Estoy pensando en hacer una serie de relatos, a partir de otro relato que ya escribí anteriormente.
Parte I:https://www.foroparalelo.com/general...uceder-409666/
Tenía que suceder. Parte ii
-El mundo desapareció, se apagó, quedó inundado por una inmensidad, un gran vacío blanco como la nieve y brillante como el sol mismo. ¿Y luego qué sucedió? Nada. Ni yo mismo lo sé- Mi abuelo, o quien a mi me gusta pensar que era mi abuelo, miraba las vigas de madera en el techo de aquella casa que me era tan familiar a mi corazón como huidiza a mi memoria. El hombre alternaba la observación de aquellas vigas que sostenían la casa con miradas fugaces excrutándome y pequeñas caladas al cigarro que fumaba.
Al fondo de la habitación, una mujer ponía café en el hueco de la lumbre, sobre la hornilla.
-Estás hecho un buen músico.-acertó a decir por fin, tras relatarle mi historia.
-No seas duro con el muchacho, Juán-contestó la mujer al fondo.
Se hizo un silencio nuevamente, solo se escuchaban los gritos de los niños jugando en la plaza y el palpitar del reloj de pared.
-No tenías derecho a hacer nada de lo que has hecho, músico. Si no sales de esta, ¿qué te crees que le va a pasar a tu madre? se va a morir, la vas a matar de la pena. Sí, he visto como tratas a tus pobres padres. Si vuelves, que sepas que vas a tener que echarle cojones y corregir muchos errores. Vas a tener que arreglar tus asuntos-yo miraba al suelo, con la cabeza gacha, sin decir nada.
La mujer puso dos tazas de café sobre la mesa y abandonó la habitación.
-Tu tiempo ya no te pertenece, vas a volver porque tienes trabajo que hacer, pero ten presente que no es una segunda oportunidad, es una prórroga.
Alcé la mirada en dirección a mi abuelo, temblando. Miré sus arrugas y sus hombros, ambos esculpidos por la tierra, esa tierra de sufrimiento y miseria que es a la que pertenecen mis antepasados y, de pronto, acordándome de mi mismo, de mi propia miseria, sin poder evitarlo, empecé a sollozar con los dedos sobre las sienes y el cuerpo derrumbado hacia adelante.
-Yo no soy como tú, abuelo, yo no soy un hombre, no tengo palabra ni valor alguno. Solo soy un miserable.-Mi abuelo esperó a que me calmase y sin decir nada, levantándose de la silla, me ofreció un cigarrillo.
-Vayamos fuera músico-tomando el cigarrillo lo seguí, levanté la persiana de la entrada y salimos a la calle.
Bajamos por la callejuela empedrada que llevaba a la plaza de la iglesia. Casas a los dos lados de la calle, una junto a otra, todas blanqueadas y encaladas, y todas, con su respectivo balcón cargado de geráneos y otras flores. Nos sentamos en un banco de obra, tras la acequia que pasaba al borde de la iglesia. Los niños jugaban con una pelota de trapo y algunas mujeres llevaban sus cantaros en la fuente que se encontraba al fondo de la plaza. Algún niño dio una patada demasiado fuerte a la pelota que acabó en mis pies. La cogí. Estaba gastada por el uso. Estaba claro que aquellos niños no tenían mucho con lo que jugar. Una niña del grupo se acercó. Estaba descalza, llevaba un vestido de una sola pieza estampado en flores, como hecho a mano. Llevaba también pelo corto y recogido por un lazo.
-¿Me devuelve la pelota señor?- preguntó con cara angelical y una dulzura tal, que ni el tipo más canalla se hubiera resistido a devolver aquella pelota. Yo sonreí y extendí la mano, pero mi abuelo se adelantó.
-¿Qué haces descalza María? Te vas a manchar el vestido de los domingos. Anda, recoge tus zapatos y ve para casa, ya es tarde y tu madre necesitará que le ayudes a hacer la cena. Si ves a Gabriel, dile que baje a la cuadra y abreve a la mula, tu no vayas, vaya a ser que te haga daño.- La niña sin contestar, subió la misma calle por la que habíamos bajado, corriendo con su zapatos en la mano. Yo tiré la pelota al resto de los niños. Uno de ellos me saludó poniendo la mano en su gorra. El sol empezaba a esconderse tras la montañas al otro lado del valle manchado por los olivos y los últimos rayos anaranjados se reflejaban en el agua que fluía por la acequia.
-Músico, te voy a hablar muy seriamente, cuando vuelvas estaré junto a tí, pero ahora, tú me vas a escuchar y cuando termine, sabrás lo que tienes que hacer. Nunca pude hablar contigo de esta forma. Cuando tu empezaste a ser un hombre, yo ya me había ido, pero ahora, lo vamos a hacer. Sí señor. Vive Dios que sí.- Alguien pasó subido en una mula, con dos niños subidos en el capacho a ambos lados. Saludó a mi abuelo y él lo saludó al mismo tiempo.
-Como sabes, yo empecé a trabajar no a tu misma edad, si no mucho antes de que tú siquiera estuvieras destetado. Yo nací con la azada en la mano y los arreos del arado al hombro. En la escuela, no tuve muchas oportunidades. Don Arsenio decía que nunca había visto a nadie tan inteligente por esto barrancos, yo no sé qué parte de razón tendría. Total, el caso es que, mi padre, tu bisabuelo, volvió a casarse y yo tenía doce hermanos, y mi padre ninguna expectativa de darnos estudio a todos. Yo no estudie por ser de los pequeños.
-Intenté entrar en los civiles pero me rechazaron por la estatura y me volví al campo con menos ilusión de la que había llevado y algunas perras en el bolsillo que me había ganado haciendo el ingreso en lugar de algún que otro ceporro. Cuando tenía más o menos tu edad me llamaron a filas por la guerra pero cuando llegué al frente los rojos se rindieron y todo se acabó. Un compañero decía que fuimos los más valientes, fue llegar y la guerra terminó. En el pueblo, la guerra creó alguna rencilla y más de un canalla se aprovechó de la situación. Por mi parte, no tomé partido alguno. Músico, ten en cuenta esto siempre, la política, es mejor dejarla para los políticos, a la gente pobre lo único que nos queda es tirar para arreglarnos con lo que Dios tenga a bien disponer.
-Volví de nuevo al pueblo, con el único rédito obtenido de la guerra que el agradecimiento de los vencedores y ya sin ahorro alguno. Me puse a trabajar de lo que salía, la caña, la aceituna, la almendra... Araba alguna que otra parcela y trabajaba en las carboneras. Me casé con tu abuela y tu madre nació, ya la has visto. ¿Cómo te parece que una persona humilde como yo, pudiera darles a tu madre y a tus tíos, mis hijos, estudios y una carrera? pues trabajando músico, trabajando de sol a sol. En todo lo que mi cuerpo pudiera aguantar. Llenando estas manos de callos.-dijo esto último enseñando los diez dedos de las manos curtidos por el trabajo.
-Tienes que ser un hombre, tienes que resolver tus asuntos o si no tendré que volver a por ti y esta vez no habrá misericordia alguna que te salve.- Hablamos hasta que la plaza estaba ya vacía, había caído la noche y solo se escuchaba a mi abuelo y el sonido del agua fluyendo por la acequia.
-Venga volvamos, ya es de noche. Tu abuela debe estar esperándonos. Volvimos a la casa mi abuelo y yo, en silencio pero diciéndonos mucho. Cuando llegamos todos estaban sobre la mesa, esperándonos.-El muchacho se queda a la cena-dijo mi abuelo dejando su boina en el perchero de la entrada. Nos sentamos a la mesa. Allí estaban mis tíos, mi madre y mis abuelos. Era la primera vez que cenábamos todos juntos. Aunque solo yo y mis abuelos lo sabíamos.
-Demos gracias al señor...- empezó a decir mi abuelo cuando algo o alguien golpeó repetida y violentamente la puerta de la entrada. Una luz blanquecina se filtraba por las ventanas. El suelo temblaba. Mi abuelo se levantó de golpe y poniéndome la mano en el hombro interrumpió su propia plegaria.-Es hora de que te vayas, recuerda que yo siempre estaré contigo hijo mío. Pide a nuestro señor, como lo hice yo en su día, que te ayude a llevar la cruz de tus pecados.-Me dijo esto con los ojos vidriosos, apretándome el hombro como yo le apretaba el codo. Me puse en pie y nos abrazamos.-Adiós abuelo-conseguí decir, ya llorando. Y en ese momento, justo en ese momento, el mundo desapareció, se apagó, quedó inundado por una inmensidad, una gran vacío blanco.




