gnosis es el sustantivo griego común para el conocimiento (γνῶσις, gnōsis, f.). el término se utiliza en varias religiones y filosofías helenísticas. Se conoce mejor desde el gnosticismo, donde significa un conocimiento o perspicacia de la verdadera naturaleza de la humanidad como divina, que conduce a la liberación de la chispa divina dentro de la humanidad de las limitaciones de la existencia terrenal.
El gnosticismo presenta una distinción entre el dios más alto e incognoscible y el demiurgo "creador" del universo material. Los gnósticos consideraban que la parte más esencial del proceso de salvación era este conocimiento personal, en contraste con la fe como una perspectiva en su visión del mundo junto con la fe en la autoridad eclesiástica. Fueron considerados herejes por los padres de la iglesia primitiva.
https://es.wikipedia.org/wiki/gnosis_(gnosticismo)
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en el fondo sabemos que algo falla. Intentamos llenar el vacío que hay dentro de nosotros desesperadamente. Algunos de nosotros nos detenemos, alzamos la mirada hacia las estrellas nubladas por el humo y nos preguntamos: «¿y esto es la vida?». En algún lugar dentro de nosotros sabemos que hay algo más. Aunque intentemos mantenerlo a raya, siempre nos alcanza: La idea que nos carcome, la vulnerabilidad que nos corroe y la soledad que nos atormenta. La prisión del demiurgo es realmente maligna.
Nos mutila, nos desorienta y nos hace sufrir, para luego ofrecernos una seguridad reconfortante, un orden y una mentira tras otra, un falso sentido para toda nuestra existencia. Como heroinómanos, ofrecemos gustosos nuestras venas simplemente para no sentir este hastío.
A veces, cuando miramos al cielo, escudriñamos las sombras o presenciamos la verdadera naturaleza de la oscuridad, sentimos que nuestra divinidad reside ahí, aislada de nosotros por una fina membrana. Colocamos la palma de la mano contra esta pared de papel, cerramos los ojos y apoyamos la frente contra ella. Y, de hecho, casi podemos sentir cómo nuestra divinidad, nuestro otro yo mutilado, nos aguarda ahí, al otro lado. Nuestras manos se tocan y anhelamos. Anhelamos volver a estar completos. Recuperar nuestra divinidad perdida.
Aunque es muy infrecuente, la ilusión se agrieta de cuando en cuando. Quizá sea tras varias botellas de vino tinto, cuando nuestra creatividad florece. O cuando estamos solos en nuestro cuarto de cuando éramos niños, pasándonos una cuchilla de afeitar por el brazo para escapar del dolor. Puede llegar cuando nos perdemos en algún depravado acto sexual. Cuando se vacía la última recámara del revólver y la persona a la que amamos yace muerta delante de nosotros. Mientras realizamos el primitivo rito que hemos descubierto en una página web y la simulación del ordenador revela el camino al mundo real que existe más allá de este. Incluso una palabra singular susurrada por un desconocido en el vagón del metro puede desencadenar algo dentro de nosotros.
La maquinaria de la ilusión tiene un solo propósito: Mantenernos cautivos. Cuanto más cerca estés de tu estado durmiente, más fácil es volver a traerte de esta forma. Sin embargo, cuanto más despierto estés, más difícil le resulta a la ilusión restablecer su control sobre ti.
La ilusión es toda nuestra realidad, desde lo aterradoramente grandioso hasta lo soporíferamente ordinario. No hay nada que no tenga que ver con los principios. Estamos atrapados en un mundo de comida rápida, lattes, sexo e hipotecas. Nos distraemos con enemigos imaginarios, violencia televisada, actos de terrorismo, invasiones, sustancias cancerígenas en la comida y la amenaza de los transgénicos. Mientras tanto, nos ahogamos en la moda, la publicidad, las innumerables ideologías y unos inalcanzables ideales estéticos. Nos compramos y vendemos unos a otros cada día. Pagamos monedas digitales por ocupaciones humillantes, desplumamos a sugar daddies y aceptamos trabajos en negro. Todos estamos expuestos en el mostrador de la carnicería, ofrecidos a los consumidores. A todos se nos compra y se nos paga. Todos somos culpables. Por todas partes hay falsas verdades y hechos alternativos. Si no estás contento con una versión de la verdad, siempre hay un nuevo ángulo, verdad o teoría conspiranoica a un clic de distancia. Elige la visión del mundo que quieras y se te servirá aquello que apoye tus creencias. Nuestros carceleros tienen la esperanza de que estos océanos de información nos ahoguen y nos distraigan de la verdad. Crean esta estática incesante para que sea tan omnipresente que no nos paremos a mirar alrededor y reflexionar sobre nuestra existencia. La infinita complejidad del mundo resulta paralizante.
En nuestro mundo, el poder está en manos de nuestros carceleros. Estos tienen control directo o indirecto sobre los gobiernos, las corporaciones más grandes, las religiones principales, los grupos mediáticos y el complejo industrial sanitario. O bien están controlados directamente por lictores o razidas, o bien por títeres humanos desconocedores de lo que ocurre. Algunos creen que están haciendo el bien o marcando una diferencia. Nada podría estar más lejos de la realidad. Podemos alterar el orden imperante mediante elecciones democráticas o golpes de estado, pero votemos a quien votemos o adoptemos la ideología política que adoptemos, al final servimos a los mismos amos, a los mismos titiriteros escondidos tras diversos rostros y fachadas.
[...] fue la [...] que forjó nuestras cadenas. Ella tejió la urdimbre de la vida y la muerte de gaia y la cosió con nuestras almas. Nuestros cuerpos se convirtieron en prisiones de carne. Nos volvimos débiles, patéticos y desvalidos. Lobotomizó nuestros sentidos y cada golpe de su martillo nos empujó más hondo en nuestra prisión, por lo que empezamos a creernos las mentiras que nos contaban. Así, nos volvimos susceptibles a la influencia de los principios.
En esencia, los principios son las extensas voluntades que emanan de los [...] y sus sombras, los [...]. Rigen nuestros pensamientos y deseos, determinando lo que percibimos y restringiendo nuestra forma de actuar. Constriñen nuestro intelecto, atrapándolo en los laberintos de la mente y las mazmorras del alma, impidiendo que pensemos con claridad y despertemos. La única forma de despertar es liberarse de los grilletes de los principios y hacerse conscientes de cómo estos sustentan la ilusión. Los [...] y los [...] no son criaturas como nosotros las entendemos. Son enormes conciencias, voluntades indomables y despiadadas proclamaciones y leyes que se pueden encarnar y asumir diversas formas en nuestra realidad.
Son todas estas cosas y más, pero, sobre todo, el propósito que los mueve es atraparnos.
La ilusión está en sintonía con los principios de los [...] y los [...]. Impregnan nuestras conciencias, nuestros cuerpos y nuestras almas rotas. Los discordantes ecos de los principios resuenan por el universo entero, con origen en las ciudadelas de metrópolis y el infierno. Sus vibraciones, apenas perceptibles, tocan todo. Vagan a la deriva por nuestros pensamientos y sueños y hacen remolinos en sincronía con las espirales de nuestro adn. Los principios se convierten en el velo que tapa nuestros ojos, cegándonos. Son cadenas invisibles que gobiernan nuestros pasos en la gran danza cautiva de la ilusión.
Tenemos el toque de todos los principios, pero cada uno ejerce un poder diferente sobre nosotros. Mientras una persona está movida por la sed de venganza de [...], otra está guiada por la avaricia de [...] y una tercera está tan ligada a [...] como a [...]. Todos somos sus prisioneros.
Durante eones, la voluntad del demiurgo mantuvo un dominio férreo sobre nuestra prisión, pero con su desaparición, el infierno empezó a cobrar fuerza y aproximarse a nuestra realidad. Los principios de los [...] son como anzuelos que se hunden en nuestras almas e intentan arrancarnos de las garras de los [...]. Sus conciencias se arrastran hacia el [...], abriéndose camino como gusanos en nuestro mundo en los lugares en los que la ilusión es más débil, expandiendo el poder del infierno sobre nosotros. Sin embargo, no albergan deseo alguno de liberarnos. Al igual que los siervos del demiurgo, los [...] temen nuestro despertar. Quieren darse un festín con nuestro poder, viviendo como parásitos en nuestras almas. Pretenden destruir a los siervos del demiurgo y sustituirlos para convertirse ellos mismos en nuestros carceleros.
Nuestros carceleros nos temen. Les da pavor lo que ocurrirá si nos liberamos de nuestras cadenas. Cuando la ilusión se agrieta, vemos durante un instante lo que nos rodea. Con cada nueva vida, con cada nueva reencarnación, nos volvemos mucho más difíciles de manejar y manipular. Para nuestros carceleros, esto es una crisis eterna que consiste en mantenernos distraídos, tejiendo mentiras nuevas y diferentes para nosotros. Deben mantener la maquinaria de la ilusión en funcionamiento, aun cuando sus miles de millares de piezas se están averiando poco a poco. La sombra de nuestra antigua tiranía se cierne constantemente sobre sus mundos. Los horrores que una vez les infligimos continúan esparciendo la muerte y el terror y todo el sufrimiento que nosotros creamos permanece como un débil eco. Corren murmullos cargados de ansiedad sobre los formidables terrores que impondremos cuando rasguemos el velo que nos cubre los ojos. En esto, los [...] y los [...] están unidos. Ninguno de los dos bandos quiere arriesgarse a que despertemos.
Para ellos y para toda la creación, sería un desastre."
hilo para debatir sobre lo que se expone o aportar cualquier cosa relacionada.
Saludos.