Una puta mierda me leo tal tocho a estas horas hijo de mil putas sarnosas
Iniciado por Mateo, 14, 1-12, Marcos 6:14-29 y Lucas 9:7-9El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Salome representa el eterno femenino, un ave ligera, a menudo siniestra, que atraviesa la vida, una flor en la mano, en busca de su vago ideal. A menudo terrible. “Terrible” porque el brillo que desprende la cabeza del profeta nos muestra otra belleza distinta de la carnal, invisible a los ojos exteriores, que es la belleza de la luz que se manifiesta después de la muerte. Un encuentro paradójico entre la belleza de este mundo (Salomé) y la del mundo por venir (Juan).
Cuando Salomé besa los labios del profeta, ya decapitado, y afirma que el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte refleja un conocimiento profundo de los misterios de la vida y la muerte pues es con el amor como se puede superar la muerte.¡Ah!, no me dejabas besar tu boca, Jokanaan. ¡Bueno! Ahora la besaré. La morderé con mis dientes como se muerde un fruto maduro. Sí, besaré tu boca, Jokanaan. Lo dije; ¿acaso no fue así? Lo dije. Ah! La besaré ahora… ¿Pero por qué no me miras, Jokanaan? Tus ojos que eran tan terribles, que estaban tan llenos de rabia y de desprecio, ahora están cerrados. ¿Por qué están cerrados? ¡Abre los ojos! ¡Levanta tus párpados, Jokanaan! ¿Por qué no quieres mirarme? ¿Acaso me temes, Jokanaan, y por eso no me miras…? Y tu lengua, que era como una roja serpiente escupiendo veneno, ya no se mueve, ya no suelta palabras, Jokanaan, esa víbora escarlata que arrojó su veneno sobre mí. ¿Es extraño, verdad? ¿Cómo es que la roja víbora ya no se mueve…? No querías tener nada conmigo, Jokanaan. Me rechazaste.
¡Ah, Jokanaan, Jokanaan, eras el único hombre que amé! Todos los otros me resultaban un fastidio. ¡Pero tú eras hermoso! Tu cuerpo era una columna de marfil alzada sobre bases plateadas. Era un jardín lleno de palomas y lilas de plata. Era una torre de plata guarnecida con escudos de marfil. No había nada en el mundo tan blanco como tu cuerpo. No había nada en el mundo tan negro como tu cabello. Y en todo el mundo no había nada tan rojo como tu boca. Tu voz era un incensario que esparcía extraños perfumes, y cuando te miraba escuchaba una curiosa música. ¡Ah! ¿Por qué no me miraste, Jokanaan? Tras el manto de tus manos y tras el manto de tus blasfemias ocultaste tu rostro.
Pusiste sobre tus ojos la venda de aquel que quiere ver a su dios. Bueno, ya has visto a tu dios, Jokanaan, pero a mí, a mí, tú nunca me viste. Si me hubieras visto me habrías amado. Yo te vi, y te amé. ¡Oh, cuanto te amé! Aun te amo, Jokanaan, sólo te amo a ti… Estoy sedienta de tu belleza; estoy hambrienta de tu cuerpo; y ni el vino ni las manzanas pueden apaciguar mi deseo. ¿Qué haré ahora, Jokanaan? Ahora que ni las inundaciones ni los grandes océanos pueden calmar mi pasión. Yo era una princesa, y tú me despreciaste. Yo era una virgen, y tú me arrebataste la pureza. Yo era casta, y tú llenaste mis venas con fuego… ¡Ah! ¿Por qué no me miras? Si me hubieras visto me habrías amado. Sé muy bien que me habrías amado, y el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte.
La decapitación de Juan Bautista ha sido a menudo comentada por los Padres quienes la evocaron en su polémica contra los judíos de la época. Leemos en Orígenes (siglo III): “Mira este pueblo en el que alimentos puros e impuros son examinados, mientras que la profecía presentada en bandeja a modo de alimento es despreciada”. La cabeza de Juan Bautista representaría, pues, el principio de la profecía, de la que se habrían privado los judíos por la decapitación del santo. Orígenes añade: “Decapitan la palabra profética tras haberla encerrado en una prisión, no conservando más que una palabra cadáver, mutilada, que ya no tiene ninguna parte sana, dado que no la entienden”.