Lectura El [CUENTO] de la chinchilla

Había una vez una pequeña chinchilla, no mayor que un pomelo. Cuando llegaba la primavera unos extraños árboles que abrazaban el bosque liberaban un polen mágico. Arrastrado por los vientos, era transportado por toda la isla, llegando al tercer día a la oscura grieta donde vivía el minúsculo roedor. Inhalado el perfume, una serie de reacciones desperezaban el sistema hormonal del Sr. Chinchillo, su nombre de cuna, haciéndole entrar en profundo celo.


Desde pequeño había sido un animalillo solitario, no habiendo conocido a otro de su especie. El impulso recién descubierto le hizo salir presuroso de su casita, miró en derredor y vio a lo lejos a sus vecinos: el elefante Dante y el reyezuelo Meruelo.

Cohibido por su nueva situación, pero con decisión, se acercó al elefante.

—Elefante, elefante Dante, ¿verdad que nunca has visto a un miembro tan elegante?
—Cierto es, amigo chinchillo. ¿Cómo puedes andar así de presuroso con un miembro tan vigoroso?

Al señor Chinchillo se le animaron las mejillas y con la cabeza gacha pero mirando de reojo:

—Siento molestarle, ¿puedo montarle?
—Súbase a mi grupa, no tema por la altura.

Dicho y hecho.

—Subido estoy cual volatinero, espero que mi esperma le sea venéreo.
—No siento apenas su pene enhiesto, aunque mi sesera no entiende de esto.

Tras espasmódicas sacudidas el elefante quedó preñado.

Recuperado del fogoso encuentro sentía como el celo aún le abrasaba las entrañas. Buscó con ansía otro ser con el que desfogarse. A lo lejos vio a su amigo el pajarillo y con bravura trepó hasta su nido.

—Buenos días nos dé Dios, reyezuelo Meruelo. Habrá visto lo que hice allá, junto al riachuelo.
—En lontananza vi su pudor desastrado, temo que la virtud corra de mi lado.

Arrimándose sensualmente al pajarillo:

—No tema, pequeña avecilla, pues lo que aquí le traigo no es cosa de risa.

Mismo fin tuvo el encuentro con el reyezuelo.





Pasado el tiempo, elefante y reyezuelo dieron a luz. El elefante parturiento arrojó de sus entrañas una masa informe, mucosa, casi vomitiva. Apenas un minuto duró la respiración del gelatinoso engendro antes de fallecer.

Distinto destino merecía el huevo que había puesto el ave. De elegantes proporciones y bellamente moteado parecía el palacio del que saldría un apuesto príncipe. A los pocos días, tras ser incubado con gran esmero, unas grietas empezaron a surgir en el cascarón. Con vigor y tenacidad terminó por salir de él un pollito rosáceo, ciego, con unas frágiles alitas en los costados, pero tan bello como su coraza. Inmediatamente, el reyezuelo lo acurrucó entre su plumaje y cuando la criatura intento desasirse de su progenitor para, con estridencia, abrir el pico exigiendo que lo alimentasen vio como otro pollo, de mayor tamaño y distinta especie, lo empujaba con su espinazo intentando arrastrarle al borde del nido. El malévolo cuco no tuvo piedad y tras ahogar el nido con su sudor logró emancipar al hijo legítimo. La hermosa avecilla dio con su carne en la tupida hojarasca que evitó la muerte fulminante, no así su destino. La garduña, que había presenciado toda la escena agazapada en un matorral, se acercó y dijo:

—Esta luminosa mañana me ha traído buen bocado, pues me voy a merendar al príncipe destronado.

Y cerrando su boca en torno al cuello del polluelo, hijo del reyezuelo Meruelo, clavó sus dientes de alfiler, acabando con la vida del último heredero.

Iniciado por MICHELANGELO

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