El retorno a la barbarie.

Según Gabriel Le Senne, el flamante presidente del Parlamento balear, la violencia de género es una mentira, “un constructo 'woke' que os tragáis vergonzosamente”. Su frase más surrealista, de las muchas tonterías que acumula, asegura que las mujeres somos violentas porque no tenemos penes. Según Marta Fernández, la flamante presidenta de las Cortes de Aragón, el papa Francisco es un ser demoniaco, “luciferino”, que ha tomado posesión del trono de san Pedro, y dice que los violadores podrán fluir como transgéneros e ir a la prisión de mujeres, donde a saber qué harán. Su frase más famosa es de nota: “Te equivocas, feminista. Sois las nietas de los cristianos que echaron a los moros de la Península para que pudierais pasear en tetas por la calle". Según Llanos Massó, flamante presidenta de las Corts Valencianes, hay que prohibir el aborto y la educación sexual en las escuelas, en línea con su utracatolicismo y su militancia en los ultras de Hazte Oír. Su frase más famosa: "Dejen a los niños en paz", proferida en el Parlamento contra la campaña de educación sexual en las escuelas del Govern.

Los tres niegan el cambio climático, y la violencia de género, militan en el ultracatolicismo preconciliar, son furibundos transfóbicos, admiran a Franco y, por encima de todo, están obsesionados en hacer desaparecer todo rastro de catalán en las instituciones de su dominio lingüístico. Es decir, cumplen todos los requisitos del fascismo español ultracatólico, antimoderno, reaccionario, imperialista e intolerante. O, dicho de otra forma, militan en un falangismo 2.0 tan ultramontano como la versión primigenia, una versión renovada de la muerte a la inteligencia de Millán Astray. En este sentido, ver a todas las instituciones parlamentarias de la vieja Corona de Aragón en manos de estos fanáticos cavernarios es ciertamente una derrota profunda de la inteligencia. Creo que era Voltaire quien decía que la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona, y aquí estamos, en el retorno perfeccionado de los bárbaros.

Obviamente, hay muchas causas que podrían explicar el crecimiento de este neofascismo, que está viviendo su momento más dulce desde la muerte del dictador. Y una de ellas es de manual: la Transición selló el pacto de impunidad de la dictadura y, en consecuencia, blanqueó sus crímenes y su ideología. Y en cuanto a la cuestión del idioma catalán y a la pluralidad del Estado, la culpa está compartida a derecha y a izquierda. Pero, más allá de aquel pecado original, la responsabilidad del crecimiento de este nacionalismo ultra contemporáneo es, sobre todo, del Partido Popular, que es quien ha alimentado el nacionalismo excluyente, ha pervertido a menudo las reglas democráticas y ha blanqueado permanentemente el franquismo. Si el PP hubiera conseguido generar un discurso civilizado al estilo de los conservadores europeos, un 'tory' a la española, es posible que la extrema derecha hubiera crecido igualmente, pero es inimaginable que hubiera sido acogida con los brazos abiertos. Es el PP el que normaliza el neofascismo de Vox, el que le da las llaves de las instituciones y el que lo sitúa en el relato central de la política. Es decir, lo naturaliza, le suaviza las aristas más estridentes y lo coloca en el paquete de los 'buenos patriotas', obviando que no hay enemigo más terrible para un país que un fascista. En su carrera loca a la Moncloa, se ha besado en la boca con la serpiente.
¿Le saldrá bien? A tenor de las encuestas, parece que llega la hora del PP. Pero también es cierto que estos pactos ultramontanos están causando un gran impacto ciudadano que retroalimenta el miedo. Y el miedo es favorable a Pedro Sánchez, porque frena la dispersión y concentra el voto en el partido que la puede combatir, es decir, en el PSOE. Este debe de haber sido uno de los motivos del adelanto en julio: forzar al PP a hacer los pactos Frankenstein que necesitaba, justo cerca de las elecciones, para dejar en evidencia la naturaleza de la bestia. Jugada arriesgada pero seguramente inevitable, porque si hubiera esperado unos meses, el efecto pánico ante esta oleada fascista habría quedado diluido.

Veremos. De momento, tenemos al neofascismo en el poder, peinado, bendecido y bien vestido por los salvadores de la patria.

Me quedé en "flamante [...] balear". Con los volcanes no se juega, y con el PIB -basado en cincuentones arrabaleros adictos a la 3,4-metilendioximetanfetamina-, menos.

Saludos.