También los leones miran hacia las estrellas

La condición de macho alfa ha quedado reducida a dos cuestiones: " Caminaré por el Valle de las Sombras y nada temeré, porque soy el más hijoputa de todo el condenado valle" chaqueta metálica exhorto, y buen exordio para el hilo. Por un lado. Y por otro, la negación de la ley de Mahoma ( tan mariposón el que dá como el que toma) en la imagen de la homosexualidad ejercida desde la dominación del otro como una faceta de rara avis, pero de algún modo asumible.

Eros y tanatos...

Pero existen otras facetas, otros detalles alfa considerar. Como evidencia que un Alejandro Magno, que aplicó la negación de mohamed, pero fue un firme y sólido ejemplo de valiente caminante crepuscular, o un Julio César, con ictus epilépticos pero emulador de las hazañas conquistadoras del macedonio, fueron mecenas defensores de la CULTURA. Algo que hoy en dia no se estila ni contempla, mala Era para los detalles, la Era de la Degenerescencia, como calidad o característica alfa.

El buen alfa, el gran y clásico alfa que se desayunaba con derramamientos de sangre varios órdenes de magnitud superiores a los que se hacen hoy en dia, el macho que al final del dia hubiese puesto cruces "X" en su diario por cada cabeza cortada, era un ser con una amplia preocupación por lo cultural. Bibliotecas enormes, leyes sobre la tenencia de libros que obligaban a ofrecerlos para sacar una copia y ser posteriormente devueltos, sólidos estudios en oratoria, filosofía y poesía para la formación de " las otras ambiciones". Los grandes jefes del pasado histórico estaban ávidos de conocimiento. Incluso deseando el final de los fastos para departir otras cuestiones con los sabios.

Se cuenta que algunos khanes mongoles, nada sospechosos de nenazas, en un mundo en el que las ejecuciones se hacían metiendo plomo fundido por las orejas, convocaron a sabios para intentar lograr la inmortalidad o a líderes espirituales para intentar lograr una religión y un dios únicos.

Esa actitud hacia la noosfera, mucho antes de que se especulara sobre el concepto, revela una preocupación por el poder llevada a un metanivel. La primera cosa, el primer detalle, que distingue a un buen alfa, es su capacidad para prescindir de lo supérfluo. El alfa clásico, el gran alfa, no es un acumulador caprichoso de bienes materiales con un espíritu poseído por el antojo. Es un ser desprendido, e incluso altruista, que sabedor de la naturaleza caótica del escenario opta por lograr alcanzar una liquidez en el poder que le permita perpetuarlo en el tiempo y en el espacio. Lo que le hace soñar, en un momento dado y entre la solidez de las columnas de los templos, en otros mundos alternativos.



Cuando un guerrero notable alcanza ciertos niveles se da cuenta de que necesita un punto de apoyo para servirle de guía en su ambición de escalada del poder. Y que paradójicamente ese punto puede encontrarse fuera de las coordenadas convencionales. El modo es una ordenación de espaciotiempos. En el fragor de la batalla sólo hay espacio para las coordenadas cartesianas habituales. Pero en la intelección de la estrategia se hace preciso un distanciamiento comprensivo respecto del campo de batalla ( ya sea el externo con el enemigo, ya sea el interno con las propias fuerzas supuestas - siempre " supuestas"- aliadas). Pero lo mismo acontece con los pensadores. El gran pensador pronto identifica las necesidades físicas perentorias y aprende a minimizarlas para evitarse dependencias. Es el mismo espíritu espartano del que hablábamos con anterioridad. Ataduras las justas. Algo que hoy no se lleva. Pues el mundo se ha plagado de mariposónas borrachas de vida que quieren gozar como cerdacas en el fango. Aspiran a conquistar un lodazal. Son guerreros de campos de patatas. Frodos de la comarca. Que no lloran sino por no tener lo que ven palpable y tangible. Pero que jamás derramarían lágrimas por haber llegado ya a las fronteras de lo conocido. No entenderían las lágrimas de un Alejandro ante la apariencia de un final de las tierras. Ni las ansias de un Khan mongol por lograr una supervivencia personal más allá del recuerdo histórico y de la fecundación de tropecientas mil mujeres. Muy a gusto hubiesen cambiado el mongol y el macedonio todos sus imperios por un Campo Unificado, ese que ni Einstein ni posteriores lograron, si acaso éste les hubiese servido para encontrar la manera de lograr una insidia histórica perpetuando su presencia física en el escenario hasta bien llegados al final de todos los tiempos. Aún escondidos y acumulando la ira hasta mejor circunstancia. Que es justo lo que hace un intelectual. El buen intelectual es un guerrero que comienza desde el otro extremo del gran campo de batalla, bifronte, que es la realidad de la existencia.



Cuando debatimos la existencia de Dios se nos olvida una malévola posibilidad. Que quizás Dios exista pero sea un consumado tahúr. Alguien que tan sólo nos usa porque espera tener el descarte adecuado. Un motor pasivo, pero con una mente silente y larvada en alguna suerte de limbo a modo de purgatorio. Allí, afectado por nuestros pecados, que no dejan de ser consecuencia de los condicionantes de la materia - existe un notable parecido metafísico entre el pecado original y la repulsión esencial del Rig Veda- espera su redención en una eversión final que le permita manifestar su poderosa voluntad. El escape a un Big Crunch podría ser una explicación satisfactoria. Un Dios que se postula entre pulsos de un parto. Esperando paciente el paso de su estado de quiste o criptopsique al de mente universal, amparado monádicamente en todos y cada uno de nosotros, sus fieles o no tanto. O quizá el escenario al que se ha de enfrentar sea un comprometedor Big Freeze. Una congelación en la que se viera finalmente abocado a una perpétua formulación límbica. Dios podría ser esa mezcla de guerrero-intelectual que ya trabaja para su liberación, la de su voluntad, de las ataduras de la materia.

Más no importa que todo ésto pudiera ser tan sólo una extrapolación poética. Porque como ya dijo Clarke, la verdad será aún más maravillosa.