Una vez me hablaron de la ingravidez de lo impar. Lo impar es extraño, es misterioso.
Lo impar es la representación numérica de la soledad. Lo impar es la representación gráfica del desequilibrio.
Todo lo universal se mueve por dualidades, números pares, contraposición de elementos. Bien o mal, grande o pequeño, cielo o infierno, justo o injusto, alto o bajo, derecha o izquierda… Resultan más armónicos los múltiplos de dos, y, sin embargo, los fascinantes son los impares. Los números primos son impares; el número pi, además de irracional, es impar. La unidad es impar, y por tanto, solitaria.
Esto quiere decir que todos somos impares en un mundo regido por lo dual: marido y mujer, bipartidismo, niño y niña… ¿Por qué buscar el equilibrio de lo par? Porque lo impar es ingrávido, carece de algo que lo aferre al suelo de la realidad. Y por eso me gusta ser impar. Significa libertad. Por tanto, se concluye que lo impar es libertad, y que la libertad es ingrávidez. Por tanto, buscamos nuestros propios nirvanas mentales: orgasmos furiosos, drogas psicotrópicas, adrenalina en la lucha… En una palabra, ingrávidez. Lo que implica libertad.
Y si ser impar, con todas sus acepciones, trae consigo un desequilibrio, bienvenido sea.
Es de hace muchísimo, estoy revolviendo entre papelujos