
Iniciado por
Escipión el Africano
Hay algo de mágico en la infancia. Una etapa de la vida en que tienes todas las puertas abiertas. Después el camino puede torcerse o seguir recto; en la mayoría de casos se tuerce, pero siempre hay excepciones. Las etapas de la vida. Todo el mundo tiene una idea aproximada de cómo debería ser cada etapa de su vida, pero no siempre cumplimos nuestras expectativas ni las de los demás. Lo importante, lo que no debería ocurrir nunca, es que uno llegue a un punto en que ha perdido toda esperanza.
Santiago Segura nació en el barrio madrileño de Carabanchel Bajo. A pesar de ser víctima de bullying, no perdió del todo la ilusión por la vida, y a los doce años adquirió una cámara super-8 de la marca Bolex por 900 pesetas en el Rastro de Madrid. Imagino a Santiago Segura, un niño de doce años sin saber qué sería de su vida en el futuro, yendo a comprar una cámara al Rastro. El vendedor se la entregaría sin saber que ese niño se convertiría en el futuro en uno de los directores de cine más conocidos de España. La gente lo miraría por la calle viendo cómo grababa, pensando que solo era un niño como todos que se entretenía con cualquier cosa. Pero hay algo que él tenía y la mayoría de adultos no, y es la ilusión por la vida. Sorprenderse por cualquier cosa, crear un mundo de fantasía mientras los adultos dan vueltas a su cabeza pensando en los hijos, la hipoteca, o quizás algún trauma del pasado. Esa es la magia de la infancia.
En el caso de Miguel Induráin, era el segundo de cinco hermanos de una familia que residía cerca de Pamplona. Dio sus primeras pedaladas a la edad de nueve años, y a la edad de diez años le regalaron una bicicleta de segunda mano para recorrer los 20 km que separaban el pueblo donde vivía del de su madre. Comenzó en el ciclismo profesional de manera casual. Sus padres le obligaron a estudiar en Pamplona, en el mismo colegio que sus primos y, como esto no era de su gusto, canalizó su frustración mediante el deporte. Pocos sabrían entonces que aquel niño de diez años se convertiría en el futuro en uno de los mejores deportistas españoles de la historia. Seguramente sus padres se conformarían con que saliera adelante en la vida como pudiera, que utilizara el deporte como medio de aliviar el estrés del día a día. Su bicicleta sería seguramente una normal y corriente, como la de cualquier niño de su edad. Nadie podría imaginarse que aquel niño de diez años llegaría hasta donde llegó.
Pero cuando uno es un adulto mayor de edad, las cosas son distintas. No puedes salir a la calle a grabar cosas estúpidas porque sí. Bueno, en realidad sí puedes hacerlo, pero la gente te mirará como a un friki, y poco te aportará en la vida. Puedes coger la bici con amigos como medio de aliviar el día a día, pero jamás serás profesional ni llegará a aliviar del todo tus frustraciones. Es entonces cuando debe uno mirarse al espejo y aceptarse a sí mismo. Las cosas no han salido como a uno le gustaría pero, a pesar de ello, siempre se puede aprender algo de los niños. Un día, todos deberíamos levantarnos de la cama y prometernos que ese día va a ser distinto del anterior. Tal vez apuntarse a alguna actividad (algún deporte, teatro, ajedrez...), tal vez hablar con esa chica de la cafetería o el supermercado y quedar un día de estos, planear un viaje, o simplemente descubrir un sitio nuevo de tu ciudad en el que nunca habías estado. Es así como se mantiene la ilusión, aunque la llama no sea tan viva como cuando éramos niños.