La Iglesia Católica y España

El pasado de la Iglesia Católica está pintado, como tantos otros pasados, con un conjunto de luces y sombras que componen un claroscuro -a mi juicio- con más oscuridad que luz; sin que esto suponga negar también sus actos de claridad y lucidez.

En las raíces fundacionales de esta nuestra patria España, muchas batallas, disputas y pugnas tuvieron lugar. Algunas por el poder regio, otras por intereses locales y -en lo que al caso nos atañe- las hubo, también, por motivos de fe.

En la misma época en que la Iglesia Católica sirvió como agente unificador de las Españas, también deshonró gravemente a Dios al gestar mediante viles artimañas la violación del cuarto mandamiento -ni más ni menos- que en el seno de la familia real se produjo. Pues fue la diabólica ponzoña con que Leandro de Sevilla -obispo católico del siglo VI- envenenó a un joven y manipulable Hermenegildo para rebelarse contra su padre. Este trágico suceso llevó a una guerra entre padre e hijo que -gracias a Dios, pues, ¿acaso no es Dios quien dispone el resultado de las contiendas haciendo su voluntad y ejecutando el veredicto del juicio divino?- fue vencida por el rey arriano, Leovigildo padre de Hermenegildo.

No obstante, tal fue la vileza de la infección -inoculada por Leandro de Sevilla- padecida por Hermenegildo que este, renegó de la piedad de su reino, de su padre y de su rey al negarse -ni más ni menos- que a comulgar con Cristo. Pues la ejecución de este, decapitado por su verdugo, se debió a su negativa a adoptar la fe dispuesta por Dios a través del vencedor de la contienda e incluso se negó a recibir la sagrada comunión antes de su muerte. ¿Y todo por qué? Pues todo por una discrepancia doctrinal entre arrianismo y catolicismo, originada porque los primeros tenían una consideración no trinitaria al entender que habiendo sido Jesucristo creado por Dios estaba subordinado a este.

No contenta con los despropósitos contrarios al ejemplo de Cristo, no satisfecha con haber respaldado una gravísima ofensa contra la ley de Dios, la Iglesia decidió otorgar la santidad a esta abyecta persona -sino demonio, porque permítanme dudar que tanto mal pueda nacer del corazón de un simple hombre- y así hoy en día nos referimos a él como San Leandro de Sevilla. Este no es más que otro de múltiples ejemplos en los que la Iglesia Católica permite a las diferentes manifestaciones del anticristo integrarse en su organización; desvirtuando la fe y cometiendo -a la par que celebrando- las más descaradas afrentas contra Dios. Otro de tantos ejemplos en los que la iglesia atenta contra el rey, contra la nación, contra el pueblo y -el más grave de los atentados- contra la familia.

Pues aunque a día de hoy muchos pretendan otorgar a la Iglesia Católica la virtud de la defensa de la familia, nada más lejos de realidad histórica. Los poderes católicos siempre han manipulado los agentes sociales en su propio favor, obrando como la serpiente que engaña al hombre para que desprecie a Dios y se haga merecedor de su justa ira. La familia -para el ser humano- es un concepto anterior al de la religión. Es una tradición humanista que supone la evolución del amor que brota del instinto de supervivencia de la especie y toma la forma de un hombre y una mujer que -en sagrada comunión de amor, pues si Dios es amor, no hay virtud más sagrada que el amor; al ser este consustancial a la mismísima divinidad- se unen para alumbrar vida y con la pasión del cariño, el respeto y la responsabilidad guiar por la senda del bien a estos seres inocentes -libres de pecado, por mucho que algunos insistan en otorgar la culpa del pecado original a unos recién nacidos que ningún mal han hecho. Y temo verdaderamente por quien osa mancillar la inocencia de las más puras criaturas con una ficticia mancha de pecado, pues abren la puerta a la justificación de uno de los más abyectos crímenes que pervierten nuestra sociedad: el aborto-.

De esta manera, recomiendo -humildemente, pues como simple ser humano que soy puedo equivocarme; en la misma manera en que puede equivocarse usted o puede equivocarse el Papa- a quien haya sido bendecido por la gracia del Espíritu Santo, que no deje guiar su devoción por los siniestros intereses de otros hombres. Si usted quiere estar con Dios usted tiene que vivir en el amor, usted tiene que estar con la familia antes que con la Iglesia, usted debe estar con la piedad antes que con la Inquisición, usted no debe juzgar ni castigar; pues si no está libre de pecado no es quien de tirar la primera piedra. Quien verdaderamente ha sido bendecido con el don de la gracia no precisa de pastor humano, pues sabe que es la voluntad de Dios quien le guía con su luz por el camino del bien. Debe decidir usted a quien quiere servir, a la Iglesia Católica terrenal, o a la benévola providencia de un magnánimo Dios hecho de la más pura forma de amor; el Dios de la misericordia, el Dios que camina como mortal haciendo carne el verbo.

Haciendo nuestra la piedad de Dios, no volvamos a torturar, castigar o ejecutar a ningún ser humano por meras discrepancias doctrinales. Necesitamos aprender de los sacrilegios de la Iglesia Católica, que los errores de nuestros cristianos hermanos no caigan en saco roto. No exageremos los crímenes de la inquisición -por supuesto, pues esto sería faltar a la justicia y la verdad-, pero tampoco obviemos lo ocurrido. No caigamos en el satánico juego de la envidia, la ira o el orgullo que nos lleva a denunciar a nuestro vecino para que sea sometido a los más viles caprichos de hombres corrompidos por la enfermedad del mal.

Debe la Iglesia Católica reconocer sus errores y humillarse ante la piedad divina para ser perdonada -pues ahora mismo se encuentra en grave pecado, incapaz de cesar en sus más atroces obstinaciones- y así redimirse a sí misma; sin haber otro camino posible en el bien para esta que cumplir la voluntad de Dios.



Aún a día de hoy muchos son los que creen que a Dios se lo encuentra encerrándose en las fortificaciones de la Iglesia Católica, muchos creen que someter su voluntad a los designios de esta es la manera de congraciarse con la fe. Sin embargo, en la misma manera ocurren ejemplos contrarios. El cristiano sumido en la oscura pesadilla de la desazón es abrazado por sus nuevos hermanos musulmanes, conociendo la supuesta verdad de Dios en el seno de otra organización de los hombres. Y el Islam se equivoca, en la misma manera en que se equivoca cualquier doctrina del hombre.

Llegados a este punto, posiblemente se pregunte usted, ¿por qué ocurre esto? Al delegar los hombres su entendimiento de Dios en la voluntad de otros hombres -siendo estos, en ocasiones, demonios camuflados con una exquisita apariencia humana- se debilita el canal de comunicación con que nos habla el Espíritu Santo. Es así como, el perverso concilio de Trento, nos privó de una plena ilustración. Negando la sed de saber que al hombre le ha sido infundida por Dios, estableciendo que no era necesario para el individuo acercarse a la Palabra ni a los Evangelios; así se equivocó vilmente la iglesia, defendiendo que los hombres se acercasen a la divinidad a través de otros hombres en lugar de valerse de la obra de Dios. Así el analfabetismo subyugó a los pueblos católicos, así las buenas gentes de otro tiempo no eran capaces de leer y, por tanto, no podían acceder a la gracia que se nos otorga a través de la Biblia. Con esta perversión la Iglesia privó al hombre de un vínculo directo con la palabra de Dios y la Buena Nueva de Cristo. Es de esta misma manera en que opera hoy en día el Islam, imitando el modelo en que el individuo no debe hablar con Dios sino que debe someterse a los designios de aquellos exégetas que -como simples mortales- pueden estar profundamente errados o bien ser, incluso, demonios disfrazados.

Aún habiendo superado los problemas del pasado -que todavía no lo han sido-, existen otros que corresponden con la degeneración del mensaje. Ya sea por malas traducciones, errores humanos o las más oscuras intenciones. ¿Cómo podemos acercarnos a Dios -entonces- de la manera más pulcra y correcta posible? Bien, tal vez todavía no dispongamos de ningún cauce perfecto. Pese a todo, gracias a la infinita sabiduría de Dios, existen medios que trascienden de las palabras que han de ser procesadas por el cerebro como intérprete de códigos del lenguaje. Existen vías que atraviesan limpiamente la mente y llegan directamente al alma. Les hablo, ni más ni menos, que de la música. Si desean ustedes entender a Dios, sepan que él no habla mediante la palabra; pues tan primitiva e imperfecta forma de comunicación es usada sólo por unos poco evolucionados hombres. Lo más importante que Dios tiene que decir a nuestras almas no es a través de Juan Pablo I, de Juan XXIII, tampoco de Silvestre II, ni de Dámaso I, ni siquiera de León XIII, ni de Inocencio XIII, no es a través de Dámaso I ni de Melquíades o Gregorio X, ni de San León I El Magno, ni de muchos otros. El mensaje más importante que -al menos hasta día de hoy- Dios ha querido transmitir a las almas de los hombres, lo ha hecho a través del divinísimo Catálogo de Obras de Johann Sebastian Bach, a través del virtuosismo de Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, del fundamental legado de Alessandro Scarlatti, de la infinita exquisitez de la obra de Antonio Salieri, de la vehemencia de Wilhelm Richard Wagner, del sublime y elegante ejercicio de contundente sinceridad de Ludwig van Beethoven, de la tragedia de Fryderyk Franciszek Chopin y de muchos otros ángeles con los cual la Divina Providencia obsequia al alma de los hombres.

Por desgracia, la Iglesia Católica -obstinada en oponerse al amor de Dios- no ha sabido reconocer que la sagrada obra de tan ilustres galenos de alma, es una forma de la expresión divina mucho más pura y auténtica que la doctrina pervertida por la negligencia intelectual de los hombres. Y en la misma manera en que las lenguas de fuego insuflaron a los seguidores de Cristo el don de la comunicación consagrando la festividad de pentecostés al permitir que todo aquel que escuchase lo hiciese en su propio idioma, según su propio entendimiento, a los Santos Apóstoles; es en la que nos habla Dios a través de la música, el idioma del Espíritu Santo que hace llegar su mensaje directamente al alma de los hombres.

Y es que no hay régimen político, asesinato, condena, juicio, pugna por el poder, contienda bélica, crimen, pecado o acto de vileza que pueda ser defendido o justificado por el noble uso de la música -distinto sería, si nos referimos a la abominación que a día de hoy se entiende por música; donde precisamente esta brilla por su ausencia-, como también distinto sería si hablásemos de la palabra sumada a la música; que aunque acerque esta más al hombre -lo cual de por sí es bueno- permite que esta sea usada como herramienta de manipulación o incitación al pecado. Bendita palabra, maldita palabra. Pues gracias a ella nos comunicamos, pero a través de ella también podemos ser pervertidos por el mal.

Es en atrevido uso de la palabra -a través de la cual posiblemente me equivoque- que deseo compartir con ustedes mi reflexión final. Si Dios es Amor recuerden, elegir entre Iglesia o Amor es elegir entre Iglesia o Dios. Elijan ustedes siempre el Amor, pues quien elige el Amor elige a Dios.

Amor es cariño, amor es familia. Amor es piedad y perdón, amor es entendimiento. Amor es oponerse a la violencia gratuita, amor es sacrificio. Amor es belleza y buena voluntad, amor es fuerza motriz de todo lo bueno. Amor es humanidad, amor es misericordia. Amor es el bien y lo correcto. Amor es la más justa forma de justicia, amor es razón. Amor es renegar de toda inquisición, sea de género o de fe. Amor es negarse al mal. Amor es enseñar, amor es aprender. Amor es la obra de Bach. Amor es el hombre, amor es la mujer. Amor es luz, amor es ilustración. Amor es vida. Amor es Dios.

Y si todos los hombres que aman se acercan a Dios, ¿por qué condenar a nadie por su manera de amar? Y como son ustedes -todos- mis hermanos, yo les perdono todo lo que les tenga que perdonar. Yo ruego por la misericordia de todos los católicos, que -sin duda alguna- pese a sus descomunales errores, podrán ser perdonados siempre por la virtud del Amor.

Iniciado por AlexRod

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No te conozco, por eso pregunto. Más mirar a uno mismo y dejarse de conspiraciones porque eso se puede hacer con cualquier organización de la historia.

Lo que tu digas. Te recomiendo la página de opuslibros donde gente que ha estado dentro de esa secta cuenta sus experiencias. Ya miro por mí mismo, pero no puedo olvidar que a un amigo que lo captaron se acabó suicidado después de los acosos que sufrió por intentar salir.