uno de los libros de René Guénon que más profundizan en el análisis de las características de la modernidad y de las causas de la decadencia del mundo moderno, así como en la crítica a los errores e ilusiones de Occidente.
Guénon analiza sagazmente y con su proverbial rigor lo que él llama las ilusiones occidentales: las ideas de civilización y de progreso indefinido, la superstición de la Ciencia y la superstición de la Vida, y advierte, en el capítulo titulado Terrores quiméricos y peligros reales, sobre la posibilidad de una próxima autodestrucción de la civilización moderna a causa de dichas supersticiones. Guénon destaca a lo largo de todo el libro que los prejuicios y el sistema de valores del Occidente moderno, puramente materialista, impiden una auténtica comprensión por parte de éste de la mentalidad tradicional. No obstante, la salvación de Occidente radica en una reforma profunda de la mentalidad occidental y en la restauración de la verdadera intelectualidad, tarea a la que puede contribuir poderosamente el conocimiento tradicional.
Únicamente, es permisible pensar que hay que observar una cierta jerarquía, y que las cosas del orden intelectual, por ejemplo, valen más que las del orden material; si ello es así, una civilización que se muestra inferior bajo el primer aspecto, aunque sea incontestablemente superior bajo el segundo, se encontrará aún desaventajada en el conjunto, cualesquiera que puedan ser las apariencias exteriores; y tal es el caso de la civilización occidental, si se la compara a las civilizaciones orientales.
Sabemos bien que esta manera de ver choca a la gran mayoría de los occidentales, porque es contraria a todos sus prejuicios; pero, aparte de toda cuestión de superioridad, es menester que admitan al menos que las cosas a las que los occidentales atribuyen la mayor importancia no interesan forzosamente a todos los hombres al mismo grado, que algunos pueden tenerlas incluso como perfectamente desdeñables, y que se puede hacer prueba de inteligencia de otro modo que construyendo máquinas. Ya sería algo si los europeos llegaran a comprender eso y si se comportaran en consecuencia.
La civilización occidental moderna aparece en la historia como una verdadera anomalía: se ha desarrollado en un aspecto puramente material, y este desarrollo monstruoso, ha sido acompañado, como debía de serlo fatalmente, de una regresión intelectual correspondiente; no decimos equivalente, ya que se trata de dos órdenes de cosas entre las cuales no podría haber ninguna medida común. Esa regresión ha llegado a tal punto que los occidentales de hoy día ya no saben lo que puede ser la intelectualidad pura, y ya no sospechan siquiera que nada de tal pueda existir; de ahí su desdén, tanto por las civilizaciones orientales, como incluso por la edad media europea, cuyo espíritu no se les escapa apenas, sino completamente.
¿Cómo hacer comprender el interés de un conocimiento completamente especulativo a gentes para quienes la inteligencia no es más que un medio de actuar sobre la materia y de plegarla a fines prácticos, y para quienes la ciencia, en el sentido restringido en que la entienden, vale sobre todo en la medida en que es susceptible de concluir en aplicaciones industriales?