Atención, spoilers!
La clara división de Cinema Paradiso en dos mitades dificulta un amplio desarrollo de la relación que Totó mantiene con Helena, cuyos avatares se narran con relativa brevedad. Además, en mi opinión, Giuseppe Tornatore no pretende con esta obra y con este elemento de su guión –el primer amor de su protagonista– filosofar sobre el amor de pareja, sino sobre los sacrificios y las retribuciones que conlleva la vocación que uno escoge seguir. Así pues, la intervención de Helena en esta segunda mitad del metraje se ve aún más recortada si cabe porque Tornatore le da más importancia a los porqués de su ausencia –al fin y al cabo, la vida de Totó a lo largo de estos treinta años ha transcurrido sin ella– que a los de su llegada a la vida del protagonista.


Teniendo en cuenta las limitaciones del guión cinematográfico, Tornatore apuesta porque Totó se enamore “a primera vista” de Helena, lo cual es, efectivamente, poco realista. De hecho, la velocidad a la que Totó se queda prendado de Helena contrasta por completo con la empleada para narrar la progresiva pasión que siente por el mundo cinematográfico, la cual desarrolla a lo largo de todo el metraje de la cinta. No son, a mi parecer, demasiado descabelladas ni extraordinarias las dos grandes “estupideces” que Totó hace para conquistar a Helena –colarse en el confesionario o pasarse día sí y día también bajo su ventana–. No cuando uno persigue descubrir y alcanzar el misterio del primer amor. Ahora bien, estas escenas, que marcan el carácter del filme durante unos cuantos minutos, apenas se entremezclan –repito, por el limitado espacio de tiempo– con otras capaces de otorgar cierta normalidad –o realismo– a esta relación, motivo por el cual pueden chirriar a cierto sector del público. Hemos de entender, asimismo, que, salvo en las escenas que transcurren cuando Totó ya es un afamado director de cine, en el resto nos estamos adentrando en sus recuerdos; y la memoria, como sabrás, Paula, se sirve de la realidad como mera inspiración, poco más.
Recordando a Cinema Paradiso [ojo SPOILER,no entres si no la has visto]
Tornatore, sabedor de los problemas que su guión ofrece a este respecto, no obra en vano. Su apuesta es fuerte. Quiere que rápidamente nos olvidemos de estos idílicos recuerdos y que nos centremos en el sufrimiento del protagonista ante la ausencia de su amada. Helena representa algo más que ese primer amor. El trato que recibe no es el de una de tantas oportunidades perdidas. La razón por la cual Helena –y entiéndase por Helena, el amor de pareja– no llega a reencontrarse con Totó no es que éste no haya pasado página después de treinta años, sino que fue por aquel entonces cuando el destino le llevó a tomar la decisión más importante de su vida: ¿el pueblo o la ciudad? Esta pregunta se resumiría, a posteriori, en otra diferente, ¿la familia o el cine?
Recordando a Cinema Paradiso [ojo SPOILER,no entres si no la has visto]
Antes de tomar esta decisión, Alfredo le advierte: “Cada uno de nosotros tiene una estrella que ha de seguir. ¡Márchate! Esta tierra está maldita. (…) La vida no es como la has visto en el cine, la vida es más difícil. ¡Márchate! (…) Hagas lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño”. No se puede tener todo, amigo. Eso sólo ocurre en las películas –las “idealistas”, que diría Paula–. Elegir es perder, pero también el único modo de ganar. Y Totó puede ganar el cine y perder a su familia –la presente y la futura–, o viceversa. Lo que no puede es tenerlo todo, de eso no cabe duda.

Han pasado treinta años y Totó sigue pensando en Helena. Son muchos años, parece que unas cuantas mujeres se han cruzado en su camino y él sigue suspirando por ella. ¿Es acaso este anhelo una rareza? ¿Un imposible? Depende. Si no entendemos que éste salta a la palestra cuando Totó vuelve a su hogar, al que renunció en aras de perseguir a su gran amor –el cine–, y que, por tanto, representa aquel “qué hubiera sido de mi si…”, lo consideraremos, probablemente, una fantasía del guión. En mi opinión, perder –o renunciar metafóricamente– a Helena –al amor de pareja, a tener hijos, etc.– es el duro sacrificio que Totó ha de llevar a cabo para seguir los dictámenes de su corazón. Y, por eso, porque veo reflejado en los “rescoldos de este amor tras largos años de separación” ese “no poder tenerlo todo” que tan presente está en mi día a día, en esta ocasión, no puedo estar de acuerdo con las palabras de nuestra comentarista.
Afortunadamente, Totornatore no se queda anclado en el pasado, en la autocompasión de quien no asume lo finito y en cierto modo patético de nuestra existencia. Prefiere, en cambio, mirar hacia delante, asumir su elección y abrazar todas sus consecuencias. Las dudas lo alcanzan a la muerte de su máximo baluarte, Alfredo, como probablemente lo hayan hecho también en otras muchas ocasiones. Con o sin ellas, lo que está claro es que Totornatore ha triunfado, que ha amado como cuando era un niño. El rollo de película con los recortes de besos que Alfredo le deja en herencia constituye una de las secuencias más emblemáticas del cine dentro del cine. ¿Qué representa, a día de hoy y a ojos de quien escribe estas líneas? Desde mi punto de vista, Alfredo aplaude su decisión y confirma al espectador que maneras de vivir, de amar, hay muchas. Que la vocación de cineasta es tan válida, tan acertada, como cualquier otra. Que, si uno acaba vertiendo en aquello que hace todo su amor –qué mejor manera de representar esta entrega que con un torrencial de icónicos besos–, habrá tomado la decisión correcta.