Lectura [Relato demigrante] GORDO LAMECULOS

  1. #1
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    Pulgares abajo [Relato demigrante] GORDO LAMECULOS

    Otro para ti, amigo @Cigarro

    GORDO LAMECULOS

    Un fuerte viento de primeros de septiembre se levantó la misma tarde en la que el pequeño Miguel Pampero salía a volar su cometa por la playa. El chico paseaba alegremente su felicidad, corriendo sobre la arena, cuando de pronto advirtió un extraño susurro proveniente de la vieja tubería de uralita que años atrás había servido para verter al mar los desperdicios tóxicos de las empresas estercoleras de Yímbale. Sin detenerse a reflexionar ni por un segundo, la cándida curiosidad de Miguel le llevó a asomar la cabeza por la boca de la tubería. Según cuentan malas lenguas, el chico encontró allí a un anciano vagabundo con gafas de culo de vaso que bebía Jim Bean directamente de la botella, ataviado con un largo abrigo de color marrón, una vieja y roída boina, unos pantalones de pinza grises que se sostenían con una cuerda a su cintura y unos zapatos tan desportillados y mugrientos que ni el mismísimo Charlot habría accedido a deglutir por voluntad propia. En cuanto el andrajoso mendigo posó su mirada sobre Miguel, el chico sintió un escalofrío que le paralizó todo el cuerpo impidiéndole escapar de tan desconcertante situación.

    – ¿Te has perdido, amiguito? –Le preguntó el harapiento vagabundo con una voz desgarrada que retumbó como un cañón a lo largo de la tubería.
    –No señor, yo sólo... bueno, yo… ¡Yo ya me iba! –Miguel se sintió confundido ante la visión de tan desagradable presencia humana. Las piernas no le respondían, no consiguió que lo hicieran.
    – ¡Ja ja ja! –Reía el viejo al verle tan nervioso– ¡No te preocupes chato, que no voy a hacerte nada! Tan sólo soy un viejo majareta y vetusto que no tiene donde caerse muerto.

    MIGUEL: Señor...
    VIEJO: ¿Sí?
    MIGUEL: ¿Qué significa vetusto? –Le preguntó.
    VIEJO: ¡Ja ja ja! ¡Pero bueno! ¡¿Me estás diciendo que no lo sabes?!
    MIGUEL: No señor.
    VIEJO: ¡¿Cómo que ‘no señor’?! –Le rebatió pitufando la voz– ¿Dices ‘no’ porque lo sabes o ‘no’ porque no lo sabes?
    MIGUEL: No, que no sé… que no lo sé señor.
    VIEJO: ¿Pero a ti qué coño te pasa, enano de mierda? ¡Me cago en la puta! ¿Es que a los niños de hoy en día no os hacen ir a la escuela?
    MIGUEL: Sí señor… Sí que voy a la escuela –Le contestó aterrado–, pero es que no sé qué quiere decir eso de vetusto.
    VIEJO: Está bien, no pasa nada. Pues verás chico, vetusto significa... –El vagabundo aprovechó el desconcierto de Miguel para acercarse hasta él, gateando lentamente con la destreza de un felino.
    MIGUEL: ¿Sí?
    VIEJO: Lo que significa vetusto... –Le insistió, hablándole muy despacio para así poder ganar tiempo. La distancia que había entre ambos comenzó a acortarse; el viejo cada vez estaba más y más cerca.
    MIGUEL: ¿Sí? –El vello de sus brazos se erizó en cuanto llegó hasta él su pútrida halitosis. Al anciano le cantaba el pozo cosa mala.
    VIEJO: Lo que significa vetusto... ¡Es que si te enseño mi rabo te asusto! ¡JÁ JA JÁ - JÁ JA JÁ!

    Miguel Pampero se quedó petrificado por el espanto cuando el viejo profirió su risa más maléfica y macabra. El vagabundo borracho se estuvo partiendo el culo espasmódicamente hasta que acabó ahogándose en unas repugnantes toses, con escupitajo flemático final incluido. El viejo recobró el aliento echándose un trago largo de Jim Bean, luego profirió un ¡Aaahgs! de esos que se sueltan justo después de beber y terminó su particular intervención secándose la boca con la manga del chaquetón y pegándose un eructo cavernoso que retumbó a lo largo de la tubería como el rugir de un ancestral monstruo antediluviano. La peste al vapor de orina que impregnaba el ambiente comenzaba a hacerse insoportable.

    MIGUEL: ¿Cómo te llamas? –Fue lo único que se le ocurrió decir.
    VIEJO: Mis amigos de la comisaría me llaman el Jómles Simpson, aunque a mí lo que me gusta es que no me llamen, la verdad…
    MIGUEL: ¿Y por qué te llaman el Jómles Simpson?
    VIEJO: ¡Pues me llaman el Jómles Simpson porque soy calvo, porque doy un asco que te cagas y porque tengo la piel cubierta por las manchas amarillas de la hepatitis! Eh niño, por cierto, ¡hay que ver qué mal educado soy! Llevas ya un buen rato aquí y todavía no te he ofrecido nada para beber ¿Quieres un trago?
    MIGUEL: No.
    JOMLES: ¿De veras? ¿Seguro que no tienes sed?
    MIGUEL: ¿Qué estás bebiendo?
    JÓMLES: Es leche ¿Quieres un poco?
    MIGUEL: Eso no es leche...
    JÓMLES: ¡Cómo que no es leche! ¡Me voy a cagar en toda tu santa madre! ¡¿Me estás llamando mentiroso, niñato impertinente?!
    MIGUEL: No señor, yo sólo digo…
    JÓMLES: ¡Si te digo que es leche es porque es leche, gilipollas! ¡Venga! ¡Acércate un poco más y verás que no te miento! ¡Es leche de la de verdad! ¡Leche de la buena!
    MIGUEL: Es que yo…
    JÓMLES: ¡Vamos hombre, ahora no me vengas de tímido joder! ¡Acércate de una puta vez, cojones!

    Total, que con el viejo truco de Hansel y Grettel Jómles el vagabundo engatusó al chaval, lo cogió en volandas –ya que entonces tan sólo era un niño graso y rechoncho–, lo puso a cuatro patas sobre la mugrienta tubería y, mientras el chico lloraba chillando y marraneando como una puta rata, el sintecho le arrancó los pantalones, le dilató el ojete empapándoselo con bourbon y luego le clavó un pollazo tan brutal y desgarrador contra su virginal culo en pompa que Miguel Pampero se desmayó en el acto.

    Cuando Miguel consiguió recobrar el conocimiento las sirenas de los coches de la policía aullaban ya por todas partes; decenas de luces color celeste iluminaban la playa. Al abrir los ojos, Miguel se encontró frente a frente con un bombero que venía a rescatarle.

    BOMBERO: ¡Chico! ¡¿Estás bien?! –Le preguntó vociferando. Apenas podía oírle, el estallido bullicioso que producían las aspas del helicóptero estaba envolviendo todo el espacio ambiental, saturándolo con su estruendo incesante.

    MIGUEL: ¡Aaaah! ¡Aaaargh!
    BOMBERO: ¡Chico! ¡¿Cómo te llamas?! –Le insistió a viva voz.
    MIGUEL: ¡AAARGH! ¡AA-AAAAARGH!
    BOMBERO: ¡Está bien! ¡TranquiloAaargh’, vamos a sacarte de ahí!

    Dicho y hecho, el bombero se introdujo en la tubería, dispuesto a sacarle de allí. Al encontrárselo con los pantalones bajados por las rodillas se detuvo un segundo para colocarse sendos guantes de látex. Poco después, comenzó a palparle las nalgas. Una vez realizó la pintoresca comprobación el bombero se llevó la mano hasta la nariz para olerla y, volviéndose con una mueca agria hacia el tumulto que aguardaba expectante en la playa, saludó con la mano derecha y articuló:

    – ¡El chico está bien, sólo le han petado el culo!

    Una sonora carcajada se despertó tanto entre los miembros de la policía como entre el cuerpo de bomberos. Todos rieron al unísono: los transeúntes indiscretos, las niñas con vestidos de flores, el vendedor ambulante con sombrero y delantal que paseaba un carrito de los helados, las ancianas chismosas, sus amigos de la escuela, un tío gordo que se reía con toda la boca abierta y los brazos puestos en jarra sobre sus caderas… Hasta Rastacán, el perro de Manolo el Chewaka, se puso a aullar como si estuviese meándose de la risa.

    Avergonzados de por vida, la familia Pampero tuvo que refugiarse en otra ciudad para poder olvidar tan abominable incidente. Desde entonces el chico creció acomplejado y silencioso; nunca más volvería a ser el mismo después de tan siniestro y tétrico suceso.

    FIM
    Última edición por condiloma; 16/02/2019 a las 00:25

  2. #2
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    Otro para ti, amigo @Cigarro

    GORDO LAMECULOS

    Un fuerte viento de primeros de septiembre se levantó la misma tarde en la que el pequeño Miguel Pampero salía a volar su cometa por la playa. El chico paseaba alegremente su felicidad, corriendo sobre la arena, cuando de pronto advirtió un extraño susurro proveniente de la vieja tubería de uralita que años atrás había servido para verter al mar los desperdicios tóxicos de las empresas estercoleras de Yímbale. Sin detenerse a reflexionar ni por un segundo, la cándida curiosidad de Miguel le llevó a asomar la cabeza por la boca de la tubería. Según cuentan malas lenguas, el chico encontró allí a un anciano vagabundo con gafas de culo de vaso que bebía Jim Bean directamente de la botella, ataviado con un largo abrigo de color marrón, una vieja y roída boina, unos pantalones de pinza grises que se sostenían con una cuerda a su cintura y unos zapatos tan desportillados y mugrientos que ni el mismísimo Charlot habría accedido a deglutir por voluntad propia. En cuanto el andrajoso mendigo posó su mirada sobre Miguel, el chico sintió un escalofrío que le paralizó todo el cuerpo impidiéndole escapar de tan desconcertante situación.

    – ¿Te has perdido, amiguito? –Le preguntó el harapiento vagabundo con una voz desgarrada que retumbó como un cañón a lo largo de la tubería.
    –No señor, yo sólo... bueno, yo… ¡Yo ya me iba! –Miguel se sintió confundido ante la visión de tan desagradable presencia humana. Las piernas no le respondían, no consiguió que lo hicieran.
    – ¡Ja ja ja! –Reía el viejo al verle tan nervioso– ¡No te preocupes chato, que no voy a hacerte nada! Tan sólo soy un viejo majareta y vetusto que no tiene donde caerse muerto.

    MIGUEL: Señor...
    VIEJO: ¿Sí?
    MIGUEL: ¿Qué significa vetusto? –Le preguntó.
    VIEJO: ¡Ja ja ja! ¡Pero bueno! ¡¿Me estás diciendo que no lo sabes?!
    MIGUEL: No señor.
    VIEJO: ¡¿Cómo que ‘no señor’?! –Le rebatió pitufando la voz– ¿Dices ‘no’ porque lo sabes o ‘no’ porque no lo sabes?
    MIGUEL: No, que no sé… que no lo sé señor.
    VIEJO: ¿Pero a ti qué coño te pasa, enano de mierda? ¡Me cago en la puta! ¿Es que a los niños de hoy en día no os hacen ir a la escuela?
    MIGUEL: Sí señor… Sí que voy a la escuela –Le contestó aterrado–, pero es que no sé qué quiere decir eso de vetusto.
    VIEJO: Está bien, no pasa nada. Pues verás chico, vetusto significa... –El vagabundo aprovechó el desconcierto de Miguel para acercarse hasta él, gateando lentamente con la destreza de un felino.
    MIGUEL: ¿Sí?
    VIEJO: Lo que significa vetusto... –Le insistió, hablándole muy despacio para así poder ganar tiempo. La distancia que había entre ambos comenzó a acortarse; el viejo cada vez estaba más y más cerca.
    MIGUEL: ¿Sí? –El vello de sus brazos se erizó en cuanto llegó hasta él su pútrida halitosis. Al anciano le cantaba el pozo cosa mala.
    VIEJO: Lo que significa vetusto... ¡Es que si te enseño mi rabo te asusto! ¡JÁ JA JÁ - JÁ JA JÁ!

    Miguel Pampero se quedó petrificado por el espanto cuando el viejo profirió su risa más maléfica y macabra. El vagabundo borracho se estuvo partiendo el culo espasmódicamente hasta que acabó ahogándose en unas repugnantes toses, con escupitajo flemático final incluido. El viejo recobró el aliento echándose un trago largo de Jim Bean, luego profirió un ¡Aaahgs! de esos que se sueltan justo después de beber y terminó su particular intervención secándose la boca con la manga del chaquetón y pegándose un eructo cavernoso que retumbó a lo largo de la tubería como el rugir de un ancestral monstruo antediluviano. La peste al vapor de orina que impregnaba el ambiente comenzaba a hacerse insoportable.

    MIGUEL: ¿Cómo te llamas? –Fue lo único que se le ocurrió decir.
    VIEJO: Mis amigos de la comisaría me llaman el Jómles Simpson, aunque a mí lo que me gusta es que no me llamen, la verdad…
    MIGUEL: ¿Y por qué te llaman el Jómles Simpson?
    VIEJO: ¡Pues me llaman el Jómles Simpson porque soy calvo, porque doy un asco que te cagas y porque tengo la piel cubierta por las manchas amarillas de la hepa-titis! Eh niño, por cierto, ¡hay que ver qué mal educado soy! Llevas ya un buen rato aquí y todavía no te he ofrecido nada para beber ¿Quieres un trago?
    MIGUEL: No.
    JOMLES: ¿De veras? ¿Seguro que no tienes sed?
    MIGUEL: ¿Qué estás bebiendo?
    JÓMLES: Es leche ¿Quieres un poco?
    MIGUEL: Eso no es leche...
    JÓMLES: ¡Cómo que no es leche! ¡Me voy a cagar en toda tu santa madre! ¡¿Me estás llamando mentiroso, niñato impertinente?!
    MIGUEL: No señor, yo sólo digo…
    JÓMLES: ¡Si te digo que es leche es porque es leche, gilipollas! ¡Venga! ¡Acércate un poco más y verás que no te miento! ¡Es leche de la de verdad! ¡Leche de la buena!
    MIGUEL: Es que yo…
    JÓMLES: ¡Vamos hombre, ahora no me vengas de tímido joder! ¡Acércate de una puta vez, cojones!

    Total, que con el viejo truco de Hansel y Grettel Jómles el vagabundo engatusó al chaval, lo cogió en volandas –ya que entonces tan sólo era un niño graso y rechoncho–, lo puso a cuatro patas sobre la mugrienta tubería y, mientras el chico lloraba chillando y marraneando como una puta rata, el sintecho le arrancó los pantalones, le dilató el ojete empapándoselo con bourbon y luego le clavó un pollazo tan brutal y desgarrador contra su virginal culo en pompa que Miguel Pampero se desmayó en el acto.

    Cuando Miguel consiguió recobrar el conocimiento las sirenas de los coches de la policía aullaban ya por todas partes; decenas de luces color celeste iluminaban la playa. Al abrir los ojos, Miguel se encontró frente a frente con un bombero que venía a rescatarle.

    BOMBERO: ¡Chico! ¡¿Estás bien?! –Le preguntó vociferando. Apenas podía oírle, el estallido bullicioso que producían las aspas del helicóptero estaba envolviendo todo el espacio ambiental, saturándolo con su estruendo incesante.

    MIGUEL: ¡Aaaah! ¡Aaaargh!
    BOMBERO: ¡Chico! ¡¿Cómo te llamas?! –Le insistió a viva voz.
    MIGUEL: ¡AAARGH! ¡AA-AAAAARGH!
    BOMBERO: ¡Está bien! ¡TranquiloAaargh’, vamos a sacarte de ahí!

    Dicho y hecho, el bombero se introdujo en la tubería, dispuesto a sacarle de allí. Al encontrárselo con los pantalones bajados por las rodillas se detuvo un segundo para colocarse sendos guantes de látex. Poco después, comenzó a palparle las nalgas. Una vez realizó la pintoresca comprobación el bombero se llevó la mano hasta la nariz para olerla y, volviéndose con una mueca agria hacia el tumulto que aguardaba expectante en la playa, saludó con la mano derecha y articuló:

    – ¡El chico está bien, sólo le han petado el culo!

    Una sonora carcajada se despertó tanto entre los miembros de la policía como entre el cuerpo de bomberos. Todos rieron al unísono: los transeúntes indiscretos, las niñas con vestidos de flores, el vendedor ambulante con sombrero y delantal que paseaba un carrito de los helados, las ancianas chismosas, sus amigos de la escuela, un tío gordo que se reía con toda la boca abierta y los brazos puestos en jarra sobre sus caderas… Hasta Rastacán, el perro de Manolo el Chewaka, se puso a aullar como si estuviese meándose de la risa.

    Avergonzados de por vida, la familia Pampero tuvo que refugiarse en otra ciudad para poder olvidar tan abominable incidente. Desde entonces el chico creció acomplejado y silencioso; nunca más volvería a ser el mismo después de tan siniestro y tétrico suceso.

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    Jodeeer, te quiero tio jajaj. Ahora me lo leo si no se me acaba la batería

  3. #3
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    Jodeeer, te quiero tio jajaj. Ahora me lo leo si no se me acaba la batería
    Ahí lo tienes pa cuando quieras

  4. #4
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    Son oro puro descripciones como "marraneando como una rata"

    El final desde la intervención del bombero te deja roto jaja; qué panda de hijos de perra insensibles jajaj

    Muy entretenida

  5. #5
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    Son oro puro descripciones como "marraneando como una rata"

    El final desde la intervención del bombero te deja roto jaja; qué panda de hijos de perra insensibles jajaj

    Muy entretenida
    Todos los que estoy colgando son los greatest hits, incluidos en mariposónES MANIA

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