Historia Finlandia, continuación. Solo texto.

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    Finlandia, continuación. Solo texto.

    Continúo con Finlandia en la II Guerra Mundial, del libro de Manuel Leguineche: Los años de la infamia.

    El tratado de paz entre la URSS y Finlandia se firmó en la noche del 12 al 13 de marzo de 1940. La superioridad militar soviética, en una proporción de 50 a 1, dictó unas condiciones que eran aún más leoninas que las anteriores: Finlandia se vio obligada a ceder 41,438 kilómetros cuadrados de su territorio; 500.000 habitantes pasaron, literalmente, a vivir bajo el yugo soviético, porque al conocer la noticia del nuevo tratado llamado cínicamente «de paz», cogieron sus familias, sus enseres y sus rebaños y, en un nuevo gesto de dignidad, cruzaron la nueva frontera trazada por los vencedores y se instalaron en su patria. El Gobierno finés entregó a los soviéticos el Istmo de Carelia, Vüpuri, las orillas occidental y septentrional del lago Ladoga, las islas del Golfo, un ringlero de tierras situadas al nordeste de la región de Salla y parte de la península de Rybachi, además de ceder la península de Hangó durante treinta años. El parlamento finlandés, desolado, aceptó el tratado el 15 de marzo. Los finlandeses enterraron a sus héroes y lloraron de rabia.


    El cuartel general de Hitler levantó acta del comportamiento del Ejército ruso en su accidentada invasión de Finlandia: «El instrumento militar era gigantesco; la organización y el equipo, mediocres; la capacidad de mando, dubitativa; los oficiales, demasiado jóvenes y sin experiencia; los enlaces y transmisiones, malos; el sistema de transporte, pésimo; y las tropas, dudosas». O sea, que la nación rusa no era adversario para un ejército dotado de armas modernas y bien mandado. Parecía una invitación a la marcha hacia el Este, una tentación, la golosina de las estepas rusas. Hitler confundió sus deseos con realidades al identificar las carencias y los errores del Ejército Rojo en su aventura finlandesa. Lo comprobaría en la carne de sus soldados cuando envió a sus legiones contra la Rusia de Stalin en la «operación Barbarroja»: no era lo mismo invadir un pequeño país que hacer frente a un ejército que combatía en su terreno y defendía la sagrada patria. Los rusos supieron portarse como finlandeses.


    Finlandia lo había perdido casi todo salvo la independencia. Le tocaba el turno a Noruega, que Hitler ambicionaba desde hacía tiempo. ¿Podrían los noruegos salvar su independencia como los finlandeses ante la Unión Soviética? La atención del mundo se iba a concentrar en el escenario escandinavo, mal protegido por su neutralidad. El buque-prisión Alttmark, que sobrevivió al desastre del GrafSpeeen el Mar del Plata, trataba de volver subrepticiamente a Alemania con 299 marinos mercantes ingleses a bordo como prisioneros. Semanas después, el Alttmark reapareció en un fiordo en aguas de la neutral Noruega. El capitán del Cossack, Vian, con una fuerza de destructores, cumplió órdenes de Churchill para cerrar la salida al barco alemán: «Aborde el Alttmark, libere a los prisioneros y tome posesión del buque». El Cossack acostó junto al Alttmark y el capitán Vian ordenó zafarrancho de combate: murieron 4 marinos alemanes y otros 5 resultaron heridos; el resto de la tripulación se rindió al escuchar el grito de «The Vavu here!» (la Armada aquí). En el sollado encontraron a los prisioneros británicos. En aquel lugar de la costa en el que fondeó el Alttmark y donde fue abordado por el capitán Vian, los alemanes erigieron un monumento: «Aquí, el 16 de febrero de 1940, el Alttmark fue abordado por los piratas del mar británicos». Churchill lo interpretó de otra manera mientras cenaba con el alcalde de Londres: «En nuestro oscuro y frío invierno —dijo—, esta victoria brillante viene a reconfortar el corazón británico». No era como para echar las campanas al vuelo. La guerra en el mar no había hecho sino empezar. La neutralidad de Noruega no sobreviviría a las violaciones del Cossack ni, sobre todo, a las apetencias alemanas. Para los planes de Francia e Inglaterra, Narvik era el punto de defensa. Si habían intervenido en Petsamo, lo harían en Narvik, el puerto desde el que se cargaba el mineral de hierro sueco con destino a Alemania.


    Hacía tiempo que el almirante de Hitler, Raeder, reclamaba la ocupación de la costa noruega. Le había presentado a su Führer a un ex ministro noruego, llamado Quisling, dispuesto a pedir a los nazis que intervinieran en su patria para crear un régimen nacionalsocialista. Quisling ha pasado a la historia universal de la infamia como sinónimo de traidor a la patria al servicio de una potencia extranjera. Hitler tenía la cabeza puesta en la invasión de Francia, pero aceptó al fin el plan propuesto por Raeder.


    La tarea de conquistar Noruega le fue encomendada a un comandante general del 21 Cuerpo de Ejército con base en Coblenza llamado Falnkerhorst, que se puso a trabajar sobre el mapa y los datos del Baedeker para cumplir con su cometido y obtener nuevos laureles. Mientras tanto, la paz entre Finlandia y la Unión Soviética dejó sin efecto la idea del desembarco aliado en el puerto de Narvik. En Francia, el Partido Comunista trabajaba a favor de Hitler, que había firmado un pacto de no agresión con Stalin. Era una nación inquieta que no vivía ni en la guerra ni en la paz, y que aguardaba acontecimientos asustada por los desastres de la I Guerra Mundial. Francia pagó más que nadie por haber sido el primero y el más duro de los teatros de operaciones. Se abrieron sospechosas brechas en el patriotismo francés y lo mismo ocurrió en Inglaterra, donde la ley del servicio militar tan sólo se aplicaba a los solteros. La confusión fue de tal naturaleza que un prestigioso diario de Londres no se recató en escribir: «Los jóvenes nazis de Alemania son nuestro baluarte contra el comunismo». Se respiraba un aire de derrotismo en los dos países. Los ingleses descubrieron la realidad y volvieron a ella bajo las bombas alemanas; los franceses eligieron por estrecho margen de votos a Paul Reynaud, considerado como el «Churchill francés», lo que da idea de la imagen de división del país.


    El plan de Hitler estaba decidido y en marcha: ocuparía Dinamarca, desembarcaría en Oslo y otras ciudades noruegas. El almirante Raeder, consciente de los peligros que entrañaba una operación de esta envergadura en puntos tan septentrionales, cambió de idea a última hora y así se lo hizo saber a su Führer. Le aconsejaba el desembarco en Noruega después de la conquista de Francia. Hitler ni quiso ni pudo volverse atrás. El 17 de marzo, 2 trenes estacionados en paralelo en la misma vía de la pequeña estación ferroviaria del Brennero llevaban a bordo a Hitler y Mussolini. Era la primera entrevista entre los 2 dictadores desde el comienzo de la guerra. Hitler quería convencer definitivamente al Duce de la oportunidad de la guerra. Sus armas eran impresionantes, su ejército estaba en pie de guerra co

  2. #2
    jinetero Avatar de JACA-MECANIC
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    Guay para la proxima pon la operacion barbarroja

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