Palabras de un soñador

En la noche obscura de la humanidad, solo los elegidos saldrán a luchar. No son espadachines, príncipes, héroes de leyenda o mercenarios dispuestos a sacrificar sus vidas por el corazón de una noble dama. Esos ya se marchitaron con las arenas del tiempo. No, mis personajes son intelectuales, filósofos, esa gente marginada por la presión social y por los grupos más poderosos del planeta. Son sabias, inteligentes, valientes únicamente en el aspecto de decir lo que verdaderamente ocurre en estos días y en actuar en consecuencia de esos impíos actos. No se callan ante las injusticias, pasadas inadvertidas por las personas ajenas a la verdadera vida. *
¡La revolución llega! ¡Alzad vuestras armas y luchad por vuestra patria! ¡Luchad por la ideología salvadora! Otro rotundo ``no´´ aparece ante estas exclamaciones. La violencia, condenada por la lógica, ya no tiene valor alguno a la hora de provocar un cambio socio-cultural en las clases medias-altas de la sociedad. Además, no podéis hacer nada. El sistema perfecto -ya no me refiero al capitalismo o al comunismo, muertos en la batalla de la supervivencia-, se alza para controlar a los demás. Un sistema infranqueable, bajo las señas de la oferta y la demanda, descontrolada de sus propios amos, da pasos de gigante junto a una mutación de globalización. Todo el mundo está preocupado por el reciente crecimiento de la dinástica China o el desarrollo de los países emergentes. ¡Temblad, Europa! ¡Temblad! Pues de aquellos al que una vez conquistasteis, conquistadores se volverán. Y lo gracioso será que lo harán con las mismas normas, leyes o dictados impuestos por sus creadores europeos. Nada ni nadie la puede o la podrá detener.

En una península, en mitad de un océano de agua y tierra, se encuentra la noble España, caída desde tiempos de Carlos IV por sus malas gestiones y sus nefastos políticos. Y la lista va en aumento, no creáis el error solucionado. Dos partidos, bajo la antigua amenaza de la época de la Restauración, vienen a dictar sus ridículas creencias y mancillar el buen nombre de la política. Los partidos caen bajo su propio peso de promesas incumplidas, deberes no realizados y corrupción a diario.* Mientras el pueblo lucha entre si por sus ideas. Los comunistas contra los franquistas, los anarquistas contra los capitalistas, los monárquicos contra los republicanos, los nacionalistas contra los patrióticos, los de izquierdas contra los de derecha ¡Qué mareo y cuán horrible costumbre de pelearse los unos contra los otros! Los otros partidos, o bisagras grácilmente llamadas, les lamen sus suelas para obtener un hueco, aunque sea pordiosero, en el Parlamento, nido de insectos y otros tiburones sueltos.
Mi pregunta siempre fue fácil de contestar, pero prefirieron tacharme de utópico y soñador, títulos que he aceptado con mucha facilidad. ¿No sería más fácil hacerlo todo por la vía de la razón y gobernar con sentido común para que todos, de la ideología que sea, estén conformes y en mutuo acuerdo con el nuevo sistema? ¿Acaso es una ridiculez tal petición a sabiendas de que nos destacamos como la raza más inteligente del orbe? Y no me vengáis con el patriotismo o nacionalismo, por la gloria de la nación española, argumentos carentes de toda dialéctica por el hecho de mantener las costumbres y las tradiciones intactas a cambio de sacrificar el progreso y la educación. Cierto que caben en esa España Utópica quehaceres de índole tradicionalista, siempre y cuando sus acciones estén justificadas para el bienestar de todas las personas y manteniendo un cordial saludo a la vida de los demás seres. Pero preferimos la realización de las cosas por manos ajenas, hazaña no muy notable destacada en vagos e interesados. Y no va de rosas el asunto, pues el odio generado por la muchedumbre ante la falta de honradez por la casta política ha generado el fin filosófico de esta misma, algo preocupante para la supuesta nueva edad de la historia. Aún así, seguimos viviendo bajo la dulce ilusión del postmodernismo, tirana consumidora de vida bajo el papel del capitalismo moderado. Solo daremos el paso cuando esta corriente malcriada, junto a la mala política, desaparezcan de la faz de la tierra, que mucha falta hace.
El Estado laico de España es todo menos laico, una grave tragedia ya que contradice la libertad de creencia y con ello, si no fuera menos, los derechos humanos, constitución fundamental de los países unidos. No reprenderé contra la Santa Madre Iglesia, pero tampoco admitiré un predominio de la religión en una nación. ¡Si por lo menos alguien siguiera de verdad el mensaje de Jesús, todo esto cambiara! El pobre Mesías llora en los regazos de Buda junto a un depresivo Mahoma y un adormilado Confucio ante la desolada malinterpretración de las instituciones religiosas actuales (tampoco fue muy acertado sus precedentes en antaño, Historia esté de testigo). Eso sí, que los ateos, todos ellos, vayan y se pudran al infierno; para eso son solo una moda pasajera. Y los homosexuales, los herejes, los de otra religión (moros sobre todo, esos directamente a la hoguera) y cristianos verdaderos que disciernen de las autoridades por montar sus propios cacaos mentales. Siempre fue más de fiar la fe que la razón, no quepa duda.
Y la economía, esa a la que tenemos que prestar atención, como si se tratara de un niño desquiciado. Las leyes económicas no se pueden romper. A pesar de que allá un accidente, millones de personas lo pasen mal o se este al borde de la guerra. ``¡No se toca!´´ un grito de los empresarios, fieles a su bendita creación. Dejemos que la Bolsa se las arregle por si misma. Y los comunistas extremistas, también desprendiendo cierto olor ranció contra lo nuevo y lo justo, dedicándose a exclamar los nombres de los muertos, ya sean buenos o malos, por intentar revivir un sistema sumido en sombras. Si Marx levantara cabeza... bueno, y otros tantos creativos de diferentes ideologías.
¡Y cómo quieren que sea creativo! En la escuela, me enseñan muy bien a memorizar y redactar ideas de otras personas pero no a pensar por mi mismo. Y encima no hay trabajo tras ruda tarea, ya que la generación del siglo pasado tiene el puesto de trabajo asegurado.
Llego al tramo final. ¿Qué decir aparte de pésimas palabras? Solo puedo esperar, con los brazos abiertos, a que mi enemigo político, sea quien sea, se acerque, me de un abrazo y dialoguemos con una buena taza de café, té o chocolate caliente sobre el cómo mejorar el mundo. ¡Y sin dinero de por medio, please! ¿O quizás la esperanza de levantarme un buen día y ver, sin alteraciones ni trucos, una noticia positiva y verdadera que no trate sobre fútbol o lo que ha hecho esa famosa a la que no tengo el placer de conocer, sea, acaso, más gustosa? Quien sabe, solo soy un soñador en un mundo cruel.
No hay mucho a lo que hacer caso de este discurso, carente, según los expertos, de experiencia y sentido. Y el ultimo espectáculo se mostrará cuando nos planteemos la pregunta madre de todas: ``¿Por dónde cae la Utopía?´´. Y ya con la duda impuesta sobre nuestra conciencia, nos daremos cuenta de la respuesta siguiente: ``La Utopía es imposible, pues la gente cree que es imposible´´.


De la obra de teatro ``Yo tuve un sueño´´