Había una día una niña que se pasaba el día haciendo onomatopeyas. Era diferente a los demás, ellos no entendía que a veces cuando hacía esos ruidos pasaban cosas. Y encontrar esas asociaciones, y sentirse fuera de sí, era belleza.
Había un señor que tras trabajar doce horas, iba al bar a gastar el dinero que tanto le había costado, en ese néctar de dioses llamado alcohol.
Había una señora que iba todos los viernes al bingo. Las estrellas fugaces que eran los pensamientos sobre ese día, mantenían el dinero en su cartera a lo largo de la semana. Y llegado ese día, se abandonaba al placer.
Había una pareja que ahorró para irse de viaje. Y volvió a ahorrar para irse a cenar. Y posteriormente otra vez, para salir de fiesta.
Si todos nacemos con una moneda colgando en nuestro cuello, lo lógico es utilizarla. Así nace la economía, bajo el principio, la luz, de la lógica.
En su degradación, su sombra pone precio a todo. Y el placer por la actividad se sustituye por la necesidad de aprovechar la inversión. Y así hay gente que se pasa la vida ahorrando para vivir. Para tener una máquina tragaperras en la que tirar su moneda. Y dentro de ese prisma por el que ver la vida, se ve el mundo desde una sociedad en el que hay que optimizar esa tirada en la tragaperras para llevarse el jackpot.
MORALEJA: LA SOCIEDAD DE LAS TRAGAPERRAS.