vuelta a empezar— de la era moderna que protagonizó involuntariamente el Madrid con su eterno rival. Luis Enrique tuvo una colaboración destacada en el cuarto gol de la noche. Nadal lanzó un melón sin peligro a la banda, el asturiano no pudo controlarla, se la robó Laudrup, toquecito a Romario y gol. En ese momento la cámara enfocó a Hristo Stoichkov. Reía como si le hubiese tocado la lotería. Y tú pensabas: ¿Vitor y Dubovski?, ¿pero por qué? Los directivos, encima, barajaron la posibilidad de multar a los jugadores por bajo rendimiento.

    Justo en el siguiente encuentro, de Copa frente al Atlético, el equipo pudo desquitarse un poco gracias a la legendaria amabilidad de su vecino. En la ida Luis Enrique tuvo una participación destacada provocando el penalti del empate del Madrid, y aquí, en la vuelta, clavó un gol de cabeza por la escuadra a pase de Paco Llorente bastante decente y que resultó decisivo. Aunque el charro de la noche fue de Lasa tras una galopada y pasar muy mucho de dársela a Butragueño. «¡Prefiere el disparo a jugar con Butragueño!», dijo asombrado José Ángel de la Casa en la retransmisión, pero de ese disparo salió un golazo de padre y muy señor mío. Iban aprendiendo hasta los nuevos de qué iba el asunto con la Quinta a esas alturas de la vida.

    Ese año en Europa, de nuevo contra el PSG, no hubo suerte en la ida en casa, 0-1, y en el partido de liga de esa semana ocurrió el Lleida-Gate famoso de «Con el pito nos los follamos», la última charla de Floro que en esta casa contamos detalladamente.

    El técnico fue destituido y se acabó la dictadura del 4-4-2. Un régimen autoritario tan grave que uno de los escándalos del año se produjo cuando Toni Grande cambió a un 3-4-3 con el filial durante unos minutos y se montó la de dios es cristo por desobedecer y no mantener el 4-4-2 zonal de Floro, quien advirtió que iniciaría una investigación para depurar responsabilidades.

    ¿Estaba como una regadera? Pues probablemente. Aunque el infantil A ganó un día por 30 a 0 al La Flor gracias, según dijo la prensa, a su sistema. Casi como para haberse ido a Cibeles tal y como estaban las cosas. Era el famoso y temido equipo filial de Rabadán, que deslumbró en el torneo de Brunete. El Madrid terminó descartando a este chico, no sin darle tratamientos con un endocrino para que creciera. En una reciente entrevista en As, comentó que en esa consulta coincidía con un tal Raúl González Blanco. Sorpresa. Mientras, en la misma generación, el Barça tenía entonces formándose a un tal Xavi Hernández. No hay más que añadir.

    Con Del Bosque, subalterno que cogió el equipo, Luis Enrique volvió al ataque y fue quizá el mejor jugador en la vuelta contra el PSG. Sin ser decisivo, digamos que sí que estuvo en las jugadas decisivas. Insistía con algo de vehemencia, recurso caro a aquel Madrid, y en un córner que propició marcó Hierro el único gol de los blancos. Pero la cosa no daba más de sí. Luego nos empataron y nos fuimos para casa. Ese año se iba a volver a dar asquete.

    Los registros goleadores de Luis Enrique tampoco fueron muy allá esa temporada: dos goles en liga. Aunque hay que entender que jugó atrás todo el año. Uno fue al Racing en el Sardinero, haciendo de nuevo buena la frase de «finalmente la sutileza final» y un tiro cruzado al Albacete en las últimas jornadas. La posterior vergüenza de perder en casa contra el Barça, con aquel gol de Amor decisivo para luego arrebatar el título al Dépor en el último suspiro, Luis Enrique se la ahorró. No estuvo presente y salió en verano directo para el Mundial. En la Roja Clemente le adoraba por su polivalencia.

    No profundizaremos en sus andanzas sin la camiseta blanca. Tan solo reseñar que la Copa del Mundo fue la de Estados Unidos y que Luis Enrique pasó a la historia tras agredir brutalmente a Tassotti golpeándole con el tabique nasal por la espalda y a traición en la zona más dura de su cuerpo, el codo, que estaba completamente descubierto, sin protección. El jugador italiano no resultó herido. Sin embargo, el mundo entero pudo comprobar cómo Luis Enrique se había hecho sangre de la fuerza con la que atacó al rival. Unas escenas vergonzosas que esperamos que no vuelvan a repetirse en un campo de fútbol.

    En la 94-95, Jorge Valdano recaló por fin en el Real Madrid. Aunque es un dato menor. Lo relevante es que ese mismo año vio la luz Valdano, sueños de fútbol con la editorial El País/Aguilar, dirigida por Juan Cruz. Cien mil ejemplares vendió y hasta la magna obra se tradujo al japonés. No obstante, en lo deportivo, lo mundano, el equipo no tardó en funcionar decentemente a las órdenes de su nuevo técnico. Fue el año de, por este orden, Zamorano, Laudrup. Amavisca, Buyo, Quique Sánchez Flores y habría sido también el de Redondo de no ser porque Jokanovic, del Oviedo, le partió la rodilla. El excelente delantero Carlos explicó el porqué sin contemplaciones: «Ha sido una desgracia, pero también hay que ver lo que ha tenido que soportar Jokanovic. Yo he visto cómo ha intentado humillarle y he oído las cosas que le dijo. Hasta le tuve que decir que quién se creía que era. No todos tenemos la suerte de tener un amigo en el Madrid para llevarte».

    ¿Y Luis Enrique? Los titulares decían que cuando iba a la selección, ultradefensiva, era delantero, y en el Madrid, ofensivo, defensa. Le preguntaron si no se estaba volviendo esquizofrénico y contestó que ya estaba acostumbrado a «encontrar criterios distintos». Aquel año, al final jugó de todas las posiciones posibles. En el Madrid empezó de lateral, pero cuando Míchel se rompió en Anoeta pasó al centro del campo y, ocasionalmente, Valdano también lo puso de delantero. Lo relevante es que casi siempre fue titular. En el recuerdo esta ha quedado como su mejor temporada en el Madrid y, también, una imagen inmortal: su cuarto gol en la manita al Barcelona.


    Luis Enrique en un partido contra en Ajax, en la Champions League 1995-96. Foto: Cordon Press.

    Justo un año y un día después del repaso en el Nou Camp, el Madrid le devolvió al Barcelona la manita en el Bernabéu. Luis Enrique fue comedido antes del partido y declaró que respetaba al Barça y que lo temería el resto del año aunque saliera derrotado de Madrid. Elegante y señorial, sí, pero cuando clavó el cuarto, casualmente el que regaló el año anterior, echó a correr hacia la grada abriendo los brazos como un yihadista invocando al Profeta, a continuación se agarró su camiseta del Real Madrid Club de Fútbol agitándola para detenerse y exclamar por dos veces «¡Toma!» moviendo el puño en plan «ou, yeah» de Marty McFly, instante en el que fue abrazado por sus compañeros. Zamorano hizo tres aquella noche, pero yo siempre he recordado el de Luis Enrique —que por cierto fue un poco de la escuela de Salinas y el guardameta era Busquets— porque esa rabia contenida y amor por los colores me llegó «jondo». Después de sufrir tanto tres años cenagosos, regresaba la bestia. Éramos jóvenes, 1995, y si no tenías mononucleosis aquella noche la vida era bella.

    Ese año también se produjo el debut de Raúl González y Valdano tuvo arrestos para despachar a Butragueño, lo que anunciaba un cambio de era, que tardó dos años, una ley Bosman y unos cuantos millones en producirse, pero se produjo. El asturiano hizo su segundo mejor registro de goles con el Madrid, cuatro, pero en la grada estaba pasando algo. Con el equipo campeón de liga, con Buyo buscando el Zamora y Zamorano igualar a Romario como Pichichi, en uno de los últimos partidos contra el Betis en el Bernabéu, el público pitó a Luis Enrique. ¿Por qué? Porque jugaría mal. ¿Pero era justo? Pues ese fue su mejor año, qué más podemos decir. Ante la polémica, desde Barcelona ya se especuló con su fichaje, pero Núñez lo desmintió. Siguió una temporada más y ahora sí, él y todo el Madrid en su conjunto, digámoslo sin vergüenza, se comieron la mierda.

    Verano del año 1995 después de Cristo. Ramón Mendoza, que acababa de ganar las elecciones a Florentino Pérez y de declarar como perjudicado por las escuchas del CESID, le comunicó a Valdano que no había un duro para fichar. Llegaron Esnaider y Freddy Rincón, que fue recibido cariñosamente en la capital de España con pintadas en las paredes del estadio que decían «Vuelve a la selva», «Te vamos a matar», «Eres un blanco fácil» entre otras como «Valdano solo ficha sudacas». De hecho, cuando él y Cappa firmaron por el Madrid ya se había pintarrajeado en Concha Espina «No queremos ni rojos ni sudacas». De propina, en esa temporada se empezó cayendo estrepitosamente en la Supercopa ante el Deportivo y Luis Enrique fue titular en ambos partidos.

    En octubre saltaron las primeras alarmas y, cómo no, en plan charlotada. Luis Enrique se cayó de una convocatoria y aprovechó para rajar: «No juego y no juego. Y ya está. ¿Descanso? A este paso con lo descansado que estoy podré jugar hasta los sesenta o setenta años». A las pocas horas, Fernando Carlos Redondo acudió al dentista, se le infectó una muela y Valdano llamó a Luis Enrique convocado. Tuvo que estar en el banquillo con cara de sota delante del míster después de haberla liado por nada.

    Todo siguió mal. Se palmó contra Oviedo y Valencia y se empató con el Albacete. El que rajó entonces fue Valdano: «Da hasta vergüenza hablar en la situación en que estamos. Me siento con autoridad para pedirle mucho a mis jugadores, pero no estamos ni para pedirle un ruego a los aficionados. El asunto se ha puesto para hombres. Espero un cambio de actitud, desde ya, en los futbolistas».

    Hubo una oportunidad contra un Barça también en horas bajas ante el que se empató a uno. Luis Enrique y Laudrup protagonizaron una jugada que le pudo dar la victoria al Madrid, pero el danés falló con todo para enchufarla. Los dos se fueron después directos al banquillo. Ya se hablaba de que Luis Enrique no renovaría y de que le querían el Atlético y el Sporting. Para más inri, Mendoza dimitió como presidente. Le sucedió Lorenzo Sanz, el «emprendedor» de Los Simpson.

    Pero todavía, en diciembre, Luis Enrique fue de los pocos del equipo que intentó algo que pareciera jugar al fútbol, aunque fuese sin dios ni amo, y eso curiosamente le enfrentó a Valdano. En un partido contra el Español le sustituyó en el descanso y al final del encuentro, en que palmó el Madrid, Luis Enrique se descojonó en la cara de su entrenador delante de los medios con «sonoras carcajadas». Después, en La Coruña, Bebeto le metió tres al Madrid y el técnico argentino, ya desbordado, declaró: «Hoy empieza el futuro». No iba desencaminado, Sanz había empezado a fichar a Šuker. Y Luis Enrique no iba a volver a jugar con el argentino y prácticamente estaba con un pie fuera.

    Llegó enero y Laudrup y el asturiano se reunieron en privado para tomar la decisión de no volver a hacer declaraciones mientras siguieran sin jugar. Tremendo chantaje. Valdano se quejó al salir la noticia de que no se respetaba su apuesta por la cantera. Pero en Copa del Rey, con su apuesta, se cayó de nuevo ante el Español en un Bernabeu con un tercio de entrada. Sanz dijo: “La paciencia del público raya en la Santidad”. Para enfrentarse al Rayo, Valdano fue más lejos y sentó a Sanchís. No habrá nadie sobre el césped de la Quinta por primera vez en más de diez años. El vestuario estaba dividido entre un bando liderado por Raúl y Redondo, fieles al entrenador, y otro por Michel y Laudrup, desafectos. Los vallecanos ganaron por 1-2 y a la calle se fue directito Valdano. Luis Enrique vio todas estas cosas desde la grada.

    Fue con la llegada de Arsenio Iglesias que volvió a rascar un poco de bola y él lo celebró con una expulsión. Agredió a Christiansen, entonces en el Oviedo, que le había dado dos patadas por detrás. Lo último reseñable de su etapa como jugador del Madrid, Luis Enrique lo hizo marcando entre pitos escandalosos un gol al Deportivo en el Bernabeu con la estrecha colaboración de Donato. En su última aparición con la camiseta blanca, en Valladolid, fue sustituido en el descanso por Lasa, que abrió lo que luego fue un 0-3, pero las victorias de final de temporada del equipo no fueron suficientes ni para entrar en la UEFA. Ramón Mendoza, por su parte, desde su retiro, presentó su obra maestra «Dos pelotas y un balón».

    Tres días después del último partido de liga en la Romareda, el 28 de mayo, Luis Enrique anunció su fichaje por el FC Barcelona. Un «secreto a voces», se dijo. Parecía que el único valor que podía tener este fichaje para los catalanes era el de fastidiar al Madrid, pero dieron con un futbolista clave que les duró ocho temporadas. Si con el Madrid nunca marco más de cinco goles en las tres competiciones, con los azulgrana, el primer año enchufó dieciocho y el segundo veinticuatro. Todo esto sin mencionar los goles que le metió al Madrid. Lo cierto es que cualquier persona que se chupase la primera mitad de los noventa en el club blanco se merece todo en este mundo ¿pero era necesario llegar a esto, Luis?

    Después de todos los pases horizontales en corto que sufrimos juntos ¿Por qué, por qué tanta crueldad? Muy mal.

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    Fuente: www.jotdown.es
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