Iniciado por
Energetico
Esta fábula comienza hablando de un maestro y su discípulo. Ambos peregrinaban compartiendo su sabiduría. Uno de sus trayectos les hizo pasar por un pueblo perdido en las montañas.
Al llegar a las afueras, les sorprendió ver que no había apenas casas ni cultivos, solo unas pobres chabolas destartaladas. Iban andando por sus calles, si es que se les podía llamar así, y se toparon de frente con un hombre tan andrajoso como los demás. El discípulo no pudo contener más su curiosidad y le preguntó:
Oye, ¿qué es lo que pasa en este pueblo?
Mira – le dijo -, ¿ves aquella casa en el centro del pueblo? Pues allí dentro tenemos a nuestra vaca. Es el único sustento que tenemos en este pueblo y entre todos nos ocupamos de que no le falte de nada. La protegemos y la cuidamos como nuestro bien más preciado porque si un día faltara no sabríamos qué hacer. Ella nos da leche con la que hacemos mantequilla, yogures requesón… Y con eso se alimenta todo el pueblo.
El discípulo y el maestro decidieron pernoctar en el pueblo. Era noche cerrada cuando el maestro habló por primera vez:
Coge la vaca y empújala por el barranco.
Con todo el dolor de su corazón, el discípulo sacó a la vaca de su chabola y la empujó por el barranco.
Muy de madrugada maestro y discípulo se marcharon de aquel lugar sin decir nada a nadie.
Muchos años después el discípulo, ya convertido en maestro, volvió a pasar por aquel pueblo. Su sorpresa fue mayúscula cuando ya desde lejos pudo vislumbrar la bonanza y el frenesí de actividad de aquel pueblo. Las casas se habían reconstruido, las calles asfaltado y la gente vestía con modestia pero con elegancia. Casualmente se topó con el mismo hombre con el que hablara años atrás, y no pudo evitar preguntarle:
Qué es lo que ha pasado aquí? Vine hace años y erais un pueblo pobre que solo tenía una vaca.
¡Hombre, la vaca! – dijo divertido – ¡Cuánto tiempo! Pues mira, como bien sabrás, toda la economía de este pueblo estaba basada en aquella pobre vaca, pero una noche desapareció sin más y casi nos volvemos locos. Por más que buscábamos, no aparecía por ningún lado, estábamos todos desesperados. No me acuerdo quien la encontró, fue casi por casualidad, al fondo del barranco. Estaba muerta la pobrecilla. Se debió escapar y caer durante la noche. Parecía el fin, pero algo teníamos que hacer, no había más opción. Como para nosotros su carne es sagrada y no la podemos comer, la cortamos, antes de que se pusiera en mal estado, y la vendimos al pueblo de al lado. Con el dinero de esa venta compramos gallinas para que nos dieran huevos. Con los huevos que nos sobraron nos pusimos a comerciar y conseguimos comprar unos cerdos. Con su carne compramos bueyes con los que comenzamos a arar la tierra. Y, ¡fíjate! Ahora somos uno de los pueblos más prósperos de la comarca. Y, pensar que perdimos tanto tiempo con aquella pobre vaca...