Dicen sus compañeras de Instituto en Redes sociales que Lucía García de la Calzada, la joven que recibió una paliza el pasado fin de semana al salir de un bar de Murcia, era intocable. No porque fuera valiente, ni rápida, ni audaz: no confundamos valentía con inmunidad. Tampoco era intocable porque fuera siempre armada y no dudara en tirar de una navaja en las peleas, ni porque fuera rodeada de un séquito de chavales, neonazis, o nazis a secas como ella, que le amparaban en sus palizas por la ciudad.
Lucía era -me alegro de no tener que usar el verbo en presente- intocable porque tiene algo que la protege mucho más que una cadena, una porra extensible o cuatro colegas metidos a macarras de pueblo: Lucía tiene un apellido. Y ese apellido tiene detrás un Régimen. Y ese régimen tiene detrás jueces, policías, concejales, consejeros y alcaldillos de medio pelo. Pero déjenme que me explique y les ahorre el paseo por la Hemeroteca:
Lucía es una García de la Calzada, una estirpe murciana con décadas de militancia ultraderechista a sus espaldas, ¡que atesora un puñado cargos públicos y que milita en el Partido Popular, que viene siendo lo mismo-. Y como toda buena dinastía fascista proviciana en este Estado, sus tentáculos llegan muy atrás en el tiempo y muy profundo en las instituciones.
A la boda de sus abuelos, primos y de la Calzada todos ellos, que es de esas bodas de postín que traen invitados con largos apellidos, acudieron desde el Presidente de las Cortes allá en el 69 hasta un tal Federico Trillo Figueroa. Fue una de esas bodas que el ABC saca en las páginas de sociedad y en las que se daban cita demócratas de toda la vida. Tan demócratas como su abuelo, Don Ramón María de la Calzada, presidente de Fuerza Nueva de Murcia, que incitaba públicamente a visitar a Tejero, el golpista, en la cárcel, -el poquito tiempo que aquel estuvo dentro-. Un clan encantador, los García de la Calzada, pero no hay porqué remontarse a los años 70 u 80, porque han seguido acaparando vocalías, consejerías, gerencias, abogacías y otros cargos de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que basta con buscar en Google que ya saben ustedes lo caro que sale un chiste de Carrero. De lo que hicieran durante el Franquismo no hay registro digital, pero creo que pueden imaginarlo.
A Lucía le gustan las runas nazis, pegar a sus compañeras inmigrantes, amenazar a chavales homosexuales, salir a buscar rojetes por la zona de las tascas de Murcia, hacer apología de su tontería adolescente en Redes Sociales y acumular antecedentes policiales por agresión, aunque entra y sale de comisaría como Pedro por su casa. De hecho, aunque la policía ha asegurado que es perteneciente a la extrema derecha, el Delegado del Gobierno en Murcia, oh sorpresa, del Partido Popular, ha salido al paso negando la mayor.
Dicen también las compañeras de clase que Lucia les da miedo. Yo les digo que no se preocupen, porque Lucía, sin sus apellidos, no es nadie ni es nada. Y es que lo que tiene la ultraderecha es que siempre ha sido igual: Gallardón también salía a pegar cadenazos de joven con Fuerza Nueva y miren lo bien que le ha ido hasta ahora. Lucía, tú tampoco te preocupes, como buena niña pija, cuando lo de ser rebelde se te pase, alguien te limpiará el apellido como te han limpiado tus fotos en las Redes Sociales -y es que no estás mal asesorada, no-. Luego te comprarán unas oposiciones, quien sabe, a Fiscal, o a administradora del Estado, quizá un cargo en un bufete, y a vivir. Te casarás con algún otro espécimen como tú, y tendréis una de esas bodas de cura, apellidos y reseña en el ABC, reinarás en Murcia, Albacete o en un buen despacho en Madrid y te reirás acordándote de esas tonterías que hacías en el Instituto como leerte el Mein Kampf o escupir a negros por la calle.
El fascismo crea monstruos a la medida de los tiempos, siempre al servicio del capital, ariete y avanzadilla, y en este país, donde nunca se depuró a los elementos del franquismo, hoy son sus nietos y nietas los que juegan al fascismo callejero. Ya no hay que ser ario, ni hombre, para ser un líder de la ultraderecha: que se lo digan a la portavoz de ese experimento fallido que es el Hogar Social Madrid, que intenta imitar sin éxito el fascismo europeo que se infiltra en los barrios urbanos al calor de la crisis,. Por cierto, han situado su sede en la capital en una casa propiedad del rector de la Universidad Rey Juan Carlos, a.k.a. el copiota, que es la universidad donde el PP legitima las carencias intelectuales de sus cuadros políticos haciéndoles pasar por profesores.
La portavoz del HSM es sin duda uno de los engendros más curiosos de las contradicciones de la derecha: una niña de algún país al sur del Ecuador, criada en buen colegio y al calor de una familia adoptiva, por cierto, cargos del PSOE en Albacete, reconvertida a líder espiritual neonazi a golpe de castigar su melena con decolorante rubio y renegando de sí misma.
Prepárense porque vienen tiempos complicados, y veremos no pocos esperpentos como estos, aparentes chiquilladas, cosas de pandillas y de radicales, personajes contradictorios y mucho, mucho humo, que para eso tiene la caverna sus hornos a todos gas: y si no, consulten La Razón, El Español, o esa nueva broma de mal gusto que es OKDiario, que han elevado a Lucía, la fascista, la heredera de la infamia, a una mujer vulnerable víctima de la violencia radical. No se confundan, que es una feminista quien escribe estas líneas: por eso me niego a la ñoñería bienpensante de que no hay que dar a quién merece y me niego sobre todo a considerar violencia machista a lo que ocurrió este fin de semana en Murcia. La calle -la de verdad, en la que no tenemos apellidos ni padrinos- es la única cosa que nos iguala. Llámenlo justicia popular, o karma, llámenlo venganza, o si quieren, simplemente, llámenlo un correctivo.