que si
El Tractatus logico‐philosophicus del profesor Wittgenstein intenta, consíga‐
lo o no, llegar a la verdad última en las materias de que trata, y merece por su in‐
tento, objeto y profundidad que se le considere un acontecimiento de suma impor‐
tancia en el mundo filosófico. Partiendo de los principios del simbolismo y de las
relaciones necesarias entre las palabras y las cosas en cualquier lenguaje, aplica el
resultado de esta investigación a las varias ramas de la filosofía tradicional, mos‐
trando en cada caso cómo la filosofía tradicional y las soluciones tradicionales pro‐
ceden de la ignorancia de los principios del simbolismo y del mal empleo del len‐
guaje.
Trata en primer lugar de la estructura lógica de las proposiciones y de la
naturaleza de la inferencia lógica. De aquí pasamos sucesivamente a la teoría del
conocimiento, a los principios de la física, a la ética y, finalmente, a la mística (das
Mystiche).
Para comprender el libro de Wittgenstein es preciso comprender el pro‐
blema con que se enfrenta. En la parte de su teoría que se refiere al simbolismo se
ocupa de las condiciones que se requieren para conseguir un lenguaje lógicamente
perfecto. Hay varios problemas con relación al lenguaje. En primer lugar está el
problema de qué es lo que efectivamente ocurre en nuestra mente cuando emplea‐
mos el lenguaje con la intención de significar algo con él; este problema pertenece a
la psicología. En segundo lugar está el problema de la relación existente entre pen‐
samientos, palabras y proposiciones y aquello a lo que se refieren o significan; este
problema pertenece a la epistemología. En tercer lugar está el problema de usar las
proposiciones de tal modo que expresen la verdad antes que la falsedad; esto per‐
tenece a las ciencias especiales que tratan de las materias propias de las proposicio‐
nes en cuestión. En cuarto lugar está la cuestión siguiente: ¿Qué relación debe ha‐
ber entre un hecho (una proposición, por ejemplo) y otro hecho para que el prime‐
ro sea capaz de ser un símbolo del segundo?
Esta última es una cuestión lógica y es precisamente la única de que Witt‐
genstein se ocupa. Estudia las condiciones de un simbolismo correcto, es decir, un
simbolismo en el cual una proposición «signifique» algo suficientemente definido.
En la práctica, el lenguaje es siempre más o menos vago, ya que lo que afirmamos
no es nunca totalmente preciso. Así pues, la lógica ha de tratar de dos problemas
en relación con el simbolismo: 1º Las condiciones para que se dé el sentido mejor
que el sinsentido en las combinaciones de símbolos; 2º Las condiciones para que
exista unicidad de significado o referencia en los símbolos o en las combinaciones
de símbolos. Un lenguaje lógicamente perfecto tiene reglas de sintaxis que evitan
los sinsentidos, y tiene símbolos articulares con un significado determinado y úni‐
co. Wittgenstein estudia las condiciones necesarias para un lenguaje lógicamente
perfecto. No es que haya lenguaje lógicamente perfecto, o que nosotros nos crea‐
mos aquí y ahora capaces e construir un lenguaje lógicamente perfecto, sino que
toda función del lenguaje consiste en tener significado y sólo cumple esta función
satisfactoriamente en la medida en que se aproxima al lenguaje ideal que nosotros
postulamos.
La función esencial del lenguaje es afirmar o negar los hechos. Dada la
sintaxis de un lenguaje, el significado de una proposición está determinado tan
pronto como se conozca el significado de las palabras que la componen. Para que
una cierta proposición pueda afirmar un cierto hecho debe haber, cualquiera que
sea el modo como el lenguaje esté construido, algo en común entre la estructura de
la proposición y la estructura del hecho. Esta es tal vez la tesis más fundamental de
la teoría de Wittgenstein. Aquello que haya de común entre la proposición y el he‐
cho, no puede, así lo afirma el autor, decirse a su vez en el lenguaje. Sólo puede ser,
en la fraseología de Wittgenstein, mostrado, no dicho, pues cualquier cosa que po‐
damos decir tendrá siempre la misma estructura.
El primer requisito de un lenguaje ideal sería tener un solo nombre para
cada elemento, y nunca el mismo nombre para dos elementos distintos. Un nombre
es un símbolo simple en el sentido de que no posee partes que sean a su vez símbo‐
los. En un lenguaje lógicamente perfecto, nada que no fuera un elemento tendría
un símbolo simple. El símbolo para un compuesto sería un «complejo». Al hablar
de un «complejo» estamos, como veremos más adelante, pecando en contra de las
reglas de la gramática filosófica, pero esto es inevitable al principio. «La mayor
parte de las proposiciones y cuestiones que se han escrito sobre materia filosófica
no son falsas, sino sinsentido. No podemos, pues, responder a cuestiones de esta
clase de ningún modo, sino establecer su sinsentido. La mayor parte de las cuestio‐
nes y proposiciones de los filósofos proceden de que no comprendemos la lógica
de nuestro lenguaje. Son del mismo tipo que la cuestión de si lo bueno es más o
menos idéntico que lo bello» (4.003). Lo que en el mundo es complejo es un hecho.
Los hechos que no se componen de otros hechos son lo que Wittgenstein llama
Sachverhalte, mientras que a un hecho que conste de dos o más hechos se le llama
Tatsache; así, por ejemplo: «Socrates es sabio» es un Sachverhalt y también un Tatsa‐
che, mientras que «Sócrates es sabio y Platón es su discípulo» es un Tatsache, pero
no un Sachverhalt
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