¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?
Nos es fácil imaginar a los primeros homo sapiens haciéndose preguntas parecidas: el ser humano es un animal curioso. Podemos intuir la fascinación que debían sentir al observar fenómenos como los ciclos anuales, el clima, la vida o la muerte. Como de hecho todavía nos ocurre a muchos.
Con el establecimiento de los primeros asentamientos y la seguridad que proporcionan un techo y un plato de comida al día una parte de la población pudo dedicarse a investigar el entorno más allá de para la mera supervivencia. Nacieron así las primeras cosmologías, teorías que intentaban explicar el origen y funcionamiento del mundo y nuestra presencia en él. Sin embargo, y desde la óptica que proporciona vivir en Occidente en el siglo XXI, hoy sabemos que todas ellas carecían de un método científico, son imposibles de demostrar más allá de la fe.
Durante los siglos XVII y XVIII, con la llegada del racionalismo, el empirismo y la Ilustración, se impuso un modo de describir la realidad: nada que no sea falsable puede ser considerado como cierto. En esa misma época muchos avances técnicos permitieron describir muchos fenómenos que hasta la fecha no eran más que misterios.
Destacamos así la figura del inglés Isaac Newton (1643 – 1727), para muchos el mayor genio que ha dado la humanidad. Sus aportes establecieron el marco teórico con el que estudiar el cosmos desde la óptica del método científico: se creía fervientemente que el mundo y el universo se podían explicar y entender mediante la razón y la experimentación. Vivíamos en un gran mecanismo perfectamente ajustado que avanzaba al ritmo de un reloj y cuyos entresijos más oscuros serían descubiertos en cuestión de tiempo.
Las teorías de Newton fueron revolucionarias, pero sin embargo no eran perfectas: describían con envidiable precisión muchos fenómenos de nuestro entorno que hasta la fecha no tenían explicación, pero para otros aspectos observables de la realidad no funcionaban. Además, nuevos descubrimientos describían una realidad ligeramente distinta de aquella sobre la que Newton había construido su teoría, por lo que era evidente que se necesitaba una revisión.
Llegamos así a principios del siglo XX, cuando una figura emerge sobre todas las demás: Albert Einstein (1879 – 1955) y su teoría de la relatividad especial. La contribución de Einstein a la ciencia no puede entenderse sin los aportes de Newton y de muchos de sus contemporáneos, pero eso no debe engañarnos: el genio del alemán revolucionó, otra vez, nuestra concepción del mundo.
Por primera vez podíamos explicar el origen y la evolución del universo mediante una teoría aparentemente científica: esta teoría se conoce como Big Bang (o Gran Explosión, ya que postula que el universo conocido “explotó” a partir de un punto minúsculo). Sin embargo, desde el principio aparecieron algunos problemas: los postulados de dicha teoría describen muchos fenómenos macroscópicos que escapan a la física newtoniana, pero la realidad que emerge más allá de los fenómenos observables nos es confusa, atenta contra el sentido común: de un universo mecanicista en el que para todo existía una causa y un efecto, pasamos a un mundo en el que a nivel subatómico lo que rige es el azar y el caos: la física cuántica.
Evidentemente esto no tiene solo connotaciones a nivel filosófico, que también, sino que plantea una serie de problemas a nivel matemático que nos impiden avanzar en el entendimiento de la realidad: como se dijo, nuestro modelo cosmológico parte de la premisa de que el universo conocido y toda la energía que contiene se concentraban en un punto minúsculo, en el que las leyes que rigen lo subatómico tendrían un papel protagonista.
¿Cómo casar este comportamiento subatómico probabilístico con la relatividad de Einstein, que nos plantea una realidad de causa y efecto? En ese supuesto viaje virtual hacia el pasado en el que el universo es cada vez más pequeño existe una medida, la llamada longitud de Planck, a partir de la cual la física de la relatividad pasa a ser gobernada por las leyes cuánticas. ¿Cómo explicar entonces, al hacer el camino contrario, que emerja el orden a partir del caos?
Este desentendimiento entre la cuántica y la relatividad es ahora mismo la piedra filosofal en el marco de la física teórica que intenta explicar cómo has llegado a leer estas palabras desde el modelo cosmológico imperante. Actualmente la situación es tan confusa que todo lo que sabemos es que tal y como están planteadas solo una de las dos puede ser correcta, pero cada una por separado es supuestamente la mejor herramienta que tenemos para explicar los fenómenos a los que se refieren.
Además, recientes postulados de este modelo nos hablan de la presencia de varios tipos de energía que no somos capaces de ver pero cuyos supuestos efectos gravitatorios se pueden detectar a escala macroscópica y que conformarían aproximadamente el 96% de la realidad. Es decir, que desde el mismo modelo cosmológico actual todo el conocimiento que somos capaces de extraer de la realidad se fundamenta tan solo en el 4% de lo que forma ese supuesto universo.
También ciertos descubrimientos que se pensaba llegarían para demostrar la falsabilidad de las teorías no solo no llegan, sino que no parece que vayan a llegar nunca. Todo apunta a que se requiere un cambio de paradigma que permita reinterpretar los datos de que disponemos.
Es en este marco en el que a finales del siglo XX y a principios del XXI aparecen nuevas teorías que intentan unificar el modelo estándar y la relatividad de Einstein, siendo la teoría de cuerdas la más conocida a nivel popular. Sin embargo, la situación actual plantea algunas diferencias con los momentos del pasado en los que se requería un avance teórico en el entendimiento de la realidad: actualmente nuestros instrumentos no son capaces de medir más allá de lo que ya lo hemos hecho.
¿Cómo vamos a constatar la existencia de fenómenos que no se producen en la fracción de realidad a la que tenemos acceso? ¿Cómo vamos a estudiar o a sentar cátedra sobre el supuesto origen del universo si ni siquiera entendemos la física que se deriva del modelo que defendemos?
Así, a pesar de los grandes avances científicos que se han hecho a lo largo de la historia de la humanidad y que nos han permitido entender mucho mejor el mundo que nos rodea y realizar gestas increíbles, no parece que para explicar qué somos, qué hacemos aquí, de dónde venimos y hacia dónde vamos el modelo cosmológico actual nos ofrezca algún tipo de información o conocimiento que difiera mucho de cualquier otro fenómeno que se base en la fe.