equipo de vagos y perroflautas que no tienen otra cosa mejor que hacer que ver partidos de futbol
Corren malos tiempos para los aficionados vallecanos que acuden a ver al equipo en su Estadio. Un mal endémico que sufre la franja cada vez que pisa el sagrado tapiz de los sueños vallecanos. Nadie tiene una explicación, pero todo el mundo tiene críticas. Ni siquiera Paco y los jugadores saben explicar qué hay detrás de esa cifra de 10 partidos jugados en Vallecas con 2 victorias, 1 empate y 7 derrotas. Lo cierto es que de todas las derrotas hay cuatro que duelen particularmente ante Elche, Éibar, Córdoba y Deportivo de la Coruña, rivales directos y ante los cuales se han escapado puntos que, a juzgar por lo visto sobre el césped, bien se podrían haber quedado en casa.
No soy de los que busca que rueden cabezas, pero sí pienso que es necesario reflexionar en torno a lo importantes que son los puntos en casa para un equipo como el Rayo Vallecano. ¿Valen más que los puntos fuera?, evidentemente no. Pero hay algo más allá de los puntos, son las sensaciones. La alegría de esa gente que coge su bufanda y su camiseta Albufera arriba para pasar frío, mojarse o toparse con lo que se ponga por delante con tal de arropar a la franja. Quieren disfrutar, quieren olvidar, quieren celebrar y quieren arrimar el hombro para que “su” Rayo gane.
¿No quieren los que juegan exactamente lo mismo? Me la juego a que sí, y no tengo ninguna duda. Es complicado que un equipo en el que cada año hay quince jugadores nuevos entienda ciertas cosas de la idiosincrasia de esta barriada. Tendrán sus carencias, pero son profesionales y como tales no conozco a mucha gente que haga mal su trabajo a sabiendas de que es así. Conviene no perder esta perspectiva al analizar la situación actual del equipo.
Hay algo que me resultó curioso cuando hace unos días en sala de prensa un jugador dijo “jugar en Vallecas nos beneficia por la afición, pero las dimensiones no nos benefician nada”. En los últimos años la supuesta teoría de los centímetros de menos era utilizada por los rivales, pero nunca al revés. Y ojo, el argumento me parece loable.
Un equipo que quiere jugar el balón tiene menos espacios en un campo estrecho y por tanto se le hace más complicado. Pero eso nunca importó en las temporadas pasadas, cuando el año pasado a estas alturas, con las mismas jornadas disputadas el equipo era penúltimo con 16 puntos, siete menos que ahora y con el agua al cuello. En ese momento no se dudó. Perdón, sí se dudó pero es otro capítulo. Pero en la grada se produjo una entrañable comunión entre equipo y afición, allá por el mes de febrero, justo la mañana en la que Coke le daba la victoria al Sevilla en Vallecas.
Y eso es lo que no veo ni de lejos este año. Ese chispazo de unión que haga que Vallecas vuelva a rugir, vuelva a sentir, vuelva a ser. Y es que bueno visitar de vez en cuando el pasado, para darse cuenta de que hace solo un año el cuento era muy diferente. Tampoco se ganaba, pero es que no se ganaba ni en casa ni fuera. ¿Eso significa que no hay que hacer crítica futbolística a lo que sucede en Vallecas? NO. Se puede y se debe, pero para sumar.
Esta mañana, de repente aparecía en la pantalla de mi ordenador la escena de una de mis películas favoritas: Los Miserables. Entre banderas francesas y barricadas emerge una canción de libertad y revolución. Habla de luchar, habla de vivir y habla de ser todos juntos. Me ha servido para escribir estas líneas y pensar en que eso pueda suceder en Vallecas de aquí a final de temporada. Aunque no estéis de acuerdo conmigo en nada, abrid vuestro ordenador, id al buscador y escribid “Do you hear the people sing”. Cerrad los ojos e imaginaos Vallecas…
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