Houdini era un escapista que hizo del escape su manera de encontrarse. Finalmente no pudo escapar a la muerte por su celo en su arte al llevarse un puñetazo inesperado de un niñato. Houdini presumía de aguantar cualquier golpe, pero le pillaron de sorpresa en lo que se apalabró como una demostración callejera. Orinó sangre pero no dejó la función, show must go on. Y falleció.


ordenaciones en el tiempo desde el modo

La racionalidad ordenada en el tiempo deviene en alguna suerte de pasionalidad. Houdini había estudiado y entrenado el fortalecimiento abdominal y su control. Algo conocido por el fakirismo. La disciplina ya sea en lo mental o en lo físico acaba produciendo resultados que interesan en la medida que son espectáculo. No hay diferencia entre la disertación académica de un profesor, el arreglo de los bajos de un coche por un mecánico, la canción de una cantante o el espectáculo de ilusionismo de un profesional de la magia. Excelencia es el momento en el que una ordenación de actos de racionalidad, entreno en términos sencillos, logra una suerte de arte que alcanza un nivel. Nivel Dios es la expresión usada para designar lo que sobrepasa la expectativa habitual de funcionalidad. Tener arte es ser capaz de lograr unos resultados que por algún parámetro o parámetros resultan salir de lo habitual.

La pasionalidad ordenada en el tiempo deviene también en alguna suerte de racionalidad. El ser vaciado de pasión por su uso constante alcanza un blindaje automático sobre ésta que le lleva a poder prescindirla en nombre de otro tipo de escape en donde el encontrarse tiene que ver con la necesidad de no tener que hacerlo.

En la medida que descendientes de cazadores-recolectores tenemos una mentalidad en la que el escenario o paisaje equivale a terreno de exploración. Puede ser física o mental. Pero incluso en el segundo terreno damos por supuesto la necesidad de un movimiento de desplazamiento de algún tipo, la detección de elementos no habituales y la necesidad de una reacción cinegética ante ellos. Aunque tal reacción sea la aprensión intelectual de lo observado. Incluso el escenario físico más bello parece estar desnudo de contenido si no existe alguna relación pasional, física o mental, con dicho lugar.

En la ordenación pasional que deviene en racionalidad, el vacío alcanzado es un metaescape que no permite el encontrarse en la medida que no coincide con esa pulsión primitiva de la mayoría que entiende que, ya sea en escenarios físicos externos o mentales internos, existe una necesidad cinegética. La doma de uno mismo permite ciertos actos de magia interesantes. Pero la espectacularidad es un contenido que es negado a un navegador interior que no puede exteriorizar los resultados ante el medio externo, deseoso de super y sobrevivencia.

El dialelo cultural es el único móvil perpétuo que realmente existe en la medida que la naturaleza se ve siendo sustituida por la artificialeza. La imitación y la deriva respecto de aspectos particulares de ese espectro cultural es el sistema por el que se construye el mundo. La construcción no es sino una simple expresión o manifestación de contenidos. El mosaico de elementos dispersos con los que teje el arte, por ejemplo el de un video, es una muestra de las posibilidades de la deriva. Cualquier cosa que acontezca, llamando la atención en los otros respecto a elementos o personajes de un escenario, es un punto de partida para una nueva cadena de manifestaciones modales de razones y/o pasiones que construyen, expresan, los posibles contenidos contenidos en una combinatoria implícita del mundo.

Básicamente somos una especie de pliegue o pléctica del Universo sobre sí mismo. Un pliegue que tanto en el drama personal, puñetazo o simple desgaste, no deja espacio para un metaconocimiento transcendente y liberador. Pero resulta interesante comprobar como el espectáculo de la exhibición es, además de una manera de encontrarse, una manera de satisfacerse por el hecho de afirmar ante los otros: mirad aquí lo tenéis, una ruta.

De alguna manera el Universo contiene una tendencia de liberación de sí mismo a la par que una de conservación de su sustento material. El temor paranoico de un Dios que elimina rápido a los capaces insistentes, los que abren paracaídas como un Newton cambiando matemáticas por óptica son inofensivos, es el temor implícito en la estructura de una realidad que se atreve a jugar con la expresión para ser. Pero no con la profundidad de ninguna expresión para ser de manera total. Ya que semejante eversión supondría el drama védico de la absoluta separación de la consciencia respecto de su soporte material. Las abstracciones homogéneas puras están llamadas a un perpétuo juego de repulsión relativa. Es por eso que no existe paisaje o escenario, físico o mental, que pueda adquirir sentido al margen de ese acto de generosidad grupal de compartir la pulsión que sustenta la ordenación del modo emprendido.