Plataforma Postea y te asigno una canción parodia y su original de referencia

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    Postea y te asigno una canción parodia y su original de referencia


  2. #2
    Forocoches: Premium Avatar de Baba Booey
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    • El coño seguramente alcance su esplendor a media tarde. Repudio el coño limpio, que es el mañanero, el de después de la ducha desganada de las 07.35 con Carlos Herrera en la radio del móvil. Ese coño sabe neutro, quizás a pompas de gel y a alguna gota de desodorante que haya caído en su superficie. Pero es como una torta de arroz: se come porque toca, pero la experiencia no es memorable. No debe serlo.
      El coño de media tarde está impregnado del esplendor del sudor del sol de mediodía, seco ya a esa hora y convertido en una capa salina que en su mezcla con los restos de humos y vapores internos conforma un caldo similar al de la sopa de cocido con piparras. El coño bueno ha tocado asiento de autobús y de oficina, acumula quizás alguna pelotilla de papel higiénico y desprende un aroma que sabes reconocer incluso por encima del pantalón y las bragas de la mujer a la que quieres.
      Ese olor lanza a la atmósfera unas feromonas que tienen un componente muy animal. El búfalo estira las narices cuando se halla en manada para atisbar los matices que desprende el coño de la búfala que ama. Es pura naturaleza mamífera. El homínido humano, de sexo varón, sabe que su mujer entra en casa porque su olfato detecta, a pequeña intensidad, esos componentes singulares del coño de su pareja. Y esos se obtienen a media tarde, cuando se puede introducir la nariz entera en esa parte de la feminidad para embadurnarse toda la superficie, hasta el tabique nasal, con esa sopa de amor cocinara durante 13 o 14 horas, tras la ducha mañanera. A fuego lento.
      Un coño sucio es un cuadro de Pollock, una canción descarnada de Chavela Vargas, la de Copa Rota. Es un gol de córner en Los Pajaritos en enero, con balón rojo, campo embarrado la temperatura bajo cero. Es la chaquetilla de José Tomás rota en Aguascalientes tras haber sido corneado en el primer tercio. Es un te quiero a una dominicana divorciada en el bar de panchos de tu barrio, con un Larios Cola de la mano y el suelo lleno de servilletas.
      Un coño sucio es el escayolista con el mono manchado tras ponerte el falso techo con luces LED que querías. Es el Bufón de Calabacillas: aquí ya no se pintan cristos ni reyes, sino al pueblo. Eso es el coño sucio: lo genuino, lo atávico, lo que te conecta con la época pre meteosexual, donde la gente esforzada debía sudar de sol a sol para ganarse el jornal. El coño duchado en la mañana, a media tarde, es como el baúl que compras en un anticuario para reformar con mimo. Es el lado más salvaje de la vida. La verdadera esencia de las cosas. La cama del fakir. El bingo de la helycobacter. La carrera de Bale en la final de la Copa del Rey.
      El hombre que prefiere un coño limpio ni es hombre ni es nada. Es una especie de ginecólogo, de los que se ponen guantes antes de iniciar la exploración y esterilizan el material. El hombre rotundo prefiere un coño curado, de los que dejan el olor en los dedos índice y anular durante horas, incluso después de una ducha rápida. No hay persona más feliz que el varón heterosexual que aguarda con impaciencia que el compañero de trabajo se baje del ascensor para, en solitario, arrimarse la mano a la nariz y pensar en su hembra. “Joder, Puri, si meto estos dedos en una cazuela de agua hirviendo y le pongo una zanahoria y un poco de pimienta blanca, lo podría llamar vichyssoise”.
      He de reconocer que me producen una atracción parafílica los coños de mujer prefiesta de viernes noche. Limpios, rasurados y perfumados para enfrentarse a calles oscuras, antros y discopubs canallas. Los coños en ese estado son como el McLaren de Hamilton cuando sale al Pit Lane para dar la vuelta de reconocimiento. Limpios, pulidos y sin miedo a nada. No deja de ser una buena costumbre arrimar las fauces al coño en esas circunstancias para disfrutar de esa esencia de mujer acicalada e ilusionada y para sorber todos esos aromas de tienda cara. Comí un coño así una vez por encima de la falda, con la bota alta puesta, y olía a 212 Woman. Mientras aplicaba al clitoris una succión sublingual tipo Rowentta A+ 310 y succionaba gotas de perfume, me recitaba para mis adentros las palabras, con pronunciación inglesa “Carolina Herrera”. Se me ocurren pocos episodios con un mayor poder estético en mi vida.
      Si fuera a morir esta noche y tuviera que dejar un testimonio para mis descendientes, sería el siguiente:

      “Queridos: Los labios que ahora están fríos e inanes se posaron en varios coños a lo largo de mi vida, que fue feliz, entre otras cosas por eso.
      Nunca me importó la forma ni el estado de depilación del aparato genital, si bien me cortaba el rollo cuando un mechón rizado de rabino jasídico conectaba la parte inferior de la vagina con el ano, conformando una especie de tirolina infame.
      Pero el coño nunca me gustó recién pasado por agua y desinfectado. Quiero que me recordéis como un hombre de verdad, de los que comían morcilla, lamprea, entresijos, zarajos y el coño después de montar en bici. Siempre preferí The Stooges a Pablo Alborán. La distorsión de guitarras sucias al sonido de acústica limpio y amplificado.
      Siempre fui un batallador. Un hombre dispuesto a quemarse si hacía falta por conseguir sus sueños. No pasé de puntillas ni con desgana por el mundo. Repudié siempre a los hombres que pedían coños limpios. Me parecían impostores, auténticas ratas sibilinas que daban placer por obligación, escrupulosos, vagos, egoístas. Yo siempre fui generoso en la vida y en el sexo… y preferí el coño con cierto sabor entre ácido y ahumado. El coño sufridor. Trabajador. De clase obrera o minuto 59 de clase de crossfit.
      Ése es el mensaje que quisiera dejar a mi descendencia: nunca temáis que vuestras manos se embarren o vuestros labios se llenen de ese sabor singular del ácido úrico de los restos de orín y el componente espeso del flujo premenstrual. Ni siquiera ese olor a celulosa de compresa y pozo abierto y abandonado que a veces impacta en la nariz. Porque el coño de media tarde, el coño esforzado, de mujer inquieta, es el gran placer y a la vez obligación que encontrareis en vuestra vida. Y si lo rechazáis, para mí seréis depravados. Auténticos cobardes y arrogantes. Gente sin alma ni honor. Alimañas y quizás críticos de moda en Mediaset”.

      Repudio al hombre blandengue, de la bolsa de la compra y el mandato de que la mujer pase por la ducha antes de meter la lengua en su bisectriz. No hay nada que más asco me dé que esa clase de niñatos.
      Larga vida al coño de 19.00 horas. Al coño trabajador. Al coño con sabor.

  3. #3
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    Cita Iniciado por Baba Booey Ver mensaje
    El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
    • El coño seguramente alcance su esplendor a media tarde. Repudio el coño limpio, que es el mañanero, el de después de la ducha desganada de las 07.35 con Carlos Herrera en la radio del móvil. Ese coño sabe neutro, quizás a pompas de gel y a alguna gota de desodorante que haya caído en su superficie. Pero es como una torta de arroz: se come porque toca, pero la experiencia no es memorable. No debe serlo.
      El coño de media tarde está impregnado del esplendor del sudor del sol de mediodía, seco ya a esa hora y convertido en una capa salina que en su mezcla con los restos de humos y vapores internos conforma un caldo similar al de la sopa de cocido con piparras. El coño bueno ha tocado asiento de autobús y de oficina, acumula quizás alguna pelotilla de papel higiénico y desprende un aroma que sabes reconocer incluso por encima del pantalón y las bragas de la mujer a la que quieres.
      Ese olor lanza a la atmósfera unas feromonas que tienen un componente muy animal. El búfalo estira las narices cuando se halla en manada para atisbar los matices que desprende el coño de la búfala que ama. Es pura naturaleza mamífera. El homínido humano, de sexo varón, sabe que su mujer entra en casa porque su olfato detecta, a pequeña intensidad, esos componentes singulares del coño de su pareja. Y esos se obtienen a media tarde, cuando se puede introducir la nariz entera en esa parte de la feminidad para embadurnarse toda la superficie, hasta el tabique nasal, con esa sopa de amor cocinara durante 13 o 14 horas, tras la ducha mañanera. A fuego lento.
      Un coño sucio es un cuadro de Pollock, una canción descarnada de Chavela Vargas, la de Copa Rota. Es un gol de córner en Los Pajaritos en enero, con balón rojo, campo embarrado la temperatura bajo cero. Es la chaquetilla de José Tomás rota en Aguascalientes tras haber sido corneado en el primer tercio. Es un te quiero a una dominicana divorciada en el bar de panchos de tu barrio, con un Larios Cola de la mano y el suelo lleno de servilletas.
      Un coño sucio es el escayolista con el mono manchado tras ponerte el falso techo con luces LED que querías. Es el Bufón de Calabacillas: aquí ya no se pintan cristos ni reyes, sino al pueblo. Eso es el coño sucio: lo genuino, lo atávico, lo que te conecta con la época pre meteosexual, donde la gente esforzada debía sudar de sol a sol para ganarse el jornal. El coño duchado en la mañana, a media tarde, es como el baúl que compras en un anticuario para reformar con mimo. Es el lado más salvaje de la vida. La verdadera esencia de las cosas. La cama del fakir. El bingo de la helycobacter. La carrera de Bale en la final de la Copa del Rey.
      El hombre que prefiere un coño limpio ni es hombre ni es nada. Es una especie de ginecólogo, de los que se ponen guantes antes de iniciar la exploración y esterilizan el material. El hombre rotundo prefiere un coño curado, de los que dejan el olor en los dedos índice y anular durante horas, incluso después de una ducha rápida. No hay persona más feliz que el varón heterosexual que aguarda con impaciencia que el compañero de trabajo se baje del ascensor para, en solitario, arrimarse la mano a la nariz y pensar en su hembra. “Joder, Puri, si meto estos dedos en una cazuela de agua hirviendo y le pongo una zanahoria y un poco de pimienta blanca, lo podría llamar vichyssoise”.
      He de reconocer que me producen una atracción parafílica los coños de mujer prefiesta de viernes noche. Limpios, rasurados y perfumados para enfrentarse a calles oscuras, antros y discopubs canallas. Los coños en ese estado son como el McLaren de Hamilton cuando sale al Pit Lane para dar la vuelta de reconocimiento. Limpios, pulidos y sin miedo a nada. No deja de ser una buena costumbre arrimar las fauces al coño en esas circunstancias para disfrutar de esa esencia de mujer acicalada e ilusionada y para sorber todos esos aromas de tienda cara. Comí un coño así una vez por encima de la falda, con la bota alta puesta, y olía a 212 Woman. Mientras aplicaba al clitoris una succión sublingual tipo Rowentta A+ 310 y succionaba gotas de perfume, me recitaba para mis adentros las palabras, con pronunciación inglesa “Carolina Herrera”. Se me ocurren pocos episodios con un mayor poder estético en mi vida.
      Si fuera a morir esta noche y tuviera que dejar un testimonio para mis descendientes, sería el siguiente:

      “Queridos: Los labios que ahora están fríos e inanes se posaron en varios coños a lo largo de mi vida, que fue feliz, entre otras cosas por eso.
      Nunca me importó la forma ni el estado de depilación del aparato genital, si bien me cortaba el rollo cuando un mechón rizado de rabino jasídico conectaba la parte inferior de la vagina con el ano, conformando una especie de tirolina infame.
      Pero el coño nunca me gustó recién pasado por agua y desinfectado. Quiero que me recordéis como un hombre de verdad, de los que comían morcilla, lamprea, entresijos, zarajos y el coño después de montar en bici. Siempre preferí The Stooges a Pablo Alborán. La distorsión de guitarras sucias al sonido de acústica limpio y amplificado.
      Siempre fui un batallador. Un hombre dispuesto a quemarse si hacía falta por conseguir sus sueños. No pasé de puntillas ni con desgana por el mundo. Repudié siempre a los hombres que pedían coños limpios. Me parecían impostores, auténticas ratas sibilinas que daban placer por obligación, escrupulosos, vagos, egoístas. Yo siempre fui generoso en la vida y en el sexo… y preferí el coño con cierto sabor entre ácido y ahumado. El coño sufridor. Trabajador. De clase obrera o minuto 59 de clase de crossfit.
      Ése es el mensaje que quisiera dejar a mi descendencia: nunca temáis que vuestras manos se embarren o vuestros labios se llenen de ese sabor singular del ácido úrico de los restos de orín y el componente espeso del flujo premenstrual. Ni siquiera ese olor a celulosa de compresa y pozo abierto y abandonado que a veces impacta en la nariz. Porque el coño de media tarde, el coño esforzado, de mujer inquieta, es el gran placer y a la vez obligación que encontrareis en vuestra vida. Y si lo rechazáis, para mí seréis depravados. Auténticos cobardes y arrogantes. Gente sin alma ni honor. Alimañas y quizás críticos de moda en Mediaset”.

      Repudio al hombre blandengue, de la bolsa de la compra y el mandato de que la mujer pase por la ducha antes de meter la lengua en su bisectriz. No hay nada que más asco me dé que esa clase de niñatos.
      Larga vida al coño de 19.00 horas. Al coño trabajador. Al coño con sabor.
    Aprovechando que ha vuelto a aparecer en los anunsios:


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