A mediados de los años 50, un obrero ferroviario se propuso construir un auto a partir de sus conocimientos y habilidad. El galpón de su casa fue el ámbito donde el deseo se transformó en una obra única y original. Un ejemplo de tenacidad y creatividad que no perseguía otro fin que la concreción de un sueño: construir el auto propio.
Enrique Rocchetto había llegado de Italia a los 18 años y ya en 1934 mostraba claramente su espíritu inquieto y habilidad técnica cuando transformó una chatita Whippet1928 en un Phaeton. Veinte años después, redobló la apuesta inicial con la construcción de un auto de su propia creación. Para entonces ejercía su actividad laboral como mecánico en los talleres Liniers del Ferrocarril Sarmiento.
Rocchetto se propuso construir un automóvil sport de lujo con carrocería abierta. Su gestación comenzó en enero de 1954 cuando transformó en taller un galpón del fondo de su casa en Ramón Falcón al 6.300 del barrio porteño de Liniers. Con máquinas herramientas simples como un torno, una agujereadora, soldadora autógena y un compresor comenzó a dar volumen a las formas dibujadas previamente sobre un cartón.
La construcción demandó cinco años y fue realizada en sus horas libres en forma totalmente artesanal.

El motor empleado correspondía a un Ford V8 59 AB 1940,el cual había sido utilizado en un chasis de colectivo. Rocchetto le introdujo algunas mejoras como el aumento de la cilindrada que le otorgaron 1.000 rpm. adicionales y mayor compresión. El auto fue construido con piezas de diseño propio y de vehículos de serie de origen norteamericano, como el diferencial de origen Ford y las puntas de eje Chevrolet.
Don Enrique diseñó un chasis original de estructura tubular con suspensión delantera independiente. La caja de dirección también era de diseño propio.La transmisión se realizaba con una caja manual de tres velocidades.
Por sus proporciones y dimensiones el auto mostraba una clara influencia norteamericana, sin embargo, en su diseño intervinieron elementos estilísticos que reconocen su origen en ambas márgenes del Atlántico. El frontal con su parrilla de diseño ovoide, remite a los frontales de los autos ingleses e italianos de entonces. La parte posterior, en cambio, evidencia una nítida inspiración norteamericana con una cola rematada por aletas, un recurso estilístico que impusiera Cadillac a fines de los años 40. Curiosamente, este detalle no estaba previsto en el diseño original y fue incorporado al guardabarros trasero cuando el auto ya había sido terminado y disfrutado por la familia en innumerables viajes.
La carrocería fue construida íntegramente en chapa y en forma artesanal, cada panel fue logrado a golpes de martillo utilizándose como base un tronco de árbol. Piezas más complejas como los paragolpes y sus uñas, baguetas laterales decorativas, manijas y ópticas traseras, también fueron realizadas a mano.
Sus amplias dimensiones permitían transportar cómodamente seis pasajeros distribuidos en dos amplios asientos enterizos.
El conjunto pesaba alrededor de 2.500 kilos y podía desarrollar una velocidad máxima de 160 km/h. El tanque de combustible estaba alojado en el baúl y tenía una capacidad de 120 litros. Para detener o aminorar la marcha del Rocchetto disponía de un sistema de frenos hidráulico con doble circuito.
El interior mostraba un equipamiento completo con un panel de instrumentos de seis cuadrantes (con tacómetro incluido), radio, calefacción y reloj eléctrico de 12 volts. Los colores del tapizado y del tablero armonizaban con los del exterior, en una equilibrada combinación de rojo y blanco, muy en boga en los años 50.
Para proteger a sus ocupantes, el habitáculo podía cubrirse con una capota de lona de tipo “hardtop” con un sistema de quita y pon.
El auto tenía dos dispositivos de seguridad antirrobo, de desarrollo propio.
El vehículo fue utilizado intensamente y a diario por Don Enrique hasta su fallecimiento en 1973. A partir de allí fue arrumbado en un garaje por más de 30 años donde sufrió un acentuado proceso de deterioro. Pero el Sport Rocchetto tuvo una segunda oportunidad cuando Marcelo, nieto de Don Enrique, decidió que había llegado el momento de revivirlo. Para ello encaró, junto a un grupo de colaboradores,un minucioso proceso de restauración de más de cuatro años que puso otra vez en marcha al auto que construyó y soñó su abuelo.