Hay mil maneras de creer. Podría contar anécdotas, pero es algo irrelevante. Incluso si no se cree, el catolicismo (no el mojigato, ni el enteramente descafeinado, ni el traidor) te da unos valores y unos principios rectores que te facilitan la alegría de vivir y, sobre todo, un mayor desapego hacia las cosas materiales y un mayor apego por otras cosas difíciles de describir, como lo que tú sientes en los bosques.
Y, por supuesto, combinado con otros saberes, te dota de una amplitud de miras inconmensurable. Hay otros caminos para esa suerte de simbiosis, y hay ateos que pueden llegar a ella de una manera igual de fácil, pero el desdoblamiento que te permite fiar toda moral a algo inmaterial, facilita la readaptación ante los palos de la vida. Es algo muy difícil de explicar.
Sencillamente, dale vueltas.
