Iniciado por
kalathos16
Después de una pausa de unos momentos, prosiguió: Recuerdas haber escrito en tu Diario: «la libertad es poder decir que dos más dos son cuatro?».
— Sí — dijo Winston.
O'Brien levantó la mano izquierda, con el reverso hacia Winston, y escondiendo el dedo pulgar extendió los otros cuatro.
— ¿Cuántos dedos hay aquí, Winston?
— Cuatro.
— ¿Y si el Partido dice que no son cuatro sino cinco? Entonces, ¿cuántos hay?
— Cuatro.
La palabra terminó con un espasmo de dolor. La aguja de la esfera había subido a cincuenta y cinco. A Winston le sudaba todo el cuerpo. Aunque apretaba los dientes, no podía evitar los roncos gemidos. O'Brien lo contemplaba, con los cuatro dedos todavía extendidos. Soltó la palanca y el dolor, aunque no desapareció del todo, se alivió bastante.
— ¿Cuántos dedos, Winston?
— Cuatro.
La aguja subió a sesenta.
— ¿Cuántos dedos, Winston?
— ¡Cuatro!! !¡Cuatro!! ¿Qué voy a decirte? ¡Cuatro!
La aguja debía de marcar más, pero Winston no la miró. El rostro severo y pesado y los cuatro dedos ocupaban por completo su visión. Los dedos, ante sus ojos, parecían columnas, enormes, borrosos y vibrantes, pero seguían siendo cuatro, sin duda alguna.
— ¿Cuántos dedos, Winston?
— ¡¡Cuatro!! ¡Para eso, para eso! ¡No sigas, es inútil!
— ¡Cuántos dedos, Winston!
— ¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco!
— No, Winston; así no vale. Estás mintiendo. Sigues creyendo que son cuatro. Por favor, ¿cuántos dedos?
— ¡¡Cuatro!! ¡¡Cinco!! ¡¡Cuatro!! Lo que quieras, pero termina de una vez. Para este dolor.
Ahora estaba sentado en el lecho con el brazo de O'Brien rodeándole los hombros. Quizá hubiera perdido el conocimiento durante unos segundos. Se habían aflojado las ligaduras que sujetaban su cuerpo. Sentía mucho frío, temblaba como un azogado, le castañeteaban los dientes y le corrían lágrimas por las mejillas. Durante unos instantes se apretó contra O'Brien como un niño, confortado por el fuerte brazo que le rodeaba los hombros. Tenía la sensación de que O'Brien era su protector, que el dolor venía de fuera, de otra fuente, y que O'Brien le evitaría sufrir.
— Tardas mucho en aprender, Winston — dijo O'Brien con suavidad.
— No puedo evitarlo — balbuceó Winston. — ¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante los ojos si no los cierro? Dos y dos son cuatro.
— Algunas veces sí, Winston; pero otras veces son cinco. Y otras, tres. Y en ocasiones son cuatro, cinco y tres a la vez. Tienes que esforzarte más. No es fácil recobrar la razón.