Iniciado por
Shurmana
RESUMEN: una conocida mía se enchocha de un tipejo demigrante y las demás tenemos que hacer guardia mientras echa un polvo aún más demigrante con él.
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Quien más quien menos se ha comido algún cardo en su vida, vamos a ser francos. Mira atrás, se acuerda y piensa "Me cago en mi vida, más vale ni acordarse": en el caso de las tías solemos señalar el caso de un tipo al que le daban gatillazos, que no tenía ni puta idea de preliminares o cuya higiene nos hizo salir por patas. En el caso de los tíos, esa "gordibuena" de la discoteca que, con más luz y menos ropa, resulta ser un tonel con faja. O bien otra que desconoce las virtudes del agua y el jabón. O aquella que era una estrella de mar que se movía menos en la cama que Ramón Sampedro. Pero para todo hay límites, y una conocida mía lo traspasó con creces.
Conozco muchas historias de conocidos y conocidas con polvos demigrantes, pero la que se lleva la palma es una que no me contaron, sino de la que fui testigo y que os cuento aquí.
Sucedió hace casi 20 años (no es coña). Yo era adolescente y estaba pasando el verano en el pueblo de mi madre. Faltaban un par de días para que dieran inicio las fiestas patronales y ya estaban montadas todas las atracciones y la mayor parte de puestos del recinto ferial. Era de noche, no había ni un alma por la calle y una de las tías mayores de mi grupo de amistades de allí estaba enchochada por alguien, pero no sabíamos aún por quién. Y no podía ser peor: un puto feriante. Llevaba pelando la pava con él desde el verano anterior y en cuanto llegó ya tenía el chocho echando chispas. Así que esa noche nos dijo que si la acompañábamos a ver al puto feriante. Nos apetecía tanto el plan como cosernos el chumino con alambre de espino, pero lo cierto es que ella nos había tapado nuestras aventurillas y justo era que, para una vez que ligaba, nosotras le tapásemos a ella. Pensábamos que era lo justo, pero claro... sus "tapadillos" no habían pasado de decirle a nuestro hermano o familiar de turno que preguntaba por nosotras en la discoteca que "Se ha ido a acompañar a mi hermana a casa", a lo que nosotras tuvimos que hacer. Y eran rolletes que no pasaban de allí, éramos la mayoría del grupo más vírgenes que la Macarena.
Dicho y hecho: salimos del local donde estábamos y nos dirigimos las 5 que íbamos al recinto ferial, concretamente a la pista de los coches de choque, de donde era el puto feriante que la tenía onubilada. Como aún no habían comenzado las fiestas, la carpa de los coches de choques estaba bajada, casi rozando dichos coches, y estos estaban tapados cada cual con su lona. Nos quedamos mirando la pista desierta (era muy tétrico, viendo ahí las luces del interior de las caravanas, con la poca luz que entonces había en el recinto ferial y todo en silencio). Al rato apareció el feriante, un tipo que tenía más edad de la que le había dicho a mi amiga, que a duras penas llegaba al 1.70, con el pelo sucio y ralo y una camiseta imperio con más mierda que la bayeta de un kebab. Rogué para mis adentros: "Marijose, dios mío, dime que no te vas a enrollar con eso...".-
PUes sí. Y anda que nos dice que se van a la caravana. Ni hablar: en la caravana debían dormir su madre de 200kg y sus doce hermanos, porque el tipo se la metió debajo de un coche de choque, lo tapó con la lona y arreando. Nosotras escuchábamos los gemidos ahogados de nuestra amiga, el otro mandándole callar como a los perros ("¡Chst!¡Chst, he dicho!") y la lona meneándose. Aquello era surrealista. Me di la vuelta a mirar al infinito de la carretera que recorría el recinto ferial, intentando abstraerme de lo bochornoso de la situación. "Pues se ha quedado buena noche", recuerdo que me dije a mí misma para intentar desquitarme de la vergüenza ajena que me daba pensar lo que estaba haciendo mi amiga allí. Y con ESE mugroso harapiento.
A los pocos minutos -no sé cuántos-, cesan los ruidos, la Marijose sale del coche y se dirige a nosotras arreglándose la ropa. "Hala, vámonos". Lejos de lo que solía ser lo corriente cuando una mojaba, no hubo preguntas de "Qué tal", "¡cuéntanos" y cosas así. Todas íbamos cabizbajas, intentando sacudirnos la vergüenza ajena, mientras Marijose iba con los ojos brillantes y fumándose su cigarrillo.