Iniciado por
Pankratiuzz
Autista, retrasado, subnormal, disminuido, atrasado mental, monguer, mongólico, retardado, trastornado, esquizofrénico, paranoico, anormal, deficiente, minusválido, idiota, tonto, loco, autista, disminuido y así un sinfín de adjetivos y calificativos se usan con mucha ligereza hoy en día, para insultar o despreciar.
Cuando alguien escribe en las redes sociales algo que no gusta demasiado, especialmente cuando se trata de política, se reciben a menudo comentarios entre los que se encuentran amenazas e insultos de toda clase. Pero es curioso que, llevo un tiempo observando, cada vez son más insultos los relacionados con problemas de salud mental, enfermedades, o temas relacionados con diversidad funcional. Hay a quien le parece muy divertido y ofensivo usar enfermedades y problemas serios que sufren muchas familias como una manera de hacer daño a su interlocutor.
Estamos perdiendo el respeto. Una sociedad no puede construirse sobre unos cimientos de insulto y desprecio al otro y en este caso en concreto con las personas con diversidad funcional. Hacer alusión a una enfermedad o una discapacidad como insulto es de las mayores bajezas que pueden existir. Y si eso ocurre, y ocurre a menudo, es bastante preocupante. Citando a Emma Goldman “una sociedad tiene todos los delincuentes que merece”.
El problema es que son palabras muy integradas en nuestro vocabulario cotidiano. Las hemos normalizado y no las cuestionamos. Estoy segura de que yo misma habré dicho alguna vez a alguien “eres subnormal”, y no me he parado a pensar lo que eso significaba.
El insulto, el chiste o la burla pueden ser formas de discriminación, especialmente cuando se trata de colectivos oprimidos o con serios problemas de desigualdad social.
Los medios de comunicación cometen auténticas barbaridades a la hora de comunicar al respecto. Los medios son significativos formadores de opinión e importantes mediadores en la construcción y el reforzamiento de las representaciones sociales. Por tanto, no debe consentirse que se use discapacitado/a como un insulto, porque el lenguaje que usamos conforma una manera de pensar, y normalmente el lenguaje en discapacidad conforma ese estereotipo erróneo de la diversidad.
Un insulto no sólo es una manera de descargar el odio, la frustración, la impotencia y el miedo de quien lo emite, también es una forma de violencia que persigue controlar, coaccionar, dañar y modificar la conducta de la persona que lo recibe.
Quien usa el insulto muestra una posición de poder, utilizando la diferencia para discriminar o excluir. No es más que alguien asustado que usa una palabra para defenderse o atacar. No es más que alguien que ignora y carece de empatía sobre lo que afirma.
De ahí que no sea extraño que la mayor parte de los insultos tengan relación con todas las formas de opresión en la sociedad occidental: desde el género hasta la clase, la diversidad funcional o la raza. Las bromas o insultos no suelen realizarse desde una perspectiva horizontal. Nadie usa el insulto “eres blanco” o “eres normal”. Se da por hecho que eso es lo ideal, no es un insulto lo que se considera perfecto o normativo en la sociedad, sino lo que no se entiende, lo que asusta, lo diferente a fin de cuentas.
Sin ir más lejos, la RAE siempre adelantada a su tiempo, mantiene esta definición para “subnormal”:
adj.Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a la normal. U. t. c. s.
Por otro lado, ya no sólo es que la definición y el uso de la palabra fuera peyorativa en sí misma al usar el sub- como algo inferior -¿inferior a quién, a qué?- sino que esa misma definición se use como una flecha o piedra en forma de insulto.
No pasa nada, es sin mal intención, dirán algunos. Llegados a ese punto, si no hay mala intención, ¿por qué usar la discapacidad como insulto?, y diré más, ¿por qué usar el insulto?
“Eres subnormal” no debe ser un insulto si según la RAE se trata de alguien con una capacidad intelectual inferior a la normal. Porque entonces “eres subnormal” también puede tratarse de alguien que tiene una capacidad moral o de empatía inferior a la normal.